México enfrenta una crisis severa de personas desaparecidas: hasta noviembre del 2021 se tenía el registro oficial de 95 mil 121 personas en esta condición y más de 52 mil cuerpos no identificados de personas fallecidas, según cifras de la ONU.
Ante este escenario tan delicado y lacerante, las mujeres del colectivo Madres Buscadoras de Sonora se han dedicado imparablemente a buscar a sus hijos.
A pesar de que los años no les han traído buenas noticias respecto su paradero, ellas no pierden la esperanza.
Este Día de las Madres ellas no celebran. Con un dolor en el corazón, ellas siguen buscando, siguen arañando la tierra y el desierto preguntándose si en la próxima fosa de Sonora encontrarán los restos de sus hijos.
“Aunque sea un puñado de huesos, pero queremos encontrarlos”
“Es muy triste no saber dónde están, ni qué les pasó, lo que haya pasado, lo que quiere una es encontrarlos. Como todas las madres decimos, aunque sea un puñado de huesos, pero los queremos encontrar”, dice Linda Hernández.
Su hijo Jorge desapareció en 2019 en Nogales, lo último que supo su familia es que fue a trabajar, pero jamás volvió. Desde entonces, él pasó a pertenecer a la catastrófica cifra de personas desaparecidas en México.
Linda asegura que nunca se cansará de buscar, a pesar de la poca o nula cooperación de las autoridades.
“No siento ningún apoyo por parte de las autoridades, ningún avance. Ellos con cualquier palabra ya nos quieren quitar de encima para que no estemos preguntando. Me entrevisté con un Ministerio Público y me dijo que estaban ocupados, pero que me daría una cita. Nunca me habló, nunca lo he visto otra vez. De plano no se espera nada de las autoridades”.
Linda, al igual que otras madres pertenecientes al colectivo, han encontrado en ellas mismas la esperanza y el soporte para buscar a sus hijos. Con picos, palas y las herramientas que tengan a su alcance, escarban en los lugares más recónditos de Sonora.
“He ido a muchas jornadas de búsqueda, hemos encontrado osamentas, restos, mutilados, de todo he visto. En un principio yo me sentía mal, porque no quería encontrar a mi hijo así, pero ahorita digo -que sea lo que Dios quiera- yo lo quiero encontrar”.
Gracias a llamadas anónimas que las alertan sobre la posible ubicación de alguna fosa clandestina, las mamás se organizan para las jornadas de búsqueda que pueden durar horas.
“Nos ponemos de acuerdo por medio de un Whatsapp del grupo, nos quedamos de ver en una parte pública para que sea bastante gente. Llevamos aguas, bebidas hidratantes y lonche porque sabemos que vamos al monte, a los cerros (...) podemos durar seis, siete horas, depende, pero casi es todo el día”.
Cada vez que Linda recibe una de estas llamadas su corazón se acelera ante la incertidumbre de saber si en la próxima búsqueda encontrará a su hijo.
“Cada vez que hay una de estas llamadas, siento miedo y esperanza de encontrar a mi hijo, pienso que ya va a tener un lugar digno donde estar y que voy a poder saber dónde esta (...) son muchas emociones. Cuando andamos en el monte siento una adrenalina de todo, tristeza, esperanza, de saber que podemos encontrar a alguien, si no es mi hijo, pues de alguien más, para que una familia ya descanse”.
A pesar que las autoridades le han cerrado la puerta, Linda le insiste al gobierno en que tome acciones para localizar a su hijo.
“¿Por qué no entienden las autoridades que no nada más son fotos? Son personas que están desaparecidas que tienen mamás, tías, abuelas. Son personas, son humanos que están desaparecidos, ¿por qué no sensibilizan su corazón? Piensan que no hay familias que sufren por esas personas. Debería haber más comisiones para desaparecidos, dicen que sí hay, pero creo que no es suficiente, no hay suficiente ayuda”.
Linda Hernández no pierde la esperanza de encontrar a su hijo.
“Siempre lo voy a amar, en donde esté que Dios lo cuide y lo proteja, no sabemos en verdad en dónde esté, a lo mejor anda por ahí, ojalá lo vuelva a ver (...) su familia nunca lo va a olvidar, siempre los vamos a amar, siempre será mi hijo en donde quiera que esté, yo le mando todas mis bendiciones de madre en dónde esté”.
Impunidad y negligencia
El informe que dio a conocer el Comité contra las Desapariciones Forzadas de la ONU hace unos días reflejó que la impunidad es uno de los factores que ha potenciado la desaparición de personas en los últimos 15 años.
Hasta el 26 de noviembre del año pasado, solo se judicializó entre el 2 y el 6 por ciento de los casos y a nivel nacional solo se han emitido 36 sentencias en contra de este delito.
“Las autoridades no hacen nada y el plebe no más no aparece y hasta las ganas de ir a las autoridades se nos quita porque no hay avance con ningún caso, con nada”, señala Letty Rivera, madre de Julián Francisco, quien desapareció el 27 de junio de 2020 mientras cumplía con su rutina de trabajo en una purificadora de Hermosillo.
“Ya tenía 10 años ahí cuando llegaron unos hombres armados y se lo llevaron. Se puso denuncia y todo pero no más no hacen nada entonces decidí unirme al colectivo de madres buscadoras para salir a buscarlo a ver si lo encontraba pero hasta ahorita no más no”.
La actitud pasiva de las autoridades ha contribuido no solo al aumento y encubrimiento de las desapariciones sino que pone en riesgo a las personas que pretenden encontrar a su familiares a ultranza como fue el caso de Letty, a quien secuestraron en octubre de 2021 para impedir que continuara con su pesquisa.
“Me llegaron y me dijeron que ya no lo buscara porque no lo iba a encontrar nunca. Uno no quita el dedo del renglón, ¿cómo yo voy a dejar de buscar? Me estás pidiendo algo imposible le digo, porque aunque me lleves, apenas muerta, no voy a dejar de buscarlo. La verdad que así apenas y se puede porque ya muerta uno pues quién lo va a buscar”, narra Letty.
“Ni me imaginaba, yo pensaba que eso podría haber pasado cuando recién se llevaron a mi hijo. Después de un año y feriecita que me va tocando, pues ni modo dije, ya qué. Todas estamos expuestas a que nos pueda pasar eso después de tanto tiempo, para ellos no existe el tiempo, ellos hacen las cosas cuando se les da la gana”, refiriéndose el crimen organizado.
A partir de ahí, Letty se inscribió en el Mecanismo de Protección para Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas que ha recibido múltiples quejas por las fallas que presenta. A pesar de eso, no ha suspendido su labor pues sabe que las autoridades no solo soslayarán el cumplimiento de su deber sino que entorpecerán las acciones de su grupo.
“Las autoridades nos tienen en el olvido. Y luego de pilón cuando encuentran cuerpos que los echan a la fosa, es un proceso en el que se batalla otra vez. Ya nos ha tocado a varias del colectivo. Se los llevan en una fecha y a pesar de encontrarlos a los días, aún así los echan a la fosa común. No sé porqué estarán trabajando así, lo que quisiéramos es que no hicieran eso porque pues es más duro para nosotras”.
El subsecretario de Derechos humanos, población y migración, Alejandro Encinas admitió en marzo que existen un poco más de 52 mil cuerpos sin identificar en los servicios forenses y en las fosas comunes del país, de los cuales el 80 por ciento se concentra en 10 entidades, incluyendo Sonora.
Ante la situación apremiante, el senado aprobó a finales de abril la creación del Centro Nacional de Identificación Humana (CNIH), el cual busca defender el derecho a la búsqueda así como garantizar la identificación de personas desaparecidas.
Sin embargo, grupos señalan que la iniciativa “nació muerta” desde que se decidió que no se otorgaría presupuesto adicional al ya aprobado para el presente ejercicio fiscal y subsecuentes, es decir, que no contará con recursos para llevarse a cabo.
Letty desconfía tanto del CNIH como de las nuevas disposiciones a la Ley General en materia de Desaparición Forzada de Personas y de Desaparición cometida por Particulares aprobadas recientemente por el Congreso pues según afirma, limitan la colaboración del colectivo, propiciando retrasos en el proceso de identificación.
“Con la nueva ley ya ni quieren que destapemos los cuerpos pero ellos no quieren escarbar, no quieren andarse cansando. Nosotras aún así lo seguimos haciendo pues ni modo qué vamos a hacer. Es la única esperanza para nosotras poder ver y saber que no es uno de nosotros o si lo es. Es lo único que tenemos para estar a gusto”.
“Si así duran mucho y luego que los echan a la fosa común, imagínate ahora que ya no veamos la ropa que traen ni nada, va a ser más tiempo yo creo, más tardado va a ser todo”, agrega.
“Entre risas y llantos, ahí la vamos pasando”
Aún sin respaldo y pese a las múltiples adversidades, las madres no han cedido ni planean hacerlo pues ven al colectivo como un medio para resignificar su existencia.
“No hay como tener el mismo dolor para entender todo esto. No convivo con todas porque somos como 300 madres buscadoras en Sonora, pero estoy al 100 con ellas. Tenemos convivios, nos juntamos, platicamos, todo eso”, describe la madre de Marco Antonio, desaparecido desde el 15 de septiembre del 2017.
Su nombre es Baudelia Castillo, ella fue de las pioneras en el colectivo fundado por Ceci Patricia Flores Armenta en el 2019. Antes de eso formó parte del grupo de buscadoras “Guerreras” de Guaymas pero se distanció por algunos percances que surgieron. Después de la ruptura conoció a Flores con quien “caminó y caminó en el monte” siguiendo las posibles trazas de sus hijos hasta que se formó el colectivo.
“Para mí estar en el colectivo es algo muy grande. Ser una madre buscadora de Sonora es lo mejor que puede haber. Para nosotras es muy bueno, soy la encargada de aquí cuando Ceci Patricia no está, yo soy feliz de la vida con el grupo”.
El hijo de Baude, como le gusta que la llamen, atendió una petición para transportar a un grupo de personas a Navojoa. Que por el viaje le darían cinco mil pesos, le dijeron. Después de ese día no regresó con su familia.
A raíz de su ausencia, Baude tuvo que volver a ser madre. Actualmente distribuye sus labores entre el cuidado de los cuatro descendientes que dejó Marco Antonio, su búsqueda en el desierto implacable y la venta de potajes para sobrevivir y cubrir los gastos de la travesía.
“Entre risas, llantos y tristezas”, Baude al igual que las 300 mujeres que integran el colectivo continúan con su día a día inevitablemente rasgado por la ausencia de sus vástagos.
“Pues ahí vamos pasando, hay veces que te puedo decir me rajo, pero no, puede más el amor de mi hijo para seguir buscando”.