Le transfundieron sangre contaminada con VIH

29 abril 2019
Noticias de Yucatán. 

(Proceso).- Ximei, la joven activista china infectada con VIH a raíz de una transfusión de sangre y quien se ha convertido en la voz de miles de enfermos de sida, ha sufrido malos tratos, acoso, detenciones arbitrarias, arresto domiciliario y severos interrogatorios debido a un documental sobre su vida en el que se denuncia la falta de apoyo del gobierno chino a miles de pacientes de las zonas rurales, los precios exorbitantes de los medicamentos y la estigmatización de la que son víctimas.

La premier mundial del documental Ximei, codirigido por Andy Cohen y Gaylen Ross, y producido por el artista y activista chino Ai Weiwei, tuvo lugar el pasado 16 de marzo en el Festival de Cine y Foro Internacional de Derechos Humanos (FIFDH), en esta ciudad, que coincide con la sesión de primavera del Consejo de Derechos Humanos de la ONU.

En el documental se narra la vida de Ximei, mujer aguerrida nacida en Xincai, en la zona rural de Henan; en 1995 tuvo un accidente –su cabello se enredó en una segadora de trigo–, quedó prácticamente sin cuero cabelludo y, para su desgracia, en el hospital local contrajo el virus del VIH por las transfusiones que se le hicieron con sangre contaminada.

Como Ximei, millones de chinos se infectaron con el VIH en los noventa, cuando el gobierno alentó a los agricultores pobres a vender sangre, etapa conocida como black blood economy. Esa población rural desprevenida contrajo el VIH de los equipos contaminados y sólo en la provincia de Henan se calcula que alrededor de 300 mil personas se infectaron mediante la extracción de sangre y más tarde por las transfusiones de sangre contaminada.

Al finalizar la proyección del documental se organizó un panel de discusión en el que participaron Ai Weiwei, Cohen y Ross, así como Kenneth Roth, director de Human Rights Watch, y la propia Ximei, a quien nadie del público esperaba ver ahí. 

Al llegar al escenario, Ximei recibió una ovación de varios minutos; con sus aplausos, el público reconocía su valentía por contar su verdad al mundo y porque a diario se juega la vida por defender los derechos de miles de personas que contrajeron el VIH por negligencia del gobierno chino y por un deficiente sistema de salud en las zonas rurales de su país. 

Varias veces la joven activista le ha pedido a Beijing que ofrezca mejor atención médica a sus compañeros sobrevivientes.

De regreso en su hogar recibió un mensaje por We Chat (equivalente chino de WhatsApp) de la representante en China del Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre el Sida (Onusida), Liu Jie, quien le dijo que “habían visto el filme, que estaban muy conmovidos por su trabajo valiente y el apoyo que le da a personas con VIH, lo que inspira mucha esperanza. (…) Estamos trabajando en las cuestiones que aborda y estamos apenados porque ha tomado tanto tiempo atenderla, pero le aseguro que no está sola”, cuenta Cohen a Proceso, sorprendido por la rapidez de la respuesta.

Sin embargo, apunta Cohen, llama la atención que el organismo fue invitado a participar en el panel pero declinó; “quizá tenga algo que ver el hecho de que China tiene la presidencia de la Junta Coordinadora del Onusida este año”.

Un día después del mensaje de Onusida, sigue Cohen, “Ximei recibió una visita no anunciada de las autoridades locales, en la cual fue intimidada; y dos días después fue citada en la policía, usando como pretexto sus peticiones a Beijing.

“Durante horas la bombardearon con preguntas sobre su viaje a Ginebra, sus vínculos con Ai Weiwei, cómo lo conoció, cómo me conoció a mí, qué dijo del documental, cómo se hizo, si se arrepiente de lo que dijo; le exigieron una copia de la cinta y por último estaban muy intrigados por saber qué dijo en la ONU.

“Durante los siete años que duró la filmación, Ximei fue acosada constantemente por las autoridades: padeció arresto domiciliario, vigilancia, reubicación forzada”, revela Cohen, preocupado por la suerte de la joven ya de regreso en su pueblo natal.

Presión a periodistas

Algo que preocupa al gobierno chino es la percepción que se tiene de su país en foros multilaterales, especialmente en la ONU y en el Consejo de Derechos Humanos (CDH). 

Cuando un defensor de los derechos humanos proveniente de China pone un pie en el Palacio de las Naciones, se le vigila y muchos son objeto de represalias por cooperar con mecanismos de la ONU.

En 2008 Cao Shunli, abogada y defensora de los derechos humanos, llevó a cabo una campaña en favor de la transparencia y mayor participación de la sociedad civil para el segundo Examen Periódico Universal (EPU, aplicado por el CDH) de China. 

En septiembre de 2013 las autoridades chinas impidieron que Cao abordara un vuelo de Beijing a Ginebra, donde participaría en un seminario y observaría el EPU de China. Fue acusada de provocación. Su salud se deterioró mientras estaba detenida, fue trasladada al hospital en estado crítico y murió. 

Si bien el caso de Ximei es distinto, pues no participó en ningún debate auspiciado por la ONU, para el gobierno chino es suficiente afrenta que la Asociación de Corresponsales ante Naciones Unidas (ACANU) la haya invitado a una conferencia de prensa. 

Las oficinas de la ACANU están dentro de la sede de la ONU y el simple hecho de recorrer sus pasillos, y sobre todo, lo que le dijera a la prensa y que empañe la imagen del país, es un motivo serio de preocupación para Beijing.

Antes de la conferencia, Nina Larson, presidenta de la ACANU, recibió un mensaje de la misión china –Proceso pudo verlo– en el que le piden una “breve reunión, tan pronto como sea posible, con motivo de los acontecimientos recientes (…) relacionados con China”; trataban de impedir el encuentro.

Según una fuente cercana, que prefirió el anonimato, la representante de la misión en dicha reunión dijo claramente que “China no está contenta con este evento” ya que retrata a ese país de manera negativa y es parcial; le pidió a la ACANU que “para futuros eventos se les avisara con anticipación”.

La lucha de Ximei

En la conferencia de prensa con la ACANU, Ximei comentó que actualmente, gracias a los adelantos de la ciencia, quienes padecen sida pueden vivir una vida “casi normal” si reciben tratamiento adecuado, con pocos efectos secundarios, e incluso las mujeres pueden tener hijos sin el temor de transmitir el virus del VIH a sus bebés. 

Denunció que, en contraste con lo que pasa en ciudades como Beijing o Shanghái, en las zonas rurales los pacientes que han sido infectados debido a la negligencia del gobierno no reciben tratamiento adecuado, no se les permite ir a los hospitales públicos a los que van otros enfermos, los apartan en centros de salud en condiciones deleznables y tienen que pagar los medicamentos –de fabricación china–, que además de ser caros, causan fuertes trastornos secundarios.

Sumado a ello, no pueden trabajar, difícilmente pueden tener una pareja y contraer matrimonio, a menos que sea con otra persona con su mismo padecimiento, y sus hijos están condenados a contagiarse con el virus o a vivir apartados de la sociedad y sin poder asistir a la escuela porque su padre, su madre o ambos viven con el VIH. En el documental se pueden ver casos desgarradores de pacientes infectados por transfusiones y que han llegado a la Casa Ximei, que ella fundó en 2001.

En Casa Ximei, la joven recibe a los pacientes con VIH –niños huérfanos, muchos de ellos–, los alimenta, los atiende, les ofrece refugio, los aconseja, se convierte en su enfermera, su psicóloga, su confidente…

“Pero muchos no pueden soportarlo y se suicidan”, lamentó Ximei, sin poder dar cifras porque no hay datos públicos; tampoco se sabe cuántas personas han muerto por falta de acceso al tratamiento. 

Explica que sus brazos y piernas están parcialmente paralizados después de años de recibir el tratamiento, padece fiebres muy altas y falta de apetito, pero para ella cada día es digno de agradecerse y de ser vivido.

Ximei explicó que en los hospitales “normales” se niegan a tratarlos “cuando hay sangre de por medio”, como en el ginecólogo o en el dentista; entonces tienen que viajar hasta Shanghái o a Beijing, donde los médicos “son menos discriminadores”. Pero muchos “no pueden darse ese lujo”.

Para ella los niños son motivo de preocupación especial porque, además de que se viola su derecho a la salud, son etiquetados en las escuelas y la mayoría abandona las clases, lo cual también viola su derecho a la educación y al desarrollo.

Al preguntarle si teme represalias del gobierno, Ximei afirma que “no” porque ella “no ha cometido ningún crimen”.

Por su parte, Cohen describió en la conferencia cómo, a lo largo de siete años de filmación, fue testigo de las dificultades a las que Ximei se enfrenta a diario y presenció algunos momentos cruciales, como su matrimonio con otro sobreviviente del VIH o el entierro de una de sus mejores amigas.

Narró que el gobierno paga informantes para vigilarla, cierra su Casa, la fuerza a mudarse una y otra vez, y todo esto “además de lo que tiene que vivir con su propia enfermedad”.

Criticó que el gobierno “no ha tomado ninguna responsabilidad por lo que ocurrió en los noventa”, lo que en su opinión “es criminal”. 

Lo que ella pide es que la Casa Ximei sea reconocida por el gobierno para que pueda trabajar sin tener que esconderse, pero quizá por sus lazos con Ai Weiwei, quien es muy crítico del gobierno chino, se ensañan en castigarla. Remarcó que en un escenario en el que no hay medicamentos eficaces, no hay hospitales salubres, no hay educación ni médicos especializados, es realmente milagroso para estos pacientes, “seguir con vida”.

El mismo Cohen también fue intimidado, trataron de confiscarle el material, su equipo, pero de una forma u otra logró sortear la vigilancia de las autoridades.

“Como cineastas que hemos cubierto esta historia, nos alarman no sólo los últimos titulares sobre el plasma de sangre contaminada por el VIH que una vez más se ofrece a la venta, sino también la rápida censura del gobierno cuando se dio a conocer esta noticia”, remarcó Cohen. 

“Estamos muy agradecidos con el festival FIFDH por presentar nuestro documental. Todos sabemos muy bien cómo China ha presionado a otros festivales de cine, como la Berlinale, en la que eliminaron del programa películas críticas de las políticas oficiales del gigante asiático”, comentó.

Fallas de Onusida

En un viaje anterior a Ginebra, Ximei pidió ayuda a Onusida para tratar mejor a los pacientes y solicitó tratamiento antirretroviral más económico o incluso gratuito. “El organismo prometió ayudarla, pero hasta ahora nadie se ha acercado ni han cumplido sus promesas”, deploró Cohen.

“Los invitamos a la proyección de la cinta, pero no asistieron; nadie se presentó al debate. Incluso les ofrecimos proyectar el documental en sus oficinas, pero no hubo interés. No entiendo cómo teniendo un edificio tan grande aquí en su sede en Ginebra, la capital de los derechos humanos, no les importa un caso como el de Ximei”, lanzó Cohen.

Al respecto, Ai Weiwei –quien inauguró una exposición en México este sábado 13– declara a Proceso: “En cuanto a Onusida, estoy decepcionado, pero no sorprendido, por su reacción al documental. Parte de las organizaciones de la ONU están influidas por la presencia de China y también están limitadas por su propia burocracia para tomar cualquier tipo de acción”.

Según datos de Onusida publicados en su informe de 2017, unas 760 mil personas viven con VIH en China. Lo que contrasta con las cifras de otras ONG que calculan que sólo en la provincia de Henan al menos 300 mil personas viven con el virus.

“Las cifras sobre VIH son un tabú en China y quizá las denuncias de Ximei sobre la negligencia del gobierno, la deficiencia del sistema sanitario en zonas rurales, la perversidad con que se trata a los pacientes que viven con el virus y la falta de comprensión a su vulnerabilidad, sean solamente la punta del iceberg”, remató Cohen. 

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