Noticias de Yucatán.
Benedetta, la última película del neerlandés Paul Verhoeven, trae imágenes que parecen de otra época, de cuando el cine conservaba intactas su pujanza cultural y su capacidad para generar controversia. El 26 de septiembre, un grupo de unas 20 personas, hombres en su mayoría, presumiblemente católicos, protestaron contra el pase de la película en el Lincoln Center de Manhattan, en la segunda jornada del Festival de Cine de Nueva York. Los manifestantes se presentaron como miembros de la hasta ahora inédita asociación cultural America Needs Fatima (Estados Unidos necesita a Fátima) y blandieron pancartas en las que se tildaba la película ―que cuenta la vida de una joven monja lesbiana en un convento en el siglo XVII― de “insultante” y “blasfema”, un “ultraje” a la memoria de Jesucristo y de la Virgen María.
La imagen de un pequeño comando de rigoristas de vía estrecha pidiendo que se prohibiera el estreno de una película en una soleada mañana de otoño de 2021 ha sido compartida en redes por la cuenta oficial del festival neoyorquino. Algunos escépticos consideran que tan modesto, desangelado y, sobre todo, anacrónico intento de boicot pudo ser más bien un montaje publicitario. Nada que ver, en cualquier caso, con las campañas de rechazo masivo, los actos de violencia y los piquetes multitudinarios con que tuvieron que lidiar en su día estas otras películas consideradas sacrílegas o contrarias a la religión cristiana.
Viridiana (Luis Buñuel, 1961)
En 1961, un régimen franquista que iniciaba su muy limitado proceso de apertura trató de reconciliarse con Luis Buñuel, una de las más notorias personalidades españolas en el exilio. La censura nacional-católica aprobó el guion de esta adaptación audaz y libérrima de Halma, de Pérez Galdós, y la película representó a España en el Festival de Cannes. Obtuvo la Palma de Oro, un logro muy celebrado por el director general de Cinematografía, José Muñoz Fontán. Sin embargo, un artículo del diario oficial del Vaticano en el que se denunciaba el carácter “irreverente y anticristiano” de la película motivó que fuese prohibida en España y se intentase boicotear su estreno internacional. Gustavo Alatriste, coproductor mexicano de esta fábula amoral de muy altos vuelos, la estrenó en varios países generando una polémica notable, sobre todo entre la jerarquía católica de América Latina. No pudo estrenarse en España hasta 1977, ya en plena transición democrática.
Billy Graham, reverendo evangelista de Carolina del Norte y uno de los telepredicadores más populares de la década de los setenta, dijo que hasta el último fotograma de la película de William Friedkin había sido “inspirado por el diablo” e incitó a sus seguidores a hacer “todo lo posible” para que “nadie” viese el filme. El cardenal de Boston lideró una agresiva campaña para prohibir su estreno y en cines de Los Ángeles, Nueva York y Chicago se produjeron incidentes entre los espectadores y amenazas de bomba. Sin embargo, tal y como reconoció años después el propio Friedkin, parte de la jerarquía católica vio con buenos ojos e incluso apoyó activamente este clásico del cine de terror que parecía tomarse muy en serio el vetusto ritual del exorcismo.
Friedkin fue invitado a presenciar un exorcismo real, uno de los personajes secundarios fue interpretado por un sacerdote católico (el padre William O’Malley, tan estricto en la observancia de la fe como cinéfilo) y el bilbaíno Pedro Arrupe, prepósito general de la orden de los jesuitas, la consideró una película “respetuosa y modélica” que contribuiría a impulsar las vocaciones religiosas entre los jóvenes. Incluso el obispo de Nueva York llegó a afirmar desde el púlpito que la película era “algo atrevida” pero “muy recomendable”.
Jesucristo Superstar (Norman Jewison, 1973)
En este caso, el rechazo beligerante se centró sobre todo en el musical de Broadway, estrenado en 1971. Cuando llegó la película de Norman Jewison, incluso el papa Pablo VI consideró que se trataba de una película “bella y valiosa”.
Las únicas campañas adversas, coincidiendo con su estreno en Estados Unidos, las organizaron grupos de protestantes rigoristas y, sobre todo, la comunidad judía norteamericana, cuyo Consejo Consultivo afirmó que “se trata de una película capciosa e injusta, que recupera la vieja tesis antisemita de que el pueblo de Israel es el culpable colectivo de la muerte de Jesucristo”. Hoy, esta película abrazada ya en su momento por teólogos de la Liberación y partidarios del Movimiento Litúrgico nacido del Concilio Vaticano II, está considerada una de las más eficaces campañas de marketing que ha conocido el cristianismo en su último medio siglo.
La vida de Brian (Monty Python, 1979)
La recordamos como una obra maestra del humor descacharrante, la suprema irreverencia que todo el mundo adora, pero el caso es que fue prohibida en su momento por 39 ayuntamientos del Reino Unido y no puedo estrenarse en países como Noruega e Irlanda, lo que dio pie a la impagable frase promocional: “Tan divertida que los noruegos han tenido que prohibirla”.
Un documental de la BBC estrenado en 2011 recogía escenas de un debate en el programa televisivo Friday Night, Saturday Morning en el que dos miembros de Monty Python, John Cleese y Michael Palin, se enfrentaron al obispo de Southwark y al periodista católico Malcolm Muggeridge. Tras varios minutos de acalorada discusión, Muggeridge acabó reconociendo que había llegado tarde a la proyección de la película, y por tanto no había entendido un detalle tan crucial como que Brian no era Jesucristo, sino un pobre diablo al que la multitud sobreexcitada confunde con el Mesías. Cuatro años después, los Monty Python reincidirían en el escándalo blasfemo con El sentido de la vida, una hiperbólica gamberrada en la que, entre otras cosas, se afirma que “todo esperma es sagrado”.
Yo te saludo, María (Jean-Luc Godard, 1984)
Suscitó una controversia moderada en Francia, donde su director, Jean-Luc Godard, estaba ya, a esas alturas, más allá del bien y del mal. Pero fue contestada con virulencia casi ridícula en España. En Madrid, un grupo de ultramontanos y nostálgicos del franquismo adoptó la costumbre de reunirse un día tras otro en la puerta de los cines Alphaville, en la calle Martín de los Heros, para rezar el rosario en actitud amenazadora. En este contexto, acudir a ver esta versión contemporánea del dogma de la concepción inmaculada de María se convirtió en un acto de resistencia contracultural, en la apuesta por una España más libre, desprejuiciada y, en definitiva, distinta.
La película recibió la enérgica condena del papa Juan Pablo II (“es un atentado frontal contra la sensibilidad de los creyentes”, afirmó el Pontífice) y fue prohibida en países como Argentina o Brasil. Su tardío estreno en Estados Unidos mereció también una campaña de rechazo orquestada por la Iglesia católica. El célebre crítico de cine Gene Siskel la defendió con un argumento de doble filo: “Tal vez se trate de la primera película en décadas que parece tomarse en serio la historia de la Virgen María”.
Un hombre sujeta una pancarta que dice "Dios maldiga la blasfemia" en el cine Ziegfeld de Nueva York, donde se proyectaba 'La última tentación de Cristo' en 1988.
Un hombre sujeta una pancarta que dice "Dios maldiga la blasfemia" en el cine Ziegfeld de Nueva York, donde se proyectaba 'La última tentación de Cristo' en 1988.
El repunte del fundamentalismo religioso en Estados Unidos de Ronald Reagan motivó que esta película fuese objeto de protestas masivas en verano de 1988. El crítico Roger Ebert, uno de sus defensores más notorios, fue amenazado de muerte por un telepredicador evangelista. A continuación, sería prohibida o severamente censurada en países como México, Chile, Grecia, Argentina, Filipinas, Turquía o Singapur. El 22 de octubre de 1988 un grupo de integristas católicos hizo estallar una bomba casera en un cine del barrio parisino de Saint Michel en que se proyectaba la película, causando heridas a 18 espectadores.
En California, 600 personas incitadas por el locutor de un programa religioso de radio irrumpieron violentamente en los estudios de MCA, una de las productoras del filme, secuestraron a uno de sus directivos e incluso amenazaron con crucificarlo. La madre Angelica, monja de clausura italoamericana muy popular entre los católicos de Estados Unidos, fue una de las líderes del muy activo movimiento de protesta contra el filme, que ella consideraba “un auténtico holocausto que tiene el poder diabólico de destruir almas”.
Comparada con la tempestad de intolerancia suscitada por Scorsese, lo de esta película con vocación polémica fue más bien una tormenta en un vaso de agua. Antonia Bird hizo un trabajo más que digno contando la historia de un joven sacerdote homosexual enviado a una parroquia de Liverpool a fiscalizar el comportamiento escandaloso de su superior, un cura izquierdista que desprecia el celibato. La Iglesia católica de Irlanda exigió que el estreno de la película fuese prohibido, pero el Instituto Irlandés de Censura Cinematográfica ignoró las voces eclesiásticas y autorizó un estreno sin cortes ni restricciones.
En Estados Unidos, la Liga Católica y otros grupos conservadores promovieron un boicot a la productora del film, Miramax, e intentaron forzar la dimisión de Michael Eisner, presidente de Walt Disney Company, de la que Miramax era filial. En Nueva Jersey se produjeron amenazas de bomba y actos de sabotaje instigados por un sacerdote local.
La vida de Jesús (Bruno Dumont, 1997)
La mayoría de los que protestaron contra el estreno en Francia de esta película de autor que tuvo un discreto paso por taquilla en primavera de 1997 lo hicieron más por su título que por su contenido. En realidad, La vida de Jesús es la crónica de un verano de sexo casual y alienación juvenil en la campiña francesa que acaba con un acto de violencia gratuita, nada que ver con el retrato evangélico, con el que se traza un paralelismo que no va mucho más allá de lo subliminal. Sin embargo, la prensa conservadora cargó contra la película por considerarla el enésimo intento de ridiculizar y banalizar las creencias cristianas. Al director, Bruno Dumont, le divirtió la polémica.
Esta película de terror místico no creó tanta controversia como sus productores hubieran deseado, pero sí molestó a parte de la jerarquía católica por su tendencia a ridiculizar sus dogmas de fe y mostrar, una vez más, a los sacerdotes como inquisidores y eternos villanos. El crítico Roger Ebert la consideró “una de las películas sobre la religión católica más divertidas que he visto nunca”, elogio más que envenenado si tenemos en cuenta que la de Wainwright en absoluto pretendía ser una comedia.
De hecho, la historia de una mujer no creyente (interpretada por Patricia Arquette) que empieza a padecer dolorosos estigmas para los que nadie encuentra explicación aspira a ser un drama sobrenatural de profundas implicaciones, pero no por ello evita incurrir una y otra vez en el humor involuntario. Los que protestaron contra ella contribuyeron a su éxito: fue la primera película de 1999 que consiguió superar en recaudación a El sexto sentido en su semana de estreno.
Una mujer protesta frente a los estudios de Sony Pictures en California por el estreno de 'El código Da Vinci'.
Una mujer protesta frente a los estudios de Sony Pictures en California por el estreno de 'El código Da Vinci'.
La Iglesia católica contribuyó, de manera suponemos que involuntaria, al enorme éxito internacional de este taquillazo basado en la novela de Dan Brown al decir que se trataba de un bochornoso espectáculo lleno de “calumnias, ofensas y errores históricos y teológicos”. Como consecuencia de ello, la película arrasó en medio mundo, no sin antes pagar el peaje de ser prohibida, censurada o boicoteada en una larga lista de países, de China a Egipto pasando por Tailandia, India, Filipinas, Pakistán o la comunidad autónoma de las islas Feroe, cuyo principal cine sufrió la única campaña de protestas masivas de su historia hasta que decidió retirarla de la cartelera.
Sin embargo, como dice Jason Serafino, redactor de Complex, “lo verdaderamente ofensivo de esta película, más allá de su absurdo guion, es el peinado de Tom Hanks. Y lo más preocupante, que ha dado a Dan Brown una excusa perfecta para seguir escribiendo novelas infumables”.
El directior Kevin Smith (centro) participa en una contraprotesta con los que intentaban boicotear su película 'Red State' durante el festival de Sundance de 2011.
El directior Kevin Smith (centro) participa en una contraprotesta con los que intentaban boicotear su película 'Red State' durante el festival de Sundance de 2011.
Kevin Smith es de los que piensan que el cristianismo es presa fácil, que vale la pena fustigar a los creyentes de cuando en cuando, aunque solo sea para no perder la costumbre. Lo hizo con Dogma (1999), un sainete bíblico tan obvio en su voluntad de molestar que sorprende que alguien mordiese el anzuelo, y volvió a intentarlo, de manera bastante más sutil y perversa, con Red State. La película, una feroz diatriba contra el fanatismo religioso, cuenta como una secta rigorista de Kansas (inspirada en una congregación religiosa real, la Iglesia Bautista de Westboro) organiza falsas orgías para captar a “depravados”, secuestrarlos y ejecutarlos en una ceremonia clandestina de “regeneración espiritual”.
En la película, tres adolescentes seducidos por una de las líderes sectarias consiguen zafarse de sus captores y se enfrentan a ellos en una tan desmesurada como paródica ensalada de tiros. De producción y distribución independiente, la película sufrió el rechazo activo de las iglesias evangélicas del llamado cinturón bíblico de Estados Unidos, que la consideraron un ataque frontal contra sus valores y su estilo de vida.
En el caso de este título, uno de los más discretos en la filmografía de su director, la polémica vino por la falta de diversidad racial de su reparto y por las múltiples libertades que se toma con el relato bíblico en el que se basa. En manos de Aronofsky, la historia del Diluvio es una epopeya existencial que tiene la osadía de proponer al espectador la tesis del creacionismo evolutivo, un intento contemporáneo de conciliar ciencia y pensamiento mágico que no parece convencer ni a agnósticos ni creyentes.
Rechazada por musulmanes, cristianos de (casi) todas las confesiones y judíos, la película tiene el dudoso honor de haber sido prohibida en Qatar, Arabia Saudí, Indonesia o Malasia. El obispo de Canterbury la rechazó con matices y aceptó discutir en privado con su protagonista, Russell Crowe, sobre “las implicaciones espirituales de su discurso, heterodoxo pero interesante”.