(Proceso).- La actriz performance Estefanía Vega tenía menos de una semana de haber viajado de México a Palestina para desarrollar un proyecto artístico y de intervención de espacios con una beca del gobierno federal, cuando la sorprendió el conflicto en Medio Oriente .
Entonces, el proyecto artístico fue hecho a un lado para dar paso al activismo.
La artista originaria de Acámbaro, Guanajuato, y con estudios de licenciatura en Teatro de por la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Michoacana, forma parte de un grupo de personas de la comunidad internacional solidaria con Palestina que hacen presencia e incidencia en pueblos y comunidades atacadas por Israel, para inhibir en lo posible la violencia y atrocidades de la guerra.
Con el propio riesgo encima, Estefanía ha pasado ya un mes en la zona de Cisjordania, entre Ramala y los poblados de los alrededores, en aldeas amenazadas, junto con activistas originarios de diversos países, acompañando a familias cuyas viviendas son allanadas por fuerzas israelíes.
Estefanía ya había estado en Palestina en 2018, en una primera residencia artística con una beca del PECDA (Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico), para desarrollar un proyecto con otro compañero, inspirado en el Nakba (como se conoce al éxodo palestino en 1948, cuando fue creado el Estado israelí).
“Muchos de los palestinos en el Nakba cerraron sus casas y se llevaron la llave. Esa llave representaba para ellos que iban a volver, se suponía. Pero como se asientan como ocupantes de un territorio que no les pertenece, todos esos palestinos pasan a ser refugiados, y afuera de cada campo de refugiados hay una llave enorme; es como la llave del retorno, simboliza el regreso de los palestinos a su tierra”.
La artista recorrió localidades como Jerusalén, Belén, Hebrón, Ramala, el campo de refugiados de Yenin e hizo entrevistas sobre lo que significa actualmente para los palestinos esta llave como objeto de memoria.
En esa ocasión, conoció el Teatro de la Libertad, con sede en el campo de Yenin. Gracias a ese contacto, pidió colaborar con esta organización en una nueva residencia y accedieron, por lo que volvió el 2 de octubre pasado.
La acambarense tiene sus propias marcas a cuestas pues un familiar suyo está desaparecido y eso cambió su forma de ver no solamente la vida, sino el teatro.
“Me di cuenta de que yo no podía seguir haciendo el mismo tipo de teatro que se hacía en la escuela porque ya no estaban dentro de mi contexto, de lo que yo estaba viviendo”.
Esto ocurrió cuando todavía estaba estudiando teatro en la Universidad Michoacana, que abandonó en el último año para después graduarse por examen.
“Estuve casi ocho años colaborando con un programa de teatro de Tampico que se llama Teatro para el fin del mundo, es un programa de intervención de espacios en ruina marcados por la violencia. También tenían un festival multidisciplinario para el migrante, todo mi trabajo se fue yendo hacia lo político y de la mano a lo social. Me alejo del teatro convencional, empiezo a hacer más contemporáneo, escena expandida o lo que llaman teatro posmoderno, y se empieza a decantar todo mi trabajo hacia ese lugar”, explica en una conversación que sostuvo con Proceso mediante una llamada de whatsapp el 16 de octubre.
Estefanía montó “Bulldozer”, obra que abordaba “el proceso de colonización, que mucha gente llama conflicto” entre Israel y Palestina:
“La temática era sobre un soldado israelí que tiene una cita con una chica palestina. Yo no tenía tanto conocimiento, sólo lo que había escuchado, y me puse a investigar, a leer, a documentar. Desde entonces no suelto el tema”.
Es así como en las dos ocasiones en que ha sido merecedora de la beca ha optado por hacerla en Palestina. Pero en este segundo viaje, el rumbo de su proyecto cambia:
“La residencia es de gestión libre; es decir, tú gestionas con quién vas a llegar, por cuánto tiempo, con qué personas vas a llegar, con un colectivo, un teatro. Yo escribí al Teatro de la Libertad y aceptaron que la hiciera con ellos”.
El Teatro de la Libertad (The Freedom Theatre) es un centro cultural en Cisjordania, cuyo proyecto contribuye a la resistencia, la lucha por la liberación, formando además a jóvenes en las disciplinas escénicas, en medio de una embestida que particularmente ha tocado a esta localidad debido al impacto internacional que ha tenido la actividad del centro cultural.
“Fue fundado por una artista palestina (Arna Mer-Khamis) que se casó con un judío. Tiene mucha historia; la mayoría de estos niños estuvieron mucho tiempo trabajado con ella, y cuando suceden la primera y segunda Intifada, se meten a la resistencia palestina y muchos fallecen”.
Estefanía Vega se describe como “una artista desde el cuerpo”. En México, ha trabajado con niños de padres migrantes en Guanajuato; en proyectos sobre la violencia en los territorios; ecocidios, “todo desde el teatro, pero ya va más hacia la performance y hacia lo que llaman artes vivas, no un texto y una obra ensayada, sino más documental”.
Ya en Palestina, comenzó a hacer acciones e intervenciones con su cuerpo cerca del muro levantado ante Cisjordania.
“Es muy imponente ver un muro de 8 metros de alto dividir una ciudad de Palestina de otra ciudad de Palestina, es muy absurdo, no tiene sentido. Y pensar y ver que los palestinos tienen que cruzar por puestos de control y pueden durar horas ahí parados y ver la violencia sistémica que generan en los palestinos. No encontré otra forma de traducirlo que el cuerpo”, narra.
Fue así como empezó a hacer una danza a la que llamó “del retorno”, frente a los puestos de control israelíes:
“Mi compañero hizo intervenciones al muro con guiones gráficos (‘storyboard’) que se quedaba pegado en el muro, y una obra de teatro, (‘Nakba’). Y pude ver con mis propios ojos lo que hace años leía, sin que nadie me contara”.
Al mismo tiempo, la actriz tuvo contacto con organizaciones como el Movimiento Internacional de Solidaridad con el pueblo palestino, y fundó el colectivo “Artistas mexicanos por Palestina”.
La artista (o artivista, como ahora se define) aclara que nunca recibió una agresión directa de la milicia israelí en sus intervenciones y performances, pero que en esas vivencias “la última vez que hicimos una intervención cerca de una puerta de acceso, estábamos pegando el ‘storyboard’ y de repente vemos una luz roja que nos recorre el cuerpo, al voltear hacia la torre de vigilancia nos estaban apuntando”.
Regresó a México muy afectada por lo que vio:
“Dejé mis redes sociales y dejé de estar con contacto con palestinos porque me ponía a llorar sin parar, hasta que un día un amigo palestino me contactó y me dijo: ‘a ver, nosotros no somos víctimas, somos luchadores por nuestra libertad, no somos víctimas. Vivimos todos los días, lo mejor que puedes hacer es hablar de lo que pasa acá y vivir’”.
Entonces, además de los proyectos artísticos, “la mayoría de mi trabajo ha ido mucho desde el activismo pro-palestino y otras vertientes desde los derechos humanos”, dice.
Fue así como se integró a ser representante cultural del BDS (Boicot, Desinversión y Sanción contra Israel, creado originalmente en Sudáfrica como una lucha contra el apartheid), “y desde hace un año formo parte de una red de trabajadores de la cultura a nivel Latinoamérica, somos unos veintitantos colectivos de casi toda Latinoamérica que trabajamos en favor de Palestina”.
--¿Qué está haciendo con el proyecto artístico y en qué condiciones?
--Proyecto cómo se modifican los cuerpos femeninos en los procesos de represión y violencia sistémica, ante el mundo, ante pasar todos los días los puestos de control. Hay métodos de represión y violencia que aplican sólo con las mujeres palestinas, de eso no se habla y tampoco lo hablan tanto los palestinos, es una cuestión de violencia muy fuerte, también es una cuestión de vergüenza.
“Claro que el cuerpo se modifica ante ello. Parados horas esperando que les abrieran el puesto de control. Si algo se modificaba en mi cuerpo mientras yo bailaba, claro que algo se modifica en el de ellos”.
Estefanía cuenta que el 2 de octubre, al arribar al aeropuerto de Tel Aviv, se dio cuenta de que la situación había cambiado.
“Fue muy violenta la llegada al aeropuerto; me retuvieron como tres horas sin decirme por qué, sin mi pasaporte, fueron preguntas, preguntas, preguntas. Afortunadamente no me quitaron el teléfono y estuve en contacto con una amiga de acá. Me hicieron las mismas preguntas como tres veces y al final me dejaron pasar”.
Logró llegar a la sede del Teatro de la Libertad y comenzó a trabajar con niños y a desarrollar sus actividades, pero unos pocos días después, el caos se desató.
“Yo tuve que salir de Yenin con el ataque (del 7 de octubre)… me di cuenta de que hay tres formas de resistencia en Palestina: la armada, la cultural --hay muchísimos teatros y muchísimos artistas acá-- y la del día a día”.
Se trasladó a otra ciudad y desde allí se ha desplazado con el Movimiento de solidaridad internacional a pueblos y aldeas.
“Me dijo el director (del teatro) que puedo estar en mi proyecto o en las acciones. Quiero estar en ambos, en este momento el teatro no me alcanza para hacer, no es suficiente. Es más importante también la presencia, estar de todas las formas posibles, ir a las aldeas a hacer presencia para inhibir ataques, que vean que hay comunidad internacional y no se acerquen.
“La Franja de Gaza está viendo un genocidio, pero también Cisjordania, están asesinando palestinos todos los días; los chicos sólo lanzan piedras, son piedras contra balas. La mayoría tienen 15, 17, no llegan a los 30 años”.
--¿Estás en comunicación con tu familia sobre tu situación?
--Tengo contacto con ella, saben que estoy acá, aunque muchas de estas cosas no se las digo.
En una segunda llamada el jueves 26 de octubre, Estefanía describe cómo la situación en Palestina se ha complicado:
“Los colonos israelíes han tomado la ley, salen uniformados como militares y están despojando a muchísimos palestinos de sus tierras, hay muchos asesinatos”.
Ya le tocó el sábado 21 que, al estar acompañando a un grupo de familias en una comunidad junto con otro activista de nacionalidad irlandesa, todos fueron encañonados y despojados de sus teléfonos celulares, mismos que destruyeron para que las personas no pudieran grabar ni comunicarse, contó, para finalizar:
“Yo pienso quedarme allá y seguir haciendo lo que estoy haciendo. Por ahora la organización me pidió quedarme unos días quieta y bajo resguardo. Pero lo seguiré haciendo hasta donde me sea posible”.