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El 11 de diciembre del 2015, Keren Ordoñez apenas tenía 19 años, pero ya cargaba en sus brazos a una bebé de cuatro semanas de nacida. El papá de su niña, Fernando, tenía 17 años, así que ni siquiera se fue a vivir con él. Pero la Navidad se acercaba, Keren se armó de valor y lo llamó para pedirle dinero aunque sea para los pañales.
El muchacho, al otro lado del teléfono, le contestó que estaba trabajando y que aún no le pagaban. “Luego te regresó la llamada”, le dijo y colgó. Desde el patio de la casa, el hermano y el papá de Keren le gritaron con hartazgo que era inútil que lo buscara. “¿Para qué lo llamas?”.
“La situación económica en mi casa era muy delicada, muy difícil, y pues fui para que me diera dinero”, recuerda Keren.
A las 08:00 horas, Fernando cambió de opinión y llamó a Keren con una noticia: había conseguido dinero para los pañales, pero no sería tan fácil que se los diera, había una condición: ella tenía que ir a recogerlo en una casa donde lo habían contratado para hacer la limpieza.
Keren se puso un pantalón de mezclilla y una chamarra roja, abrigó a su bebé –a la que aún no registraba– y salió a la colonia Herón Proal, en la capital veracruzana. “Me dijo que se iba a ir muy despacito porque todavía estaba muy inflamada. Tenía los pies hinchados”, recuerda su madre, Ciria.
Ahí estaba Fernando, parado frente a una casa color melón con un portón de rejas blancas. Keren caminó hacía él, lo saludó y dos minutos después estaban rodeados de seis coches de donde bajaron hombres armados. Eran policías federales y policías investigadores de Tlaxcala.
Estaban fuera de su estado, pero eso para ellos era lo de menos.
Keren recuerda esos momentos brumosos: hay sensaciones como el dolor por los jalones de pelo o la fuerza de un hombre apachurrando su pequeño cuerpo. O las imágenes de un auto Jetta negro al que la subieron a golpes. Sin saber por qué, se la llevaron. Sólo atinó a gritar que le llamaran a su madre para que se llevara a su bebé.
—Déjenla ir —dijo uno de los policías, apiadándose de la muchacha.
—No es quien la hizo, sino quién la va a pagar —respondió otro, sin dudar.
¿Cómo detuvieron a Keren y su bebé?
Le taparon la cabeza con una chamarra, le amarraron las manos con una franela, le vendaron los ojos y cuando el carro avanzó llegaron los primeros golpes en la cabeza y el estómago. El dolor era tan intenso que sólo se le ocurrió gritar “¡tengo una cesárea!”.
Hacía sólo cuatro semanas que había dado a luz a su bebita en el Hospital Regional de Xalapa, Dr. Luis F. Nachón. Un parto complicadísimo pues había llegado al final del embarazo con anemia y preeclampsia. El 8 de noviembre ingresó a urgencias porque su hija venía con doble vuelta de cordón umbilical al cuello. “Era preciosa –recuerda Keren–, una bebita de 3.6 kilos y 51 centímetros”.
Pero los agresores de Keren, en vez de parar por el desgarro de la cesárea y los meses de embarazo, respondieron a sus súplicas con más golpes.
“¡Hija de tu puta madre, vas a decir que tú y tu marido secuestraron a Diana!”, le repetían los policías. “Diana, Diana”, Keren trataba de recordar ese nombre, pero no sabía quién era esa mujer. Se vinieron más gritos: “¡Pásame la bolsa que esta pendeja no va a hablar!”.
Tal vez fueron unos 20 minutos los que se la pusieron y quitaron de la cabeza para asfixiarla. Keren creyó que iba a morir cuando de pronto escuchó el llanto de su bebé, unos gritos como nunca, que la trajeron de regreso a la Tierra.
El carro en que la trasladaron se detuvo, pero también los gritos de su hija. Fue cuando le entró una desesperación atroz.
—¿Dónde está mi bebita? —preguntó.
—¡Si quieres volver a verla vas a tener que cooperar con nosotros! —le dijeron los federales.
“Yo me acuerdo que le decía a Dios que le cambiaba mi vida por la de mi bebita”, recuerda.
Policía presenta a bebé “en calidad de detenida”
Finalmente trasladaron a Keren a lo que parecían ser unas oficinas. O al menos eso creyó porque entre las vendas alcanzó a ver unas computadoras. Hoy sabe que era la Procuraduría Estatal de Veracruz (hoy Fiscalía), y justo ahí ocurrió lo innimaginable: las autoridades ministeriales realizaron un certificado de “integridad física a la bebé” en donde aseguraron que se examinó a una “niña de un mes de edad, en calidad de detenida”.
Hoy, al reconstruir el camino, Keren sabe que pasaron al menos cuatro horas hasta que la volvieron a subir en un carro y agarraron la carretera durante varias horas. Y que la tercera parada de tortura fue en Huamantla, en Tlaxcala, donde le exigieron que confesara que había secuestrado a la tal Diana en ese lugar. Otra vez ese nombre. Les dijo que no, que no sabía de qué hablaban.
“Pinche vieja ¿quieres que le hagamos lo mismo a tu hija que a ti?”. Keren les suplicó que no. Uno de los policías le respondió con unas cachetadas para que se callara.
A eso de las 5:00 horas del 12 de diciembre del 2015 –tras 10 horas retenida ilegalmente– la presentaron en las oficinas de la Procuraduría Estatal de Tlaxcala (hoy Fiscalía). Esa sería la última vez que tuvo a su bebita en brazos, unas horas después se la quitaron.
La niña de un mes de nacida, quien en documentos aparece como “detenida”, sería entregada a las autoridades ministeriales al DIF estatal, y sin dar aviso a algún familiar fue puesta en adopción.
Desde hace nueve años, Keren está presa en un penal de Tlaxcala y hoy las evidencias revelan que fue obligada a firmar una declaración fabricada, en la que reconocía su participación en el secuestro de una mujer para evitar que torturaran a su bebita.
A pesar de la cantidad abrumadora de irregularidades, el pasado 12 de noviembre del 2024 el juez José Eduardo Morales Sánchez, titular del juzgado del Sistema Tradicional Penal y Especializado en Administración de Justicia para Adolescentes, en Apizaco, Tlaxcala, sentenció a Keren a 50 años en prisión por un delito que, ella asegura, no cometió.
Llamada con Keren desde el penal tras ser sentenciada
El teléfono suena. Una voz grabada me pregunta si acepto las llamadas desde el Cereso Femenil de Apizaco. En contraste con esa voz fría y robótica me habla Keren, que a sus 28 años aún suena tan dulce como una niña. Antes de empezar me da las gracias.
Dice que al mediodía de ese 12 de diciembre del 2015 llegaron por su hija a las oficinas de la Procuraduría de Tlaxcala, donde ambas fueron trasladadas porque los familiares de Diana, la mujer secuestrada, habían interpuesto la demanda en ese estado.
“Los ministeriales me amenazaron con desaparecer a mi hija porque decían que no tenía cómo demostrar que me habían detenido con una menor, pues mi hija no estaba registrada. Me dijeron que no existía. Cuando se la llevaron sólo me dijeron que no la iba a volver a ver”, relata y llora. Luego se repone, hace una pausa. Puedo escuchar el ruido de fondo de sus compañeras que intentan llamar a sus familias desde el penal.
Ciria, su madre, recuerda en una declaración ante las autoridades que desde el 11 de diciembre que su hija salió de casa intentó localizarla por todos lados. Así fue hasta que un día después una de las hermanas de Fernando, el papá de la recién nacida, les avisó que se los habían llevado detenidos.
“Mi esposo y yo nos empezamos a mover por todas las dependencias de Xalapa y en ninguna nos daban razón de ella ni de la bebé”, cuenta Ciria. Un día después les llegaría una amarga respuesta: los periódicos la presentaban, a plana completa, como secuestradora.
Mientras tanto su nieta estuvo 12 días en el DIF de Tlaxcala, sin que nadie supiera su paradero. Ciria, la abuela, por fin la localizó y logró recuperarla.
“Mi hija ya había sido puesta en adopción, porque ellos argumentaron que no tenía familia”, me dice Keren desde la cárcel.
Aunque los policías se habían llevado a la bebé, los días posteriores Keren siguió firmando más hojas a ciegas, porque cuando intentaba leerlas le gritaban: “Hija de tu puta madre, firma, si no quieres que vayamos por tu hija y se la cargue la chingada”. Hoy, a través del teléfono, llora y hace pausas. Primero su bebita.
Diana, la mujer cuyo secuestro fue relacionado con Keren
Diana tenía 20 años y dos niños que mantener cuando la secuestraron. Trabajaba en una imprenta en la ciudad de Huamantla, en Tlaxcala, de donde salía a las 20:00 horas. El 2 de diciembre del 2015 caminó a un Oxxo, ahí compró un galón de leche para sus hijos.
Al salir del establecimiento un carro color vino se acercó. Un hombre gordo con un corte de pelo estilo mohicano se bajó de prisa; con uno de sus brazos corpulentos le rodeó el cuello y con el otro le puso una navaja en el estómago.
“Ya te cargó la verga, si tratas de hacer algo te meto un tiro”, le dijo. Diana se desmayó y según su declaración cuando volvió en sí alcanzó a ver a varios hombres dentro del carro; ninguna mujer. Sacaron un trapo con un líquido que olía terrible, se lo pusieron en la nariz y se volvió a desmayar. Sería trasladada a una casa donde la amarraron de las piernas y los brazos.
En su declaración Diana dice que la patearon, y fue ahí cuando se le ocurrió que sería mejor inventar que estaba embarazada para que dejaran de maltratarla. Estuvo retenida hasta la noche en que llegaron policías federales y la Policía de Investigación de Tlaxcala.
La versión de los federales y de la Policía de Investigación es que gracias a la denuncia de los padres de Diana, lograron rastrear las llamadas de los secuestradores. Así descubrieron que provenían del municipio de Xalapa.
Sin embargo a través de los años la defensa de Keren ha encontrado irregularidades y mentiras en los partes policiales: si bien aseguraron que a las 12 de la noche del 12 de diciembre la encontraron, las evidencias revelan que Karen fue detenida un día antes.
En su relato aseguran que en un rondín descubrieron a tres tipos parados afuera de una casa con armas en las manos. Que la puerta estaba abierta y por eso escucharon una voz de mujer que gritaba “auxilio, me tiene secuestrada”. Uno de esos secuestradores era Fernando, la ex pareja de Keren.
Según ellos, en el primer piso encontraron a dos mujeres: una vestida con un pantalón de mezclilla y una chamarrita color roja que cargaba a una bebé. Eran Keren y la persona secuestrada, de nombre Diana.
César Contreras, abogado del Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez (Prodh) asegura que la acusación contra Keren está plagada de irregularidades: la declaración de Diana tiene inconsistencias y no está firmada, fue una declaración ministerial y jamás fue ratificada ante un juzgado, es decir que legalmente no tiene ningún valor.
El primer abogado que tuvo Keren la mal aconsejó para que se reservara su derecho a declarar y le aconsejó, convenientemente para los policías, que no dijera que fue torturada.
El 20 de noviembre de 2019, el Juzgado Penal del Distrito Judicial de Sánchez Piedras, en Apizaco, Tlaxcala dictó sentencia condenatoria en contra de Keren, imponiendo una pena de prisión de 50 años.
Para el 27 de septiembre de 2021 un Tribunal Colegiado concedió un amparo a Keren al considerar que se habían violentado derechos procesales, ordenando reponer el procedimiento hasta la etapa de instrucción.
Fue por eso que, en 2022, el Centro Prodh comenzó la representación formal del caso y lograron comprobar que era imposible que Keren hubiera participado en el secuestro pues no salía de su casa, ya que no tenía las condiciones para ir a cuidar a una persona. Y es que según los relatos policiales ella subía y bajaba escaleras; en cambio, los reportes médicos contradicen esa versión.
“Nosotros creemos que en la declaración se utiliza el tema de la mala madre como una justificación para decir que traía a su bebé recién nacida y detalles que eran tendenciosos, nosotros creemos que esa declaración fue construida y armada por el MP, y en esa se relata este tipo de estereotipos de la mala madre”, me dice Contreras en entrevista.
El pasado 12 de noviembre de 2024, el juez José Eduardo Morales Sánchez, titular del juzgado del Sistema Tradicional Penal y Especializado en Administración de Justicia para Adolescentes, en Apizaco, Tlaxcala, sentenció otra vez a Keren a 50 años en prisión.
El centro Prodh dice que esto sucedió pese a que se reconoció la tortura y la retención ilegal. Aun así el juez decidió dar un valor fundamental a la declaración –sin firmar– de Diana y a los partes policiales informativos.
“He pasado por una sentencia, por muchas cosas, pero lo más difícil ha sido eso, la desesperación de no saber dónde estaba [mi hija]. Fue una desesperación muy fea, un dolor muy inmenso”, me dice Keren. Hace pausas, se escuchan los sollozos y los ruidos de fondo de sus compañeras de prisión.
“Es un dolor muy grande que me han quitado la oportunidad de ser madre”, me dice.
La frustración se acrecienta al saber que el padre de su hija, por el cual ella fue detenida, ya fue liberado en 2019, luego de cinco años en prisión. Mientras tanto Keren espera que estos días se resuelva una apelación con la que finalmente podría salir de prisión.