Noticias de Yucatán.
Mi miedo lo lloro en silencio al no poder estar con mi familia, al no poder darle a mi hijo ese abrazo que tanto necesita, al pensar que la próxima muerta por COVID-19 puedo ser yo”, confiesa Susana, en Quintana Roo.
Mientras, en el Estado de México, Fabiola describe su dolor: “Como mamá me siento con mucho miedo y odio cada vez que llego a casa, mi hija, la más pequeña, tiene cinco años y siempre corre hacia mí y quiere abrazarme y lo primero que le digo es ‘no, no te acerques’, y eso es muy duro”.
En Oaxaca, Andrea Bautista comparte su preocupación, pero sin dejar de lado, como todas ellas, el amor por su profesión: “Nuestros pacientes siempre han sido nuestra prioridad, por eso seguimos en esta batalla. Sin embargo, nuestros hijos también nos necesitan”.
En los últimos tres años, la asociación Mamás Doctoras A.C. aglutinó a 13 mil 700 médicas mexicanas, como Susana, Fabiola y Andrea. Hoy, 70% enfrenta la batalla en contra de la pandemia de COVID-19.
Tenemos mamás doctoras que se encuentran en centros COVID-19, tenemos doctoras que todavía se encuentran ejerciendo en algún tipo de institución, llámese IMSS, ISSSTE, Secretaría de Salud, Marina, el Hospital Naval; tenemos doctoras ejerciendo todavía en la medicina privada, cada una desde sus trincheras, aportando su granito de arena en esta lucha”, detalló Catherine Vargas Morales, coordinadora estatal de Mamás Doctoras A.C., en la Ciudad de México.
SE AÍSLAN DE SUS PROPIOS HIJOS
Son 9 mil 590 madres y doctoras que han tenido que aislarse de sus propios hijos y hasta llorar la muerte de sus madres. Experimentan miedo, angustia e incertidumbre.
Aparte de dejar a sus hijos y las emociones que esto conlleva, como el sentirse solas y desprotegidas al no estar con ellos, su motor de fuerza, está también el hecho de no tener el equipo de protección adecuado y tener que gastar su sueldo para comprarlo.
También hay mamás doctoras que, desafortunadamente, han enfermado y hoy están librando esa otra batalla”, explicó la doctora Vargas Morales.
Juntas, con sus propios recursos encararon el reto que significaron los sismos de 2017. Su autofinanciamiento no fue suficiente, esta vez contra el coronavirus, y desde marzo han hecho pública su necesidad de apoyo por parte de la población para llevar equipos de protección a mamás doctoras y recursos y despensas a poblaciones marginadas.
El 10 de mayo de 2020 será un Día de las Madres inolvidable para miles de mamás doctoras que van a estar en campos de batalla, con guardias de 24 horas: “Van estar demostrando más que nunca su vocación y su amor por toda la población”, concluyó Catherine.
“SOY FUERTE PORQUE FUI CRIADA POR ALGUIEN MÁS FUERTE QUE YO”
Rosa Castillo Pardavé, mi mamá, falleció el jueves 7 de mayo a la edad de 73 años. Para mí fue difícil ingresarla al hospital el 22 de abril, porque todavía me decían: ‘¿Estás segura que quieres que se quede hospitalizada?’; entonces yo les contestaba: ‘Pues no es que yo esté segura o yo quiera, es lo que necesita mi mamá en este momento’.
Aunque estoy trabajando en el Instituto (IMSS) tuve que acatar los protocolos, independientemente de que hubiera querido estar con ella. Los informes no nos los daban diario, a veces no, a veces sí, y es estresante que no te digan cómo está tu familiar.
Estando de los dos lados me pongo en una balanza y pienso que los médicos que están dentro del hospital están haciendo todo lo posible, hasta lo imposible, por mantener con vida a nuestra familia y por restablecer su salud. Como familiar se los digo honestamente, prefería que el médico estuviera atendiendo a mi mamá, a que el médico a lo mejor estuviera bajando a dar los informes o nos estuviera hablando por teléfono.
Era mi mamá, la abuela de mi hijo, que fue también como una mamá para él porque lo cuidó cuando era pequeño. Entonces, era difícil manejar esa situación, el estrés del trabajo, el estrés de la casa; a veces estaba tan estresada que no me podía ni concentrar. Además, mi hermano menor también está hospitalizado por COVID-19.
Es una de las cosas que me decía mi esposo: ‘Trata de olvidarte de lo que pasa en tu trabajo ya cuando llegues aquí, porque tienes bastante con pensar que tu hermano y tu mamá están en el hospital’. Igual en mi trabajo me decía mi jefa: ‘Trata de enfocarte, yo sé que es difícil, que no puedes no pensar en tu mamá, pero pues el trabajo te hace que te distraigas también un poco y que no estés pensando nada más en ellos’.
Yo trabajo a la par con la subdirectora del turno vespertino de mi clínica, nosotras proveemos a los médicos de capacitaciones, material o equipo de protección. También tenemos que darle indicaciones a la población en general, cuidar el filtro de ingreso a la unidad, tenemos que estar lidiando para que la gente nos diga efectivamente por qué van a la clínica, cuáles son sus síntomas, porque a veces mienten.
Soy fuerte porque fui criada por alguien más fuerte que yo. Mamá, este 10 de mayo va a ser un dolor insoportable; te fuiste, te fuiste sin que pudiera darte un beso, un abrazo, sin que pudiera velar tu cuerpo, mamita te quiero mucho y donde estés, que sé que es en el cielo, nunca te voy a olvidar.
“NO PODÍA ARRIESGARME A LLEVARLES EL ENEMIGO A CASA”
Mi casa guarda un silencio sepulcral. No sé hasta cuándo volveré a abrazar y besar a mi familia. Pienso, incluso, que si me contagio y muero, ya no podré hacerlo.
El 4 de abril, atendí a mi primera paciente con COVID-19. Le habían hecho una cesárea de urgencia, estaba intubada y necesitaba apoyo de anestesia para que le realizaran una tomografía.
Esa misma noche, mi esposo y mis dos hijos, Sofía, de 10, y Emilio, de 4 años, hicieron sus maletas y se fueron a la casa de mi suegra. Fue una de las decisiones más difíciles de mi vida, pero no podía arriesgarme a llevarles el enemigo a casa.
Desde entonces me dan ataques de llanto. Los extraño y me da pavor no volverlos a ver. Pero, al final, también hay que pensar en el peor escenario.
¡Acomodé los papeles por si me pasa algo!
Dejé acomodados los papeles con los seguros; los fondos de ahorro de los niños; tenemos un seguro de gastos funerarios, que ya también está acomodado. En realidad, todos los papeles que se requieren para hacer trámites, por si me llegara a pasar algo.
Como anestesiólogos, expertos en la vía aérea, estamos siete veces más expuestos al contagio, así que el estrés en el trabajo es muy importante porque todo el tiempo estás a la espera del voceo para ir a apoyar y a intubar a estos pacientes con COVID-19.
Espero, con el corazón en la mano, poder ser parte de la historia y seguir viva para contarlo, y que en unos meses esto sea como una pesadilla que ya terminó.
Mi hija la mayor reza por mí, pide por mí, porque sabe que los doctores estamos expuestos todos los días en el hospital. Mi bebé más chiquito, pues todavía no entiende mucho; le hice algunas dinámicas en video acerca del virus, y sobre el lavado de manos. Ahora si le preguntan por qué no ha salido a ningún lado, él solito te dice que es por el coronavirus, ya sabe que es un bichito que está afuera y que no podemos salir hasta que no se encuentre la vacuna o una cura.
No tengo idea de qué va a pasar el 10 de mayo, no sé si me manden algún regalito. El mejor regalo para mí sería que estuvieran conmigo, que esto acabara, que estemos sanos los cuatro. Volver a disfrutarlos, abrazarlos, contemplarlos, olerlos y besarlos.
LLEGÓ EL DÍA, ¡CUIDEN A MI HIJA!
Al primer síntoma les dije: ‘papás, llegó el día, cuiden a mi hija, voy a estar bien. Empecé con escurrimiento nasal, dolor de cuerpo, de cabeza y articulaciones. Me hice la prueba el 20 de abril, al día siguiente obtuve el resultado, fue positivo a COVID-19.
Sentí mucha tristeza porque luego luego pensé en mi hija Regina. Ahorita, ya casi tengo tres semanas de no verla... Nunca había pasado tanto tiempo.
Extraño tanto su cuerpecito, sus besos. Todos los días me pregunta por videollamada ‘¿cuándo vas a regresar mamá? Ya te extraño’; y yo le digo que pronto vamos a volver a estar juntas, pero que, por ahora, por mi trabajo como doctora, tenemos que estar lejos, por su seguridad y de la de sus abuelos, aunque eso me parta el alma.
Ella... ella es muy lista, aunque sólo tiene 6 añitos entendió de inmediato. Sabe que está con sus abuelitos, porque no quiero enfermarla. Todavía no le he dicho que me contagié, porque prefiero que no se alarme.
Me dice: ‘¿Qué quieres que te regale el 10 de mayo?’ ‘Mi amor, le respondo, tú eres el mejor regalo que puedo tener en la vida y el que tú estés bien, ése va a ser mi mejor regalo’.
Amo ser mamá y ser doctora y cuando esto acabe nada me va a hacer más feliz que abrazar a mi hija. Simplemente un abrazo, abrazarla mucho, mucho.
No deseo nada más. Mis síntomas, por fortuna, han sido muy leves, pero me he sentido muy triste y muy sola.
Gracias a Dios hay muchos médicos, enfermeras, paramédicos, camilleros y personal de limpieza a quienes les encanta su trabajo y no dan un paso atrás en esta batalla. Yo me siento agarrada de la mano de todos ellos para decir ‘no vamos a dar un paso atrás’, ‘vamos a lograrlo’.
Es como un sueño para todos, ‘no nos vamos a rendir’, y voy a regresar a trabajar, tengo la actitud de hacerlo, de poner mi granito de arena y dar solución a esto.
¿Una heroína? No. Ahora me siento como un soldado caído que desea que la guerra acabe pronto, que la gente se quede en su casa, porque, si no se queda en su casa no va acabar, y seguirán cayendo varios.
Mis compañeros, en el Centro Regulador de Urgencias Médicas, que se encargan de realizar traslados de pacientes con COVID-19, están esperando en las ambulancias ¡hasta 5 horas! para que les den una cama.
Qué mejor regalo de 10 de mayo que todos trabajemos en equipo. En lo personal, a mi mamá, le digo: ‘¡Gracias! Muchas gracias por cuidar de mi pequeña traviesilla’; a mis amigas, las mamás doctoras, que las admiro por su empeño, y a toda la demás gente que no salga de casa, ése es el mejor regalo, no una comida, no unos zapatos, no flores, nada de eso, sino tener a tu mamá viva en casa.
“GANÉ UN AMPARO Y YA ESTOY EN CASA CON MI BEBÉ”
Era muy difícil dejar al cuidado de mis papás, personas mayores de 60 años y con diabetes, a una pequeña con tantas necesidades. Mi hija es un caso excepcional. Es una bebé de dos años nueve meses con síndrome de Down, tiene hipertensión pulmonar y es dependiente de oxígeno; se alimenta por una sonda que va de la nariz al estómago, está aprendiendo a comer. En un año habíamos logrado que comiera hasta 450 gramos de papilla por día, la meta era de 600 gramos para poder retirar la sonda.
Yo soy ginecóloga, pero trabajo en una clínica de medicina familiar en el área de consulta externa, aunque veo pacientes sin coronavirus, puede llegar algún asintomático. Su papá es neonatólogo en una Unidad de Cuidados Intensivos Neonatales; atiende a los bebés de embarazadas con COVID-19.
Al principio de la pandemia en México dejamos a mi hija con mis papás para no arriesgarla; sin embargo, su neofobia alimentaria empezó a complicarse. Es una enfermedad en la que la alimentación de los niños depende muchísimo de su estado de ánimo; mi bebé empezó a comer cada vez menos, entre 100 y 140 gramos de papilla por día.
El 23 de marzo pedí un permiso en mi trabajo para poder ir a casa a cuidarla, pero no tuve respuesta, así que el día 28 metí una queja ante Derechos Humanos de la Ciudad de México a nombre de mi hija, solicitando salvaguardar su derecho a la salud.
Sólo conseguimos que respetaran mis derechos sindicales, por lo que me ofrecieron tres opciones: tomar un descanso de nueve días con goce de sueldo, contando fines de semana; una licencia sin goce de sueldo de 3 meses o adelanto de vacaciones.
Por los gastos que tenemos en cuestión de consultas, terapias, material y la atención en el Hospital Infantil de México Federico Gómez no era una opción dejar de percibir mi sueldo, tuvimos que recurrir a solicitar un amparo para poder cuidarla.
Nos dolía que al ser parte de un grupo de riesgo y a pesar de todas las patologías que padece no se hubieran considerado a los hombres y mujeres trabajadores con hijos en condiciones especiales para otorgar permisos, como sí se hizo con la población con enfermedades crónico degenerativas en el acuerdo del 24 de marzo (Acuerdo de medidas para mitigar los riesgos por COVID-19).
El amparo por fin llegó el 15 de abril y bueno, ya estoy en casa con mi bebé, esto ha hecho que el enojo y la tristeza que ella tenía empezaran a disminuir. Mi mejor regalo para este 10 de mayo sería tener la certeza de que volveremos a estar todos en familia, juntos y sanos.
“COMO MÉDICA SABES QUE TUS COMPAÑEROS TE NECESITAN”
Este momento es perfecto. La verdad no he pensado: ‘¡Ay me hubiera embarazado en otro momento!’, no; la verdad todo el embarazo, aun así, lo he disfrutado. Es una bebé muy querida, ansiada, deseada. Entonces depende de mí, depende de mi familia más cercana que todo salga bien, pero yo estoy confiando en eso.
Será una época muy diferente cuando le contemos lo que estaba pasando en estos momentos, a lo mejor no nos va a creer. A lo mejor esto del coronavirus cambia todo, pero la bebé te hace pensar en cómo estaban las cosas, en cómo empezaste a valorarla a ella misma, a ti y a toda tu familia, entonces eso lo hace especial.
También ha sido algo muy extraño, tengo otro hijo de cinco años y lo puedo comparar con ese embarazo previo. Ha sido diferente el contacto con otras personas, con familiares, que como quiera están en comunicación contigo y te envían sus buenos deseos.
Al saber la economía en un punto frágil te preocupa saber si vas a poder cumplir con todo lo que habías pensado; te preocupa más la seguridad de tu hijo, temes enfermarte estando embarazada, temes que al momento del parto tú y tu bebé se lleguen a enfermar, entonces sí, son más preocupaciones, cosas diferentes.
Como médica definitivamente ves que tus compañeros te necesitan, y dices: ‘debería estar ahí’; pero, al mismo tiempo, no quisiera arriesgar a mi familia. De alguna manera doy gracias por haber tenido la oportunidad de separarme del trabajo en el momento adecuado.
Tengo 38 semanas de gestación, es una niña y tengo una cesárea programada para el 11 de mayo, un día después de cumplir 39 semanas. Todo el día de las madres voy a estar pensando que al día siguiente voy a conocer a mi bebé.
Al estar en aislamiento he tenido mucho tiempo de preparar mi maleta, de ver qué se necesita y ponerlo en un solo lugar. Sólo voy a revisar una lista para que no se nos olvide nada, y al día siguiente pues ya partir al hospital.
Estoy ya preparada de cómo la voy a cuidar, ideando cosas en mi cabeza, la rutina de la limpieza de su cuarto, de mis manos. Como mamá los hijos son lo más importante.
Mi esposo y mi mamá son las únicas personas que van a poder brindarme asistencia. En mi familia saben que no se permiten visitas ni en el hospital, ni en mi casa. Todos están de acuerdo, es una bebé que todos aman, entonces vale la pena esperar un poco para conocer a Elena Mariel.
Es muy duro ser mamá de una mamá doctora y más en esta pandemia. Hace un mes y medio mi hija María Eugenia llegó a la casa y me dijo que la situación estaba muy difícil. Me encargó a Renata, su hijita de dos años, y nos mandó a Atlixco, Puebla.
Ella trabaja en el hospital La Raza, es anestesióloga y se encarga de intubar a los pacientes que requieren ventilación mecánica. Su esposo, es urgenciólogo intensivista. Están en contacto directo con los pacientes con COVID-19. Así que iba a ser difícil que la niña y yo estuviéramos con ellos, porque corríamos peligro.
Como madre tengo muchas emociones encontradas. Ha habido ocasiones en que yo le digo a mi hija ‘ya vente, ya deja el trabajo, aquí no nos van a faltar los frijoles’, pero hay otras veces que le digo ‘pues tienes que estar al frente de batalla porque es tu profesión y es lo que más te gusta’ y porque sé que en estos momentos hay otras personas que la necesitan más.
Teme que un día le entreguen las cenizas de su hija
Pero vivo estresada todos los días. Me pongo a pensar en que me dijesen: ‘¿Sabe qué?, pues ya de su hija, ya nada más vamos a llevarle las cenizas”. Me da pavor no volverla a ver. Ella me ha pedido que cuide mucho a su hija, y es ahora mi nietecita la que me da muchas fuerzas para salir adelante y no caer en depresión.
Luego siento muy feo por mi hija, porque la niña está chiquita, y creo que esta enojada de no ver a su mamá, tanto que a veces no quiere contestar las videollamadas y pues eso a cualquier mamá le parte el alma y eso a mí también me da pesar.
No nos vamos a ver el 10 de mayo, pero no habría mejor regalo para mí que mi hija no se contagie y esté con nosotros lo más pronto posible.
Amo muchísimo a mi hija; aunque ya estoy vieja, es un ejemplo para mí. Espero que Dios la proteja y pronto nos volvamos a ver. Que si pasa el virus junto a ella le diga ‘¡hola, qué tal!’ y no entre en su cuerpo, eso es lo único que deseo.