Vladimir Putin anunció hace apenas horas que Rusia debería volver al trabajo. Por seis semanas, sólo se permitían actividades esenciales, mientras que los empleadores eran obligados a continuar pagando a aquellos contratados que debían permanecer en sus casas por la pandemia del coronavirus. “Está en el interés de todos que la economía vuelva a la normalidad rápidamente”, dijo en una presentación televisada. Fue el 11 de mayo. Al día siguiente, la gran nación euroasiática alcanzó records de contagios y muertes diarias.
Para peor: Dmitry Peskov -vocero de Putin- siguió los pasos del primer ministro Mikhail Mishustin y fue internado por haber contraído COVID-19. Era el quinto jerarca que caía enfermo. por el mal pandémico que tiene en jaque a la gran mayoría de los países en todo el globo.
El diario The Moscow Times -editado en inglés- fue contundente en una de sus editoriales escrita por el analista Evan Gershkovich. “A medida que crece el contagio del coronavirus en Rusia, la imagen del hombre fuerte de Putin se debilita”, tituló el popular medio. Allí, cita las palabras de la analista política de R. Politik Tatiana Stanovaya: “Putin perdió su toque con la realidad. Pareciera como si no entendiera en qué país está”.
La imagen descrita por Gershkovich durante las esporádicas apariciones públicas para explicar la epidemia en su país fue brutal: “El presidente abandonó su habitual imagen de líder fuerte durante la mayor parte del brote. Ha aparecido semanalmente en la televisión estatal en videoconferencias con el gabinete y funcionarios regionales, pero parece aburrido, recostado en su silla y jugando con un bolígrafo en lugar de prestar atención”.
Para Stanovaya la “cuarentena es aburrida” para un hombre acostumbrado a los juegos del poder que plantea tanto la política local como la internacional. Según reveló la politóloga, Putin estuvo aislado durante todo este tiempo por sus colaboradores que se preocupan por darle buenas noticias para evitar su ira y represalias. “Parece no comprender la complejidad del brote”. “Se ha transformado de político en misionero, sintiendo responsabilidad con la historia, no con la gente. Los juegos geopolíticos son interesantes para él; el encierro es aburrido", indicó Stanovaya.
“A medida que el coronavirus se extendió por toda Rusia, Putin pasó la responsabilidad de sí mismo a las autoridades menores, encargando al alcalde de Moscú, Sergei Sobyanin, que liderara el grupo de trabajo de coronavirus del país e instruyera a los gobernadores regionales a tomar sus propias decisiones políticas. A saber: aunque Putin pidió el lunes que la economía vuelva a funcionar, dejó la implementación de medidas precisas para lograr este objetivo a las autoridades regionales. Moscú, el epicentro del brote de Rusia, por ahora permanece, al menos técnicamente, bajo encierro”, subrayó Gershkovich.
Alexander Kynev, científico político ruso, cree lo mismo: la imagen de Putin durante la lucha contra el coronavirus se debilita. "Ya no parece un líder fuerte. Durante tantos años su carisma fue su bravuconería. Incluso si era un hijo de puta, era poderoso. Y esto le había hecho ganar el respeto incluso de aquellos que no estaban contentos con él. Ahora parece un lobo viejo y enfermo” remarcó Kynev.
Otra cosa que quedó clara que es que Putin no quiso -o no pudo- unificar a todo el pueblo alrededor de la bandera rusa como sí consiguieron otros líderes mundiales, independientemente de sus resultados contra el COVID-19. “Esa concentración alrededor de la bandera es lo que durante muchos años mantuvo el índice de aprobación de Putin tan alto”, dijo Denis Volkov, subdirector del Centro Levada, el único encuestador independiente de Rusia.
En los últimos dos meses 750 mil personas pidieron seguro de desempleo. Los índices podrían afectar a millones de rusos en los próximos meses. Pero en verdad lo que más preocupa a Putin es atravesar esta tormenta lo más pronto y sano posible. Es que así podría finalmente ejecutar las reformas constitucionales que le permitirían quedarse en el poder hasta 2036 si así lo quisiera. Sin embargo, su índice de aprobación cayó a un histórico 59 por ciento, número que sería la envidia de otros líderes mundiales, pero que en su caso puede ser una luz de alarma. “Si estaba seguro que los planes anunciados en enero sobre reformas pasarían fácilmente... no estoy tan seguro ahora”, concluyó Kynev.