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La imagen de un ángel, un confesionario, el sacerdote y su sacristán es lo único que no resultó afectado en la iglesia de Atzala, Puebla tras el sismo. En el lugar quedaron sepultadas 15 personas —11 cuerpos ya fueron rescatados— que acudieron a bautizar a una niña en martes, día inusual para realizar este tipo de eventos.
A la una de la tarde inició la ceremonia para bautizar a la hija menor de Ismael Escamilla. A la ceremonia acudió su esposa y su otra hija. Los padrinos eran Susana Villanueva, su esposo y dos hijos también. Por ser día de trabajo solamente acudieron 8 invitados.
Catorce minutos después —a la 1:14 de la tarde— la tierra comenzó a sacudirse a una escala de 7.1 grados en la Escala de Richter.
El padre y su sacristán que se encontraban debajo del altar de Santiago Apóstol salieron corriendo de la iglesia por una puerta alterna mientras todo comenzaba a caer en el lugar.
Las otras 15 personas no tuvieron tiempo de correr. Trataban de abrazar a sus pequeños. En menos de 30 segundos el techo de piedra se vino abajo. Quedaron sepultados y su muerte fue instantánea.
El pueblo de Atzala retumbó. Los pobladores iban saliendo de sus casas cuando comenzaron a dimensional el daño a su templo.
En las calles empezó a correr el rumor de que había un bautizo. El Sacerdote les confirmó que había gente atrapada en la iglesia, la cual solamente tenía en pie las paredes.
Atzala es una comunidad encajada en la Mixteca Poblana, a media hora de Izúcar de Matamoros. No cuenta con señal de telefonía móvil. Cuatro horas después, el gobierno estatal reveló que 9 personas perdieron la vida.
En el poblado la gente ya se había organizado con palas, picos y cubetas para sacar los escombros y rescatar a sus muertos.
Poco a poco llegó gente de otras comunidades. De Chietla e Izúcar principalmente, con las mismas herramientas.
A las seis de la tarde ya se tenía una brigada ciudadana de 400 personas. La mayoría se dedicó a sacar escombros. Otra parte, en su mayoría mujeres, montaron una cocina para darle de comer a los ayudantes.
Conforme levantaban las piedras y escombros aparecían los cuerpos de las víctimas. Uno a uno fueron colocados en el patio de la iglesia y tapados con una sábana blanca. La gente de Atzala le rezaba a cada uno de ellos para despedirlos.
A los brigadistas no les importó que el cascarón del templo estuviera frágil. Ellos seguían levantando escombros en carretillas y con sus manos para dejar sentencia que rescataron a todos sus vecinos.
Tampoco se apareció personal de Protección Civil para anunciarles el riesgo que corrían ante una eventual réplica y que el Estado asumiera el control del rescate.
“Ya no griten, el templo está frágil”, era una de las instrucciones de los propios pobladores para “ponerse seguros”; pero seguían con sus labores.
Cuando la noche cayó, aparecieron los cascos de hombres topo para alumbrar las montañas de piedra. La maquinaria pesada que estaba afuera también sirvió para iluminar.
De manera inesperada alguien decidió usar los apagadores de luz del cascarón que quedo y encendieron las lámparas para ayudar a los brigadistas.
Los cuerpos de los fallecidos también fueron alumbrados. La gente colocó 13 veladoras alrededor de ellos. A un costado también estaba la figura del ángel, como si fuera el guardián de los poblanos que no tuvieron la misma suerte que él.
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