TEGUCIGALPA (AP) — La detención del expresidente hondureño Juan Orlando Hernández y las imágenes que siguieron -un líder con grilletes y presentado ante la prensa como un delincuente común- marcaban un fuerte contraste para un hombre que durante años pareció inmune a las crecientes acusaciones de corrupción.
Hernández tenía su primera comparecencia ante el juez fijada para el miércoles en Tegucigalpa. Fue detenido el martes a petición del gobierno estadounidense, por cargos de tráfico de drogas, empleo de armas para el tráfico de drogas y conspiración para utilizar armas en tráfico de drogas.
Fiscales estadounidenses en el Distrito Sur de Nueva York han acusado a Hernández en los últimos años de financiar su carrera política con dinero de narcotraficantes a cambio de proteger sus cargamentos.
Durante años, las imágenes fueron el escudo de Hernández. Cuando en una corte de Nueva York se le vinculaba con narcos, Hernández no tardaba en aparecer en Estados Unidos o en un acto con funcionarios de la embajada estadounidense en Honduras, reforzando la idea de que tenía el apoyo de Washington y las acusaciones eran sólo una cuestión de traficantes resentidos que inventaban historias para vengarse de él.
Mientras tanto, el descontento hacia su gobierno crecía en Honduras. Faltaba empleo, las pandillas controlaban localidades y barrios enteros, la sequía y los huracanes golpeaban zonas del país en un doble golpe devastador y Hernández se convirtió en un símbolo de todas las penurias.
Miles de personas huyeron del país y literalmente se marcharon a pie, sin nada más que una muda a la espalda. Las caravanas migrantes atrajeron atención internacional y nunca faltaron los grupos de jóvenes migrantes que exclamaban “¡Fuera JOH!», empleando sus iniciales.
«Qué bueno que lo detuvieron, era muy corrupto», dijo Ilchis Álvarez, migrante hondureño en el sur de México.
“Él estuvo 12 años en el gobierno, provocó que mucha gente migrara, hubo mucha corrupción, hubo mucho desempleo”, dijo Álvarez, que protestaba el martes en Tapachula para pedir que las autoridades mexicanas permitieran pasar a los migrantes como él hasta la frontera estadounidense.
Álvarez dijo que había perdido su empleo en una fábrica de cables durante el mandato de Hernández porque el presidente subió los impuestos. Pasó dos años buscando otro empleo antes de convertirse en taxista, pero aun así no podía mantener a sus dos hijos, de modo que hace un mes emprendió el viaje con la esperanza de llegar a Estados Unidos.
Otra migrante, Zayda Vayadares, ni siquiera se había enterado de la detención de Hernández, pero expresó su alegría. Ella viajaba con su hijo autista de seis años. Dijo que nunca había recibido ayuda del gobierno.
Durante el mandato de Hernández, afirmó, la economía empeoró y era difícil encontrar un empleo. Las pandillas siempre andaban extorsionando y asesinando, añadió Vayadares, que había acampado con otros migrantes en el centro de Tapachula.
El senador estadounidense Jeff Merkley, que presionó para que se sancionara a Hernández, dijo en un comunicado que “era completamente inaceptable que el gobierno de Estados Unidos respaldara al expresidente Hernández pese a sus estrechos lazos con el narcotráfico, incluido un supuesto patrón de emplear fondos de campaña y recursos de los contribuyentes para proteger y facilitar los envíos de drogas a Estados Unidos”.
Cuando la tercera campaña presidencial de Xiomara Castro ganó impulso con ayuda de alianzas oportunas, su candidatura canalizó el descontento de los hondureños. Los votantes la llevaron a la presidencia en las elecciones del pasado noviembre, decididos a castigar a Hernández y su Partido Nacional.
En los actos de campaña de Castro sonaba en bucle una canción pegadiza que predecía que Hernández iría a juicio en Nueva York.
“Esto les espera a los cómplices de Juan Orlando Hernández que produjeron tanto dolor, emigración y muerte al pueblo hondureño”, tuiteó el martes el vicepresidente de Honduras, Salvador Nasralla, al compartir un video en el que se veía cómo la policía sacaba a Hernández de su casa con grilletes.
La detención del expresidente “era lo que esperábamos realmente”, dijo José Heriberto Godoy, empresario de Tegucigalpa de 34 años. ”Realmente sí sentí pesar por él porque somos seres humanos y tenemos corazón”.
Herson Vásquez dijo haber pensado en la madre, la esposa y los hijos de Hernández, pero también en lo corrupta que parecía Honduras ante el mundo con su detención.
“Si es culpable de todos los crímenes que le achacan tiene que pagar”, dijo Vásquez, profesor de música de 43 años.