Noticias de Yucatán.
Tal vez escuchó por ahí que el miedo al coronavirus se esparce más rápidamente que el propio virus.
De boca de funcionarios que tratan de calmar a la gente al ver que cunde el pánico. De su esposa. De sabelotodos que hablan de las distintas formas en que uno puede morir: por el cigarrillo, en accidentes de autos, por una gripe.
Nada de esto parece importar.
A medida que aumentan los casos -ya hay más de 76 mil- el miedo avanza con la fuerza de un tsunami. Y no solo en los alrededores de la ciudad china de Wuhan, epicentro del brote.
Los trenes subterráneos de Tokio y Seúl parecen pasillos de hospitales, en los que personas con mascarillas miran mal a cualquiera que tosa o estornude. El propietario de un restaurante de un barrio chino sudcoreano dice que la clientela bajó en un 90 por ciento.
A esta altura uno tiene más probabilidades de ganar la lotería que de conseguir una mascarilla en partes de Asia. Se están cancelando conferencias y otros eventos en todos lados, desde Beijing hasta Barcelona y Boston. Hay peleas en Japón, desmanes en Ucrania. Rumores de que se puede usar papel higiénico y servilletas para armar mascarillas hicieron que se agotasen esos productos en Asia oriental.
“El miedo es una emoción muy fuerte y el temor al coronavirus hace que la gente haga cosas irracionales”, dijo Bernie Huang, de 31 años, maestro de una escuela de Taipéi, Taiwán.
En realidad, a lo largo de la historia el pánico ha ido siempre de la mano de las pandemias. La plaga que devastó Atenas en el siglo 5 antes de Cristo. La Muerte Negra que erradicó buena parte de la población de Europa en el siglo 14. Y, más recientemente, los brotes de AIDS, ébola, SARS, MERS, gripe aviar e influenza porcina.
Científicos, expertos en estadísticas y todo aquél alejado de las zonas afectadas pueden burlarse de estos temores, pero el miedo, que se propaga de boca a boca y a través de la internet, es real.
“El miedo puede causar más daño que el virus”, dijo el primer ministro de Singapur Lee Hsien Loong en respuesta a la compra desenfrenada de papel higiénico, comida enlatada y fideos instantáneos que hubo después de que el gobierno subió el nivel de alarma por el nuevo virus.
Ese temor se siente más que nada en los sitios donde se junta mucha gente: iglesias, centros comerciales y escuelas.
En las Filipinas, casi la mitad de los bancos de muchas iglesias estaban vacíos en las misas dominicales más recientes. En una iglesia protestante de Seúl se dispuso ofrecer servicios por la internet cuando se supo que se le había detectado el virus a una persona que había ido a una misa antes de saber que estaba infectada.
La enorme tienda por departamentos Lotte de Seúl cerró por varios días para ser desinfectada luego de que se supo que allí había estado un turista chino al que se le detectó el virus. Se calcula que perdió unos 16,9 millones de dólares en ingresos.
Una importante feria de telefonía móvil fue cancelada en Barcelona. Sony, fabricante del PlayStation, se retiró de una conferencia de videojuegos en Boston por temor al virus. Los organizadores dijeron que la conferencia se hará como estaba programada y que se tomarán medidas especiales de limpieza.
En Namdaemun, el mercado tradicional más grande de Seúl, las ventas bajaron enormemente al informarse que una persona contagiada con el virus había estado allí el mes pasado.
El ministerio de educación de Corea del Sur recomendó a las universidades que posterguen el inicio del semestre en marzo por temor a que estudiantes chinos puedan traer el virus.
El presidente sudcoreano Moon Jae-in expresó su preocupación de que un “temor exagerado” perjudique la economía al suspender el consumo y las actividades de distracción.
También reina la incertidumbre en torno a los esperados Juegos Olímpicos del 2020 en Tokio, a pesar de que los organizadores aseguran que todo se hará como está programado.
“Noto que el temor se esparce más rápido que el virus. Es importante atenuar el miedo”, sostuvo Craig Spence, vocero del Comité Internacional Paralímpico.
En Japón, el miedo y el virus forman un potente cóctail en un crucero anclado en el puerto de Yokohama, donde miles de pasajeros y tripulación permanecen en cuarentena por dos semanas en vista de que cientos de personas a bordo contrajeron el virus.
Un pasajero en cuarentena colgó un cartel que dice: “No hay información. Muy tensos. Muchos rumores malos”.
La internet facilita la propagación de esos rumores.
Cuando se supo que un periodista que informa desde la casa de gobierno de Japón había estado en contacto con un chofer que portaba el virus, una edición digital del Weekly Post afirmó: “El coronavirus estremece la oficina del primer ministro”.
El temor, y un sentido del humor macabro, pueden explicar ciertos comportamientos extraños. Hay imágenes de personas que usan cáscaras de naranja como máscaras y de niños en cochecitos envueltos en lo que parecen ser bolsas de tintorerías.
En Taiwán el temor hizo que la gente comprase papel higiénico y servilletas, tras circular el rumor de que podían ser usados para fabricar mascarillas que contienen el virus, según Yang Bo-ken, subdirector de la Oficina de Desarrollo Industrial del gobierno.
En Kobe, Japón, fueron robadas 6.000 mascarillas de un hospital.
Varios cientos de personas que temían haber sido infectadas en Ucrania protagonizaron enfrentamientos con la policía porque bloquearon una carretera que llevaba a un edificio donde había más de 70 personas evacuadas de China que debían permanecer allí en cuarentena.
Dos pasajeros en un tren subterráneo de Fukuoka, Japón, discutieron luego de que un individuo que no tenía mascarilla empezó a toser. Un hombre que estaba allí activó la alarma para emergencias, según la agencia noticiosa Kyodo.
Las autoridades municipales dijeron que recomendarán un código de conducta y el uso de mascarillas.
En Hong Kong, donde la gente tiene que hacer colas para comprar cosas básicas, tres personas con puñales robaron un cargamento de papel higiénico de un camión que hacía entregas de ese producto a un supermercado.
Los gobiernos no siempre saben cómo manejar las cosas.
A ocho ciudadanos de Samoa se les impidió el ingreso a su país y fueron enviados de vuelta a Fiji porque dijeron que habían estado en Singapur, que el gobierno considera una nación de “alto riesgo”, de acuerdo con el Samoa Observer.
El Financiero