La humanidad lleva más de un año combatiendo a un enemigo invisible. Al coronavirus no lo vemos, lógicamente, y en muchos casos tampoco sabemos si nos rodea un contagiado sin síntomas. Pero no es la primera vez que se combate una amenaza que no vemos con medidas indirectas: el pajarito que los mineros bajaban con ellos a las galerías, para detectar la fuga de un gas, es la mejor metáfora. En esta pandemia, se ha demostrado que los interiores mal ventilados son los entornos de mayor peligro, porque las partículas con virus pueden quedarse en suspensión hasta que alguien las respire. Y aunque no contamos con un aparato que advierta de la presencia de virus en el aire, podemos contar con un indicador de la calidad de ese aire: el CO₂. A mayor concentración de ese gas, que expulsamos al respirar, peor es la ventilación de la estancia. Una simple medición nos permite saber si esa habitación está cargada de aire exhalado por otras personas o si está bien ventilada, lo que reduce drásticamente el riesgo.
Relación entre CO2 y aire respirado
El aire que respiramos en exteriores, el de la calle, contiene 412 partículas por millón de CO2 de media. Si vemos esa cifra en un medidor, el aire no ha sido respirado por nadie.
La cabina de un automóvil es el escenario más claro por sus reducidas dimensiones: sirve de ejemplo a escala reducida de lo que sucede en estancias más amplias. Al entrar en un coche en el que haya otra persona con las ventanillas cerradas, la medición de CO₂ se dispara hasta niveles preocupantes, ya que un porcentaje de lo que se respira lo ha exhalado el otro pasajero. Pero con abrir las ventanillas apenas unos dedos, y generar ventilación cruzada, el aire de la cabina entra en permanente renovación. En una casa, un bar o un aula funciona básicamente igual.
La viróloga Margarita del Val también vigila la medición en los coches en su propio aparato de lectura de CO₂ porque “es un marcador indirecto que nos ayuda a ventilar correctamente”. Pero no es partidaria de promover su uso en el día a día de la gente normal, sí de que se regule y se difunda su uso como herramienta por las autoridades. “En muchos entornos estables, como en los colegios, no hace falta tener uno instalado, basta con unas mediciones y ya sabes lo que necesitas para mantener buena renovación del aire”, señala la científica, que está al frente de la plataforma del CSIC para la covid. “Y eso incluso limita la exposición al frío, porque a veces basta con abrir un poco las ventanas”, resume.