María vive con su pequeño Adrián en el interior del penal femenil de Nuevo León. Concibió al bebé tras las rejas, mientras se encontraba recluida en la antigua ala para mujeres del ya desaparecido Penal de Topo Chico.
Mientras se encontraba allá privada de la libertad, se le facilitaba convivir con su pareja, un hombre que también estaba encerrado, pero en el sector varonil.
Los separaba sólo el filtro de revisión para pasar de un lugar al otro, y así la convivencia se facilitó.
Cuando fue cerrada el área de mujeres del Topo, en diciembre del 2018, parecía que todo se complicaba para la pareja, que estaba por conformar una familia.
Sin embargo, el cambio resultó providencial, dice María, entrevistada en el interior del nuevo Centro de Reinserción Social Femenil, ubicado en el municipio de Escobedo, con capacidad para 625 internas, aunque actualmente es ocupado por 315, según el Gobierno del Estado.
Anteriormente, este nuevo espacio era habitado por jóvenes infractores, pero con la reingeniería penitenciaria emprendida en noviembre del año pasado, estos fueron enviados al reformatorio ubicado en la avenida Constituyentes de Querétaro, que ya era ocupado con jóvenes, y que fue acondicionado para recibir una mayor población de menores detenidos.
En la prisión femenil de Escobedo, dice María, hay mejores condiciones para criar a su bebé. En Topo Chico ella vivía en una tensión permanente, pues sabía que allá los abusos eran constantes. Las acechanzas de los varones eran irresistibles, incluso para los filtros de seguridad, según han reconocido todas las autoridades que han hablado de la porosa división que había entre las dos secciones. Algunos capos pagaban para que les llevaran mujeres para su goce personal.
“Aquí hay más comodidad y mayores atenciones, no como allá. No estaba bien, no era un buen lugar para estar con mi bebé. Aquí viene el médico o nos dejan salir si hay alguna emergencia”, dice María, enfundada en su uniforme reglamentario de playera blanca y pants gris.
Tiene 20 años de edad y su pequeño Adrián, cuatro meses. Sus nombres son ficticios, para proteger sus identidades. Luce mucho más joven. Podría pasar por estudiante universitaria, bien parecida y de mirada amable.
Al momento de la entrevista se encuentra en el área de guardería. El espacio es singular: hay juegos, donde están los niños, y tapetes acojinados de colores en el piso. Incluso hay una litera para las mamás convalecientes, que necesiten estar con sus hijos o que requieran atención médica.
Hay sillitas alineadas contra la pared, corralitos para los más pequeños y juegos interactivos. En los estantes están bien acomodados los juguetes y algunos libros. Las princesas de Frozen están en una tabla métrica de cartón, adherida a la pared para medir las estaturas. Las paredes multicolores revelan una intención de hacer el espacio cálido y confortable.
Los motivos infantiles contrastan con los enrejados, que se encuentran en todos lados, incluso para entrar y salir de esta área.
Ahí hay un consultorio ginecológico y pediátrico, para atender a 20 bebés con sus madres, que ocupan este espacio de los dormitorios, contiguo al comedor. Ellas tienen sus propias habitaciones, que comparten, en literas, con otras internas mamás. En cada una hay alacenas para tener la ropa y algunos artículos de los bebés. De cualquier manera, por la noche ellas y los chicos también duermen bajo llave.
María fue sentenciada a 50 años de prisión, por secuestro. Lleva dos compurgados y no sabe cuándo va a salir. Su apuesta es que las apelaciones que ha presentado consigan sacarla del encierro o, por lo menos, reducir la pena. La buena conducta le va a ayudar. Los directivos dicen que es una buena chica y que no genera líos, lo cual beneficia para las evaluaciones de la preliberación.
Sabe que pronto va a tener que dejar a Adrián. Por ley, los niños no pueden estar con su madre encerrada después de que han cumplido tres años. Dice que se lo dejará a su mamá, ahora que puede ver más seguido a la familia. Allá en Topo Chico, la visita era complicada.
“No querían ir allá –expresa con un mohín de disgusto-. Ya sabe, por los hombres, el ambiente era no muy agradable, que digamos. Pero ya están aquí mis familiares más seguido”, remata, animada.
Aunque el ambiente en prisión no es el mejor para el crecimiento de un bebé, según reconoce, Adrián está con ella porque nadie lo cuidará mejor. Sabe que cuando crezca, el niño le preguntará las causas por las que habitan en ese claustro, rodeados de mujeres.
“Le voy a decir que está en una escuela. Ni modo”, dice, no muy segura de las circunstancias en las que deberá hacer la revelación.
Un directivo del Penal femenil conoce el expediente judicial de María y lo ubica en esa modalidad de ilícitos reconocidos como “delitos por amor”.
Explica: “Hay muchos casos, parece que este es uno de esos, aunque no puedo asegurarlo. Son los casos de chicas que se enamoran y acceden a peticiones de la pareja, novio o esposo y participan en un hecho delictivo y tienen qué pagar las consecuencias. Muchas veces es por inocencia y por amor”.
Actualmente está en construcción un nuevo edificio, con dormitorios para que sean trasladadas allá las mamás y que puedan convivir mejor con sus pequeños.
Mientras, todas se encuentran en el enorme edificio que está en la esquina sur oriente de la penitenciaría femenil, a la que hay que llegar por un laberinto de caminos, que son como túneles transparentes formados por malla que impiden desviaciones. Todas, aquí, circulan de una puerta a otra.
Es la hora de la comida y el comedor es un hormiguero de actividad. Unas se encuentran sentadas frente a las mesas y otras hacen fila, calladas y pacientes, en espera de que las que gozan del rancho terminen y les cedan el lugar. Todo el espacio luce pulcro. Las mujeres se esmeran por tener limpio su hábitat.
Maquiladoras
La tarde es apacible en el interior del Penal Femenil de Escobedo, ubicado en la colonia Ex Hacienda El Canadá. Luego de pasar los filtros de seguridad de rigor se accede a una explanada, como si fuera el patio de una escuela, rodeado de edizicaciones que sirven como oficinas.
Hay internas que caminan por un sencillo peristilo, formado por tejas de lámina y algunos tabiques de acero, que sombrean las fachadas. Toda el área techada está rematada por una vistosa espiral de alambre de púas, que sirve como excelente disuasivo.
Gabriela Tarín Espinosa, directora del Cereso Femenil dice que a esa hora las mujeres se encuentran en el rancho, como se le dice a la hora de la comida, y por eso el lugar se encuentra solitario. Más tarde, les deparan algunas horas para que puedan realizar actividades libremente, aunque la mayoría de las internas se ciñe a los programas que se les ofrecen.
Hay actividades de zumba, aerobics, canto, literatura. A determinada hora del día se abre la capilla, que también se transforma en un salón polivalente. Se oficia misa católica y cristiana y se imparten conferencias.
A las mujeres encarceladas también aquí se les dice Personas Privadas de su Libertad (PPLs) o pepeles.
Hay un carrito de comidas que recorre el área, para servir el platillo del día en charolas de unicel.
Algunas PPLs se encuentran en la biblioteca, con abogados, viendo “su situación”, como se le llama a los esfuerzos que hacen para reducir las penalidades o para ganar la libertad. En una mesa están los letrados atendiendo a las internas y en otra, denominada mesa de peticiones, hay personal jurídico del sistema de administración penitenciaria, que atiende solicitudes en particular.
Periódicamente las visita personal de la Comisión Estatal de los Derechos Humanos que también recibe peticiones, efectúa sus inspecciones y hace recomendaciones que, por lo general, son cumplidas de inmediato, asegura Tarín Espinosa.
Al traspasar el patio central se accede a la capilla y, a un lado a uno de los tantos talleres donde se maquilan los productos que se venden afuera. Como en los penales varoniles, en este también se producen cubrebocas, cofias y estropajos sintéticos. Las trabajadoras mantienen la mirada fija en el material, mientras la visita las observa. Indiferentes, se concentran en terminar una tras otra la orden de la jornada.
La alcaide dice que en las áreas laborales conviven todas las mujeres. Ya no se les divide por peligrosidad. Afirma que ya no enfrentan ese tipo de problemas, pues no abundan las revoltosas. Por lo general, afirma, son bien portadas. Lo que se busca es ahora separarlas por situación jurídica, en procesadas, sentenciadas y ejecutoriadas.
Mientras observa a las mujeres atareadas, dice que mantenerlas ocupadas en actividades productivas es una de las mejores maneras de reinsertarlas y apela al Artículo 18 de la constitución, que señala que los ejes rectores de la readaptación son el trabajo, la capacitación la educación y la salud.
A un lado hay un enorme espacio desocupado. Alguna vez fue una cancha de futbol. La directora dice que pronto será rehabilitado el terreno para el goce de las pepeles. Ahí hay trabajos de construcción porque las instalaciones del Cereso constantemente están expandiéndose, reconstruyéndose, mejorando, dice.
La guardia Jessica, encargada de la seguridad del reclusorio, señala que uno de los mayores orgullos de la Dirección es que hay chicas que estudian en nivel medio superior, inscritas en la Preparatoria 3 de la universidad Autónoma de Nuevo León, que envía a profesores para las clases y hacer evaluaciones. Las mujeres que se gradúen tendrán certificación de ley, de la Secretaría de Educación Pública.
Esta tarde las nubes se ciernen sobre Escobedo. La lluvia es inminente. Uno de los directivos dice que están listos para aplicar el Código Negro que, de acuerdo a los protocolos de emergencia establecidos en la Guía Básica de Seguridad Perimetral en Centros Penitenciarios, es activado cuando se interrumpe el flujo de energía eléctrica, aunque también es usado para seguir procedimientos durante los aguaceros. Entonces, todas las chicas deberán regresar a sus celdas a esperar a que pase la lluvia.
Proceso.