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Después de una ardua jornada de trabajo cuidando de adultos mayores que necesitan de asistencia, Reyna Gutiérrez caminaba por las oscuras calles de Ixtapaluca de vuelta a su casa, donde la esperaban sus cinco hijos. Eran las 22:30 de la noche del 29 de enero de 2019.
Ella no sabía que detenerse cuando los agentes de la Policía Ministerial le hicieron la seña cambiaría su vida radicalmente, arrebatándole a su familia, su trabajo, la casa por la que luchó durante años y, finalmente, su libertad. Ese día fue acusada de robar un celular de 4 mil pesos.
“A mí me agarraron un 29 de enero del 2019, y me detienen supuestamente porque iba a las diez y media de la noche en una avenida sola. Me detienen los policías ministeriales de Ixtapaluca y me dicen que nada más me iban a hacer una revisión.
“Acabé en unos separos, sin saber el motivo, entran los policías y me empiezan a golpear. Y me dicen que andaba yo robando. Cuando les dije que yo no, ni siquiera, no, yo vengo de trabajar. No traía yo ni teléfono, no traía yo cartera, nada, nada”, señala, en entrevista para El Heraldo de México.
A pesar de que no traía celular propio, Reyna le dijo a los policías que, con toda confianza, podían llamar a sus patrones, quienes darían fé de que ella había terminado su trabajo minutos antes. Pero la respuesta siempre fue negativa.
“Desde un principio se me señaló como presunta culpable porque estaba yo en la calle, porque eran las diez y media de la noche, porque estaba yo sola, por ser mujer. Entonces siempre, siempre la discriminación, desde el primer momento", destaca.
Cuatro años de su vida por un insulto
Una de las anomalías más flagrantes en el caso de Reyna, además de nunca habérsele encontrado el celular que supuestamente robó, fue la dureza del castigo que se le impuso incluso al tratarse de un robo sin violencia, pues ella solo habría amenazado a la presunta víctima.
“En el juicio a mí nunca me dijeron, ah, ¿sabes qué? Aquí está el celular que te robaste. Aquí está el video donde dicen, ah, ¿sabes qué? Sí, te robaste esto. Nada más porque llega una persona y te dice, ah, sí fue ella. "La agravante que yo tenía, supuestamente, era que yo le había dicho a la víctima:pendejo. Ese era mi agravante. Y por eso me dieron cuatro años, seis meses por el robo del celular. Eran cinco años, más cuatro años, seis meses, por el agravante de haberle dicho a la persona que le robé el celular, pendejo. No traía lesiones, no traía nada. Ni siquiera supuestamente toqué al señor. Digo, soy una mujer chaparrita, mido 1.49. El señor mide 1.72”, recuerda Reyna Gutiérrez. En ese momento, Reyna vivía un drama personal: un año antes habían muerto sus padres y recientemente se había separado del papá de sus cinco hijos, quienes se encontraban a su cargo y que, debido a su sentencia, también sufrieron parte de su pena. “Yo era el sustento de mi casa. Y mis hijos prácticamente se quedaron en la calle. Se quedaron solos porque su papá, cuando yo caí a la cárcel, los corrió de la casa. Tuvieron que llevárselos a uno a un internado, otros viviendo en la calle y otros dos con sus tíos. “Perdí a mis hijos, perdí mi casa, perdí mi trabajo, perdí mi familia, perdí mi libertad. Yo lloraba, le pedía mucho a Dios por dejarme salir. Mis papás fallecieron hace siete años, no tengo papá ni mamá, nada más tengo una sola hermana, que me dio la espalda cuando llegué a la cárcel, aunque ella sabía que yo no había hecho nada”, expone.
Una vida en prisión
De acuerdo con cifras del Sistema Penitenciario nacional, solo el 6 por ciento de las personas privadas de la libertad son mujeres. Este dato es relevante, pues distintas organizaciones acusan que no hay prisiones pensadas en las necesidades básicas de las reclusas, ni siquiera de higiene. Una de ellas es la sección femenina del Penal de
Chalco-Mixquic. Pensada para una población de 60 reclusas, durante la época en la que Reyna estuvo recluida quintuplicaba fácilmente su capacidad. “Me llevan al Penal de Chalco-Mixquic. En el Penal de Chalco, me sentenciaron a una sentencia de nueve años, ocho meses, porque supuestamente yo me robé un celular de cuatro mil pesos. Cuando, a mí no me encontraron nunca, nunca, nunca el celular. “Llego a una celda donde ves la realidad de la situación, donde ves que en una celda de dos por dos viven hasta veinticinco personas. Donde te toca vivir en el baño, que se le dice, vulgarmente, la moto. Duermes sentada, literal, en el inodoro. Te tienes que bañar del diario a las cuatro de la mañana, con agua fría, porque no hay agua caliente”, relata. La sobrepoblación no es el único problema al interior de presidio. La venta de las cosas más elementales, desde unos minutos de agua caliente, un poco de jabón o toallas femeninas, es un drama adicional.
“Cuando yo estuve, éramos trescientas veinticinco, más cuatro niños. Y trescientas veinticinco vivíamos en doce celdas. Ahí sí era de dormir de a palito, de que no te muevas, de que muchas compañeras, pues eran de que ya, aquí los baños pesan. “Aquí, si tienes más años, pues ya eres la que te puedes bañar primero. La que puedes tener
agua caliente. Si quieres tener agua caliente, pues sí, pero son diez pesos. Cuando de verdad te quedas prácticamente en la calle. Entonces, muchas veces decimos, es que están en la cárcel. ¿Por qué te vas a sentir sola si estás rodeada de mujeres?”, recuerda Gutiérrez. Aunque el apoyo de la familia y los amigos es vital según la gran mayoría de los textos especializados en
readaptación social, en el caso de las mujeres es casi nula. El porcentaje de visitas que tienen es mucho menor que el que tienen los hombres privados de su libertad, detalla la asociación La Cana. “Yo viví el abandono. Yo se los puedo decir así en mi experiencia propia que la cárcel te quita todo, hasta la
familia. Dejas todo. El abandono ahí, porque decíamos, éramos 300, llegaban 40 personas a visitar a la familia. “Y sí es que las dejaban entrar. Porque a veces había compañeras que se quedaban llorando porque es que me dijo que ya venía, yo le hablé a las seis de la mañana y me dijo que ya estaba acá afuera. No las dejaban entrar porque el pollo llevaba hueso, o porque llevaba un toper en vez de una bolsa de comida. Literal, allí te echan la comida como a un animal, en bolsas. No te dejan entrar toperes, no te dejan entrar tenedor, cuchara, nada”, detalla
La luz al final del túnel
Durante casi tres años, Reyna Gutiérrez estuvo recluida en el Penal de Chalco-Mixquic. Sin embargo, la ayuda de La Cana, una colectiva que ofrece asesoría legal gratuita, tratamiento psicológico y enseña oficios a las mujeres privadas de su libertad, fue el salvavidas que la ayudó a salir de reclusión. “Gracias a ellos aprendí un oficio de decir, ah, sé tejer. Ahorita ya les puedo decir, no soy una gran maestra del tejido, pero tejo. Empecé a tomar los talleres de psicología tanto como de superación personal, de decir, ah, yo ya no quiero, a decir, no, yo le voy a echar los kilos, no. “Por ellos estuve en contacto con mis hijos, pude saber en dónde estaban mis hijos, con quiénes estaban mis hijos, y me dice un día la licenciada, mira, Reyna, hay una posibilidad que te podamos sacar. Hay una posibilidad”, señala. Cuatro meses después del primer contacto que tuvo Reyna con las integrantes de La Cana, pudo recuperar su libertad y su vida. Y aunque han pasado 15 meses desde su salida de prisión, la joven mujer aún recuerda todo su calvario. “Yo no tenía casa, yo no tenía hogar, yo no tenía trabajo. Igual estaba yo adentro, sin nada, y afuera, sin nada. Pero la diferencia era aquí, que ya estaba yo en la calle, que ya podía yo agarrar y decir, ah, yo sé un oficio, yo sé algo que dicen, ah, ¿sabes qué? De aquí te puedes agarrar para salir adelante. Me empezaron a llevar a que vente, vamos a tejer esto, vamos a tejer el otro, ven para aquí, van para allá. Y poco a poco, yo no les puedo decir, me han soltado de la mano porque nunca me han soltado de la mano. “Gracias a La Cana, tengo un trabajo, que mi psicóloga me contactó con una de sus amigas, y me dio trabajo, sin conocerme, sin pedirme, es que tú estuviste en la cárcel, porque yo anteriormente pedía yo trabajo y me decían, híjole, pero es que no tienes papeles, tienes antecedentes penales”, añade. Notablemente emocionada, Reyna reflexiona. Se ve libre pero ahora sabe que, como se dice popularmente, en la cárcel no están todos los que son, ni son todos los que están y su historia es, tristemente, una de las miles que se repiten en las prisiones mexicanas. “Sí, estuve en la cárcel, pero yo no cometí el delito, yo no tuve la culpa de que a los policías se les ocurrió agarrarme y ya soy culpable, o porque una persona llega y te dice, eres tú, o tú fuiste el que me quitó el celular, eres culpable, la sociedad te tacha mucho de eso, “La gente debe tener conciencia de que no todos en la cárcel son malos, y no todos en la cárcel somos delincuentes, porque hay muchas personas dentro de la cárcel que son madres, que somos madres, que somos hermanas, que somos amigas, y al final de cuentas, por una de otra situación, dentro de la cárcel ya no te conviertes en una persona, ya te conviertes en una PPL cualquiera”, concluyó.