Es México, pero a la vez, es territorio independiente: no
hay acceso. Poco más de 200 comunidades establecidas en los límites entre de
Campeche y Yucatán cumplen hoy dos meses encerradas en sus pequeños
asentamientos. La consigna fue que nadie entrara ni saliera. No hasta que se
levante la contingencia.
Por esta razón, es común que al recorrer los 178 kilómetros
de la carretera que une a Campeche y Yucatán los automovilistas se encuentren
con los accesos bloqueados.
Piedras, ramas, conos, vallas, troncos, lazos, lonas y hasta
tubos, son algunos de los objetos con que estas familias decidieron montar sus
barreras y así evitar que el coronavirus llegará a sus pequeños centros
urbanos.
La falta de hospitales cercanos y la inexistencia de una
vacuna contra el covid-19, fue lo que orilló a estas personas olvidarse del
exterior por el tiempo en que el coronavirus estuviera acechando el país.
Este voluntario y absoluto encierro hace que las carreteras
luzcan como pueblos fantasmas.
Los prestadores de servicios, como albañiles, plomeros,
cocineros, enfermeros y hasta repartidores que habitualmente ingresaban a
llevar papas, refrescos, verduras o pan, ahora tampoco pueden hacer su trabajo.
Durante los primeros días, estos bloqueos estaban
resguardados por personas que vigilaban las 24 horas que nadie intentara
entrar. Sin embargo, con el paso de los días uno a uno se fueron retirando.
Hoy, solo quedan las barricadas.
Cuando se trata de ir por víveres, solo un grupo de 5
personas, en su mayoría hombres, tiene permitido salir. Su encomienda es
abastecer las listas que todas las familias de su comunidad les entregan.
Las compras las hacen en centrales de abasto, bodegas y
tiendas. El viaje dura todo el día, pues se encargan de buscar hasta el último
producto que les solicitan.
Al regreso desinfectan el vehículo donde viajan y, uno a
uno, limpian los productos que entregan a las familias. Los encomendados a esta
misión forzosamente deben bañarse antes de acercarse a sus familias.
Quien vivió de cerca el gradual cierre de comunidades fue
José Ictec, un albañil de 35 años de edad que se quedó sin empleo, pues en los
pueblos en los que ofrece sus servicios fueron bloqueados uno a uno.
“Lo único que me dejaban hacer es ingresar por mi herramienta y después, ni a cobrar lo que me debían me dejaban entrar. Así fue en todos lados: Calkiní, Carmen, Champotón, Hecelchakán, Hopelchén, Palizada, Tenabo, Escárcega, Calakmul y Candelaria. Todo está igual: su gente está bloqueando todo, pero de verdad todo”, compartió.