Jaime Cárdenas ha sido un incansable luchador por las causas liberales y se ha alineado recurrentemente a las causas de la izquierda desde hace varios lustros. Al concluir su gestión como consejero electoral se sumó al proyecto de Andrés Manuel López Obrador, y lo acompañó por años con una enorme lealtad institucional. Bajo el mismo principio presentó su renuncia al Instituto para Devolverle al Pueblo lo Robado, por sentir que no podía ya cumplir con lo que se le estaba exigiendo, acompañada por una larga carta que remató con la denuncia de corrupción en ese órgano de gobierno. López Obrador no le agradeció en nada su trabajo. Por el contrario. Le faltó temple y tuvo miedo, criticó.
Vaya con el Presidente, malagradecido irrefrenable, que no pudo quedarse callado para evitar exhibir las miserias de su administración. No fue porque Cárdenas fuera blandengue. Renunció por la falta de apoyo de López Obrador y de su equipo para poder hacer el trabajo de limpia en ese instituto, pero dentro de los márgenes que marca la ley, como abogado que es, que fue lo que explicó a Ricardo Rocha, en una entrevista en Radio Fórmula. “Ellos esperaban seguramente de mí, lealtad, que por supuesto realicé, pero mi lealtad no era ciega, sino una lealtad reflexiva”, agregó.
Eso no le interesa a López Obrador, que exige incondicionalidad. Le pedía que limpiara el Instituto para Devolverle al Pueblo lo Robado, en donde se robaron lo que ha decomisado la Fiscalía General a ladrones, y resolviera la contradicción de cómo el instrumento más noble que tenía el Presidente, resultaba lo más grotesco y contradictorio por el hedor que exudaba. ¿Qué quería López Obrador? Quizás lo que hace él, tirar a matar sin preguntar si lo merecía. Tampoco se puede descartar que pretendiera ocultar lo podrido que está la institución mediante chivos expiatorios.
El segundo escenario puede ser más cercano a la realidad, dados los antecedentes. El Presidente suele esconder las huellas de corrupción que lo afectan, y blinda a sus perpetradores. No hace lo mismo con quien es crítico, opositor político, o quien pelea para no dejarse extorsionar ni amedrentar. Para ellos, el peso abusivo del poder; para los suyos, la gracia llevada al nivel de complicidad. De Ricardo Rodríguez, a quien sustituyó Cárdenas en junio, se dijo que era para candidatearlo a la Procuraduría de la Defensa del Contribuyente. Era falso. A través de la prensa se supo que lo estaban investigando por presuntos actos de corrupción.
Cárdenas lo confirmó en su carta de renuncia, pero en la mañanera el Presidente no se fue al fondo del tema planteado, sino a la descalificación del exfuncionario. Es su método. Sobre el acto de corrupción claro y evidente de su hermano Pío, que recibió dinero de procedencia ilícita, no ha vuelto a decir ninguna palabra. Inicialmente señaló que la Fiscalía General debía investigar, pero no se sabe que haya pasado nada. Sí se conoce, por ejemplo, que desde el año pasado congeló una denuncia contra otros muy cercanos por corrupción y de obtener dinero de origen desconocido, que es considerado un delito grave que amerita la cárcel. Pero cuando en Chihuahua protestaron por el problema de aguas, instruyó a Santiago Nieto, jefe de la Unidad de Inteligencia Financiera, que congelara las cuentas de los líderes involucrados, salvo, un alcalde que es de Morena.
La furia anticorrupción del Presidente a veces es muy certera y a veces falla monumentalmente. En lo que nunca se equivoca es en el encubrimiento. Hace unos días, al criticar a Héctor Aguilar Camín, el director de Nexos, indignado porque encabezó la convocatoria para firmar un desplegado que denunciaba la amenaza a las libertades por parte de López Obrador, le sugirió que dejara de pensar en el dinero, que no era lo más importante, y que viviera de manera más austera.
Uno no puede dejar de pensar que López Obrador sí tiene apego al dinero, que le llegaba desde que era presidente del PRD, en cajas enviadas por altos funcionarios del gobierno de la Ciudad de México. ¿Puede considerarse esto un rasgo de honestidad? Es tramposo para alguien que casi no ha trabajado en su vida, salvo una parte en los años 80, en la parte final de los 90, y en los cinco primeros años del siglo, tener el dinero suficiente para comprar dos departamentos y una casa en la Ciudad de México, y educar a cuatro hijos y mantener a dos familias en momentos diferentes. Pero su dinero y cómo se hizo de él, nunca ha sido tema. El dinero de los otros y la honestidad del próximo es lo que siempre atiende.
Sus márgenes siempre son políticos, no legales. De ahí la descalificación de Cárdenas, con un maltrato declarativo que sugiere su enojo por lo que reveló en la entrevista con Rocha, que querían resultados –cuáles son, no los especificó–, pero sin tomar en cuenta las normas y los procedimientos. A Cárdenas le preocupaba seguramente que cuando el sexenio acabe, se revisen todas las ilegalidades que cometió para saldar cuentas y deslindar responsabilidades. A López Obrador parece no importarle esa posibilidad, ni su prestigio. Debe pensar que el enorme poder del que goza hoy, será eterno.
Nota: El presidente López Obrador se volvió a referir a mi persona en la mañanera, de la época en que fui director de Notimex (1988-1991) y mintió, como lo hace siempre que habla de medios y periodistas. En ese periodo se le abrió la puerta a la izquierda como a Cuauhtémoc Cárdenas, tras la controvertida elección presidencial. En lo personal yo voté por Cárdenas en 1988, mientras López Obrador, presidente del PRI en Tabasco, lo hizo por Salinas. En Notimex, antes de mi gestión, llegó a escribir Lorenzo Meyer, en su primera incursión en los medios, y Epigmenio Ibarra era corresponsal en El Salvador.