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La explotación laboral y trata de blancas que involucra a jóvenes y menores chiapanecas se ha diversificado sin que las autoridades hagan algo por ponerle un freno, más que operativos fingidos, como señalan las propias vendedoras, porque los inspectores están arreglados con la persona que las trae a Mérida por temporadas desde diversas regiones empobrecidas de la sierra de Chiapas.
María, como dice llamarse una joven de 17 años que recorre las calles del primer cuadro de Mérida con un pequeño de dos años a cuestas, en una especie portabebé de tela en sus espaldas, después de mucho insistir, y mirando hacia varios lados, “a ver si no hay alguien que me acuse con el patrón”, dice ganar alrededor de 100 pesos diarios en un recorrido que muchas veces se lleva más de 12 horas. Ni la comuna ni el DIF, municipal y estatal, han volteado a ver la vulneración de los derechos de estos menores, y en la Procuraduría del Menor y la Familia señalan que no han recibido denuncia alguna.
Comerciantes de artesanías del centro de Mérida aseguran que no la ha habido, ni las habrá, debido a que la persona que las trae está muy bien “arreglada” con las autoridades, debido a que esa explotación laboral representa un millonario negocio, pese a que está a la vista de todos.
Las estadías duran variablemente, según los arreglos que se realizan con los padres de las menores, como marcan los usos y costumbres de sus tierras, son desde seis meses en adelante, lapso en que las “xonas”, principalmente, como se les llama a los mujeres son comprometidas a laborar a donde se les asigne, principalmente Mérida, Yucatán, y Cancún, Quintana Roo, por cantidades de las que ni ellas mismas se enteran, a manera de gratificación para sus familias. Generalmente son madres solteras o mujeres jóvenes.
“Llevo un año aquí, mi marido me abandonó y pronto mis padres dejaron de apoyarme con mi hija; en ese entonces una persona del ‘rancho’ les dijo que contrataban venteras de artesanías y que podría traer a mi hija, siempre y cuando la mantuviera conmigo todo el día”, señala sin dejar de ver a los costados.
Hay varias categorías en las que se divide a los chiapanecos que se trae, según la propia vendedora, de las zonas más pobres de Chiapas desde hace varios años. Las hay menores de edad, que son las que ganan menos, pero vienen con sus padres, a ciudades en las que pueden deambular libremente por el centro de la ciudad sin temor a ser expulsadas o agredidas, como sucede por parte de los llamados “coletos”, o chiapanecos blancos, la “casta divina de ese estado”.
Nada se desperdicia
Cuando familias enteras se comprometen a vivir, desde los más pequeños hasta los de la tercera edad, todos tienen que dar algún beneficio a cambio del alojamiento y las primera comidas. Los niños cargan pequeños muñecos típicos, pulseritas y algunas chalinas. Luego de las primeras lecciones son de los que más venden, por su aspecto tierno, a los turistas que deambulan por el primera cuadro de la ciudad de Mérida y el Paseo de Montejo.
“Cómprame una chalina, a 150, no he desayunado, por lo menos una pulsera”, acorralan a los paseantes, estrategia que generalmente da resultado y cada dos o tres horas sus tutores o padres pasan a recoger lo recaudado, pues los pequeños se vuelven “mañosos”, como dice Francisca, quien lleva dos años y medio con su dos hijos, su papá y su mamá en la ciudad. “Si los descuidas se llenan de dulces”.
Señala que los pequeños, después de los 13 años pierden el interés por andar vendiendo ropa a los turistas y ya están listos para ser boleros; sus lugares principales de limpieza de calzado son las cantinas, principalmente del primer cuadro y lugares cercanos al Paseo de Montejo, pese a que está prohibido el ingreso de menores a esos lugares, ya se han vuelto parte del paisaje cotidiano.
Los ancianos, si todavía tienen fuerzas para andar largos caminos, andan, al igual que las mujeres, muy raro ver hombres haciendo ese trabajo, retacados de ropa y artesanías, por más de 10 horas.
En el caso de los de mayor edad, “hacen equipo”, principalmente las mujeres, con bebés o niños muy pequeños, para pedir caridad.
Francisca señala que las jóvenes han aprendido a guardar un poco de dinero para ellas, “además de lo que les pagan”, para algunos gustos como teléfonos celulares, ropa, pues es cada vez más común que abandonen los gruesos faldones y blusas y fajas coloridas, por pantalones y blusas de algodón de estampados de moda.
Las fugadas
Sin embargo, no es raro que algunas de esas muchachas, como dice Francisca, ven que pueden ganar en un día lo que ganarían en 10 y son tentadas para trabajar en bares, y ya el siguiente paso son cosas más fuertes y de mayor riesgo, como la prostitución.
Otras, como se ha documentado, llegan a manos de distribuidores de drogas, quienes les ofrecen comisiones y regalos que superan por mucho lo que ganarían usualmente. El problema que empieza a darse es que algunas se vuelven adictas y ya no regresan a sus tierras. La Verdad Noticias