Noticias de Yucatán
Angélica Guzmán, de 48 años, vive en Aguascalientes y
es tutora de tres niños: Francisco Javier, su hermana María de los Ángeles y Diana, quien padece parálisis cerebral motora severa,
quienes son hijos de dos de sus primas a las que el DIF se los quitó.
En 2012, Angélica acudió a visitar a su prima a Chimalhuacán, Estado de México, porque sabía
que no andaba bien, puesto que padecía alcoholismo a sus 22 años y encontró que
tenía dos hijos con su pareja de 71 años. Le ofreció apoyo para que su hija
María de los Ángeles, de entonces ocho años, pasara un tiempo con ella y
pudiera jugar con Diana.
Francisco Javier comenzó a llorar porque se iba su
hermanita. ‘Yo también quiero ir’, decía; yo le respondí que no me lo podía
llevar porque sólo tenía ropa de niña. Entonces su papá le dijo: ‘¡Ya ves
marica, a ti nadie te quiere, vete para allá!’. El niño se separó llorando. “Yo
me sentí muy mal al ver cómo se le trataba al niño de entonces siete años y le
dije a su papá que si quería también me le podía llevar unos días y aceptó”,
describe.
Una vez que los niños estuvieron con ella se dio cuenta
que además de las condiciones de abandono, no estaban registrados, no iban a la
escuela y tenían huellas de violencia, por lo que los llevó a la Procuraduría de la Defensa del Menor
del Estado de México.
En varias ocasiones Angélica acudió a ver a Javier y
Ángeles al albergue del DIF. Tiempo después ella se ofreció como tutora y
obtuvo la custodia de ambos.
Entre las llamas
Francisco Javier agacha la cabeza, esconde la cara, con
los puños sobre las sienes. “¡No quiero existir!”, dice a dos policías que lo
resguardan en el asiento trasero de la patrulla durante su traslado al edificio
de Justicia Municipal el pasado 6 de diciembre.
Minutos antes, Javier, de 12 años, se desvió del camino a
la escuela hasta un terreno aledaño a la Central de Abastos (a 700 metros de
distancia), donde prendió fuego a los pastizales y se quedó en el centro de las
llamas con la intención de inmolarse.
“¡Déjenme, déjenme!, ¡nadie me quiere!”, repetía a
los agentes que llegaron al sitio alertados por vecinos de la zona.
Una mochila con los libros abiertos y un zapato negro
sobresalían entre la hierba, más adelante estaba el niño acostado en la tierra,
vestido con el uniforme de la Escuela Primaria Niños Héroes, donde cursa el
quinto grado de primaria.
Antes del mediodía del 6 de diciembre, una persona
reportó a los patrulleros del sector sur de Aguascalientes que un pequeño
incendiaba el pasto seco en un terreno baldío. Los oficiales se abrieron paso,
cargaron a Javier y apagaron la conflagración; luego vino el interrogatorio
policial y soltó el llanto. “¡Ya no quiero existir!, ¡ya no quiero existir!”,
repetía cabizbajo. Lo llevaron al Departamento de Justicia, donde personal de
Trabajo Social y Psicología le detectó un “estrés muy fuerte”. El niño dijo que
era adoptado, que de pequeño sufrió violencia en su familia y de nuevo era
maltratado.
Con el diagnóstico de trauma emocional por probables
agresiones físicas y sicológicas en el seno familiar, Francisco Javier
fue canalizado al Centro Neuro- psiquiátrico, donde no le brindaron atención por
ser infante y, finalmente, por recomendación de la escuela donde estudia, su
tutora recurrió al DIF para su atención sicológica.
Angélica se muerde los labios para contener el llanto.
Comenta que Francisco Javier le dijo que no pasó nada, que ese día estaba por
la Central de Abastos, halló un encendedor cuando iba rumbo a su casa y se le
hizo fácil prenderle fuego al pasto seco, que en eso lo encontró la policía y
para defenderse o por miedo dijo que “él ya no quería vivir porque nadie lo
quería”. Después del incidente Francisco Javier no tenía ni una quemadura o
lesión y sí traía un encendedor que sólo sacaba chispas.
Difícil custodia
“Le estamos echando ganas para salir adelante”, dice
Angélica, quien se limpia las lágrimas y recibe el abrazo de Ángeles, la
hermana de Francisco Javier, quien comenta: “Mi hermano está en el albergue del
DIF; es bien travieso, berrinchudo y grita mucho”.
Angélica Guzmán entra a trabajar a las 07:00 horas en un
restaurante aledaño a la Central de Autobuses, donde hace funciones de mesera y
prepara jugos. Por la tarde se dedica a la atención de los menores y hace
manualidades, como centros de mesa, para tener un ingreso extra y cubrir la
renta de 2 mil pesos de la vivienda, que ocupa en el fraccionamiento Casa Sólida.
Tiene el apoyo del DIF para el transporte de los niños a
la escuela en las mañanas y de ahí a su casa en el horario matutino. De los
tres menores bajo su custodia, ninguno es su hijo. Diana va en quinto grado en
el Centro de Atención Múltiple (CAM), Ángeles cursa la secundaria y Javier está
matriculado en quinto de primaria.
Diana es hija de otra prima que estuvo recluida en un
penal. En su condición de discapacidad en sus primeros dos años de vida estaba
al cuidado de un familiar invidente y enfermo. Un día Angélica los visitó y
encontró a la niña con un problema respiratorio; la llevó a un hospital y
cuando la dieron de alta no se la entregaron porque no estaba registrada y era
imposible acreditar el parentesco. Posteriormente, hace 10 años, la Procuraduría
de la Defensa del Menor se la entregó en guarda y custodia. Fue la primera de
sus tres menores adoptivos.
Javier y su hermana crecieron en un basurero al lado de
sus padres biológicos, en Chimalhuacán, Estado de México, quienes tienen
problemas de alcoholismo, Angélica asegura que aceptó tomar a los tres niños a
su cargo porque necesitaban atención, no acudían a la escuela, estaban
enfermos, maltratados y sin identidad legal, y ella contaba con los medios para
sacarlos adelante en familia, como si fueran sus hijos, al lado de su esposo;
pero sólo hasta hace meses cuando el matrimonio se rompió.
Hace cerca de cinco meses llegó a Aguascalientes, “a
empezar de nuevo. Me vine sin nada, más que su ropa de las niñas y el niño,
apenas compré camas y me regalaron esa sala”, dice.
Mal comportamiento
Franciso Javier cumplió 12 años el pasado 29 de noviembre.
Desde que lo tiene bajo su guarda, comenta Angélica, siempre ha sido
inquieto y caprichudo; ahora dice mentiras, se enoja y grita cuando le impiden
salir a la calle y se le pide que haga sus tareas.
Por ahora se quedó en el albergue para que se le brinde
ayuda sicológica y determine realmente qué pensaba hacer.
El puberto empezó a tener problemas en la escuela y de
acuerdo con los reportes de sus maestros no le gusta estudiar, tampoco hacer la
tarea, ni obedecer a los maestros, mucho menos que le llamen la atención;
además, provoca a los demás compañeros.
A causa de su conducta una maestra le pidió que llevara a
su madre, pero se reservó la indicación. El día que presuntamente intentó
hacerse daño, un taxi lo recogió de la casa con sus dos hermanas, lo dejó en la
esquina cerca del acceso del plantel en donde entra a las ocho de la mañana, y
a las niñas las llevó a sus escuelas; el menor no entró al plantel.
“No entraba a la escuela. Por el comportamiento que
tenía, la maestra me mandó llamar y él no me dijo. Yo creía que él se iba a la
escuela y la maestra pensó que él estaba en mi casa”, explica Angélica.
Más tarde a la tutora se le avisó que el niño estaba en
el complejo de Seguridad Pública Municipal, en el C4. Ahí fue a recogerlo.
Personal de la Procuraduría de Protección de los Derechos de Niñas, Niños y
Adolescentes habló con Angélica para recomendarle que lo dejara en el albergue
y poder estar al pendiente de él. Javier está internado desde el 7 de diciembre
para su atención sicológica y están valorando su situación jurídica y legal.
Por segunda ocasión Francisco Javier tiene un albergue
como su hogar.
La ayuda
En la Procuraduría de Protección de los Derechos de
Niñas, Niños y Adolescentes, dependiente del DIF, especialistas detectaron en
Francisco Javier condiciones que podrían generar alguna situación de riesgo,
por lo que el DIF determinó dejarlo bajo su resguardo. Los sicólogos observaron
que la intención del menor pudo haber estado determinada por alguna situación
que se vivió dentro de la casa, pero se está corroborando para evitar un suceso
más.
“Se están investigando sus antecedentes, el infante no es
originario de esta ciudad, viene de Chimalhuacán; estamos corroborando datos
para efecto de tener los antecedentes”, refiere Jaime Díaz Esparza, procurador
de Protección de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes.
En el trabajo de atención a Francisco Javier se cuenta
con el apoyo del Instituto de Educación de Aguascalientes y del director de su
escuela, quien reportó que faltaba ocasionalmente a clases.
La fiscalía estatal integra una carpeta de investigación
a partir de la versión del niño de que es víctima de violencia, con el
propósito de establecer si el menor ha sido víctima de un delito.
El año pasado en Aguascalientes se registraron dos
suicidios de menores de edad, Miriam de nueve años, el 16 de abril, y Jorge
Alejandro, de 11, el 28 de septiembre.
La policía evitó que se consumaran dos casos más, uno de
ellos es el de Francisco Javier, el 6 de diciembre, y el de Betsy, de 10 años,
quien uso un cordón en el baño y fue rescatada con diagnóstico de asfixia. El Universal.