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En vísperas del Día de Muertos, los mexicanos afinan en sus casas los últimos detalles de los altares que sirven para recibir a las almas de sus difuntos y que la pandemia de COVID-19 ha llenado con decenas de miles de nuevos fallecidos durante el último año.
Esta ofrenda se hizo en memoria de mis dos hermanos, que fueron jugadores profesionales, uno del Cruz Azul y otro del Atlante, y de mi mamá. Mi mamá y mis dos hermanos fallecieron los tres en quince días”, cuenta este sábado a Efe Marcelo Romero frente al imponente altar instalado en el estacionamiento de su casa.
Las ofrendas son aquellos altares que se dedican a los difuntos para que sus almas puedan regresar temporalmente al mudo de los vivos para abrazar a sus familiares durante el 1 y 2 de noviembre, cuando se celebra el Día de Muertos.
“Se les pone la comida que les gustaba”
En el barrio bravo de Tepito, uno de los más humildes del corazón de la Ciudad de México, un altar de cuatro niveles y cerca de dos metros de altura da cuenta de los estragos que la pandemia ha dejado en el país.
El de los Manrique está adornado con decenas de fotos de difuntos que esta numerosa familia ha ido acumulando a lo largo de generaciones, pero tres grandes y nuevos retratos presiden este año la ofrenda: Ana María, Armando y Mario.
“En diciembre pasado los tres enfermaron de COVID-19, primero Mario falleció. A los 10 días mi mamá y a la semana mi hermano Armando. Teníamos hospitalizados a seis (familiares) y solo lograron salir tres”, explica con enorme entereza Marcelo, de 60 años, pese a que fue “un golpe muy duro”.
Como obliga la tradición, el altar está adornado con papel picado, que emula coloridas escenas de la muerte; las flores de cempasúchil, que con su intenso color naranja guían a las almas; y comida, mucha comida.
Se le pone comida que les gustaba: frutas, refrescos, a lo mejor un pulque, camote, calabaza, comida típica mexicana. Tenemos la creencia de que ellos vienen en la noche y prueban un poco la ofrenda”, relató.
Durante el Día de Muertos, con toda la familia congregada ante el altar, esta casa se convertirá en un hervidero de recuerdos y anécdotas. Como cuando Armando fue a Japón con la selección juvenil y tantas otras historias que Marcelo relata con un orgullo que no le cabe en el pecho.
Segundo año de pandemia
Con 288 mil muertos confirmados, más de 3.8 millones de casos detectados y tres olas de contagios, México es el cuarto país del mundo con mayor número de decesos por la pandemia, superado solo por Estados Unidos, Brasil y la India.
Ya es el segundo año que María del Carmen López, profesora de primaria, dedica en el salón de su casa, ubicada en el sur de la capital, una ofrenda a su esposo, Jorge, muerto a los 65 años, y a Manuel, uno de sus hijos, quien perdió la vida a los 37.
Fue una de las primeras familias mexicanas afectadas por el nuevo coronavirus, cuando en marzo del 2020 uno de sus alumnos contagió a Carmen y ella a Jorge y a Manuel.
Los tres fueron ingresados en un hospital pero cuando Carmen despertó tras 40 días en coma, ellos ya no estaban. “La que tenía que morir era yo porque fui la que empezó con COVID-19”, dijo a Efe con la cicatriz de la traqueotomía todavía visible en el cuello.
De tres niveles, la ofrenda de Carmen esta cubierta con manteles blancos, escoltada por una catrina (figura de una presumida mujer esqueleto) y adornada con flores, velas, frutas, el tradicional pan de muerto, dulces y una biblia para rezar el rosario.
“Morir de COVID-19 es como morir ahogado”
Este año se apresuró a poner la ofrenda, puesto que la tradición dicta que las almas de los que murieron de forma trágica llegan un poco antes, el día 28.
Llegan los que sufrieron accidentes y los que murieron ahogados. Por eso me adelanté a poner la ofrenda porque morir de COVID-19 es morir ahogado, es como si te tiran al río y no puedes respirar”, afirma esta mujer de ojos expresivos.
Por la noche, Carmen pone música de The Beatles para su esposo y de Queen para su hijo. Además, la foto de Jorge tiene a un lado su bolsa de patatas fritas favorita y Manuel el refresco que siempre bebía.
Está convencida de que sus almas ya llegaron, porque los vasos de agua del altar se han vaciado poco a poco. Y aprovecha para lanzarle con sorna algún reproche a su esposo por haberse ido cuando todavía tenían planes de viajar a Italia.
El colorido Día de Muertos, la celebración mexicana más universal, nace de la fusión entre tradiciones prehispánicas y católicas, y muestra cómo se funden en un abrazo la tristeza por la pérdida de alguien y la alegría por la vida que queda.
Tras las restricciones del año pasado por la pandemia, este año, gracias al avance de la vacunación, se retomarán varias actividades y se reabrirán muchos cementerios para recibir a los difuntos.
“Mantener esta tradición es bien importante porque te mantienes conectado. No es que vivas del pasado, pero es hacer honor a quien honor merece”, sentencia Carmen.
Con información de EFE