Bienaventurados los que trabajan por la Paz: Arzobispo Emérito

31 diciembre 2015

Hoy celebramos una fiesta que hace referencia al título más sorprendente que puede tener una criatura humana: Madre de Dios... 

Lo cual significa que el Salvador del mundo no sólo nació "en" ella, sino "de" ella. 

El Hijo formado de sus entrañas es el mismísimo Hijo de Dios, nacido en la carne.

El Evangelio nos narra los acontecimientos de la Navidad, remarcando la imposición del nombre, dado por el ángel antes de la Concepción: JESÚS, que significa “Dios salva”, nombre puesto por orden divina, misterioso, cargado de significado salvífico.

La invocación de ese nombre trae la salvación (semejante lo que ocurre en la Iª lectura con el nombre de YHWH, pronunciado una sola vez al año). 

Nosotros tenemos el nombre del Señor sobre nosotros: somos cristianos. Así, se abre el año con esa fórmula que pide la bendición y el favor de Dios. 

Él nunca se la ha negado la humanidad; pero con Cristo esta Bendición es irrevocable.

Comienza el año civil; y se lo celebra de diversos modos: Pensemos cómo vivimos interiormente las fiestas. Sin interioridad, todo lo otro es vacío. 

La Navidad y la Paz

¿Cuál es el motivo para alegramos por las fiestas? El Amor de Dios, experimentado en estos días como una fuerza que quiere renovarnos incesantemente. Navidad es el comienzo de una nueva creación.

Todo comienzo de algo debe remitirnos a este comienzo: al de la Alianza Nueva y Eterna... (la que no pasará jamás, y por donde radicalmente diversa de lo que no permanece, lo que es pasajero, transitorio, como el tiempo, las apariencias, las exterioridades... Éste es el fundamento de nuestra Paz, cuya Jornada mundial cada año celebramos precisamente hoy. 

“La bienaventuranza consiste más bien en el cumplimiento de una promesa dirigida a todos los que se dejan guiar por las exigencias de la verdad, la justicia y el amor. Quienes se encomiendan a Dios y a sus promesas son considerados frecuentemente por el mundo como ingenuos o alejados de la realidad. Sin embargo, Jesús les declara que, no sólo en la otra vida sino ya en ésta, descubrirán que son hijos de Dios, y que, desde siempre y para siempre, Dios es totalmente solidario con ellos".

"Comprenderán que no están solos, porque él está a favor de los que se comprometen con la verdad, la justicia y el amor. Jesús, revelación del amor del Padre, no duda en ofrecerse con el sacrificio de sí mismo. Cuando se acoge a Jesucristo, Hombre y Dios, se vive la experiencia gozosa de un don inmenso: compartir la vida misma de Dios, es decir, la vida de la gracia, prenda de una existencia plenamente bienaventurada. En particular, Jesucristo nos da la verdadera paz que nace del encuentro confiado del hombre con Dios” .

Volvamos a mirar las cosas que nos rodean, pero con esta perspectiva: pensemos en las cosas que se fueron con el año y los años que pasaron... y pongámoslas en manos Dios. 

Sepamos que todo lo que hayamos hecho con amor, y por amor tiene un valor que permanece, y está “eternizado” en la presencia del Señor.

Todo lo hecho por amor, aunque pequeño, aunque los demás no lo noten, ha sido tomado en cuenta por Dios, y lo encontraremos renovado en Él. 

También las personas que se han ido... Y así, nuestros lazos de amor, lejos de perderse, serán renovados y glorificados en la Resurrección. "Nada se pierde, todo se transforma..." también en el orden espiritual. 

Frente al año viejo, y al nuevo, tengamos una mirada de Fe: evaluemos desde el amor que hemos puesto y hemos de poner para hacer las cosas. El tiempo pasa, pero el amor permanece; y allí debemos encontrar el motivo de nuestra alegría: en el amor vivido y en el "por vivir".

Pongamos hoy nuevamente nuestra vida en manos de María Santísima: Ella pondrá el año que termina en manos del Padre Misericordioso, y en el que comienza en manos del Hijo Providente...Santa María Madre de Dios y madre nuestra Ruega por nosotros. Así sea.

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