Una noche cálida de mayo de 1986, Diego Armando Maradona y un puñado de jugadores de la Selección de Argentina entraron de improviso al Bar Bar, el antro de Insurgentes Sur que muchos años después se haría famoso porque ahí balearon a otra celebridad del balompié: Salvador Cabañas.
La Selección de Argentina fue la primera en llegar a México para participar en la decimotercera Copa Mundial de Futbol, pequeño detalle táctico que seguramente ayudó para que los albicelestes se coronaran en el Estadio Azteca, el 29 de junio de aquel año.
La vez que Maradona entró al Bar Bar, yo estaba ahí porque en ese lugar se celebraba, con pomos y sin platillos, el lanzamiento de la revista Diva, donde yo colaboraba.
Cuando Diego pisó suelo mexicano, él ya había jugado con su país en el Mundial de España y luego con el Barcelona, sin demasiado brillo en ambos casos, aunque empezaba a transformar al Nápoles en un equipo importante. Sin duda, ya era famoso, pero no tanto como lo sería unas cuantas semanas después, cuando él mismo levantó la copa en el Azteca luego de ganarle 3-2 la final a Alemania.
En el Bar Bar me acerqué a platicar y pistear con Maradona, un tipo bajito de estatura, correoso, desmadroso y afable, con marcado acento porteño y muchas ganas de cotorrear.
Cuando él se dio cuenta que yo conocía a Maribel Guardia, quien estaba ahí porque había aparecido en la portada de la revista, me dijo muy confianzudo: “Oye, barbas, ¿por qué no me la presentás?”. Le dije que sí. Entonces, Diego replicó: “Traéla a la mesa”. Mi respuesta fue: “¡Ni madres!, si quieres que te la presente, vamos a donde está ella”; ni tardo ni perezoso, se puso de pie y andó.
Cuando los presenté, Maribel confesó que no sabía quién era Maradona, lo que le hizo mucha gracia a Diego. Los dejé que platicaran solos y al poco rato se pusieron a bailar.
Más tarde volví a charlar con el Pelusa en su mesa, pero cuando sintió que mis preguntas tomaban un sesgo periodístico, me dijo que mejor lo buscara en el campamento de su Selección (en las instalaciones del América, en Villa Coapa). Le dije que no me iban a dejar pasar y él contestó: “Deciles que eres el barbas y sí pasás” (nunca lo intenté, ¡chale!).
Diego y sus compañeros se fueron del Bar Bar y la fiesta continuó. Ya muy tarde, mientras yo hablaba otra vez con Maribel Guardia (en vez de bailar, ¡carajo!), se acercó el entonces americanista Carlos Hermosillo y le dijo a la actriz: “Hola, Maribel, ¿cómo estás?”. Ella lo saludó con la cordialidad que acostumbra con todo mundo y Hermosillo reviró inquieto: “¿No me conoces?”.
Yo andaba medio briago y me atreví a decirle al delantero mexicano: “¡No manches, si ella no sabía quién es Maradona, cómo va a saber quién eres tú!”. Por supuesto que me salvé de un madrazo del fornido jugador de 1.88 metros de estatura, pero no de una mirada suya con forma de pistola (eso en el Bar Bar, tal como quedó demostrado con el tiempo, no era poca cosa).
Cuando Argentina se enfrentó a Inglaterra en el Estadio Azteca, yo estaba en la parte más alta de las tribunas, al lado de mi amigo Arnulfo Domínguez (periodista mejor conocido como Arnulfo el bueno, ya que Arnulfo el malo era el escritor de apellido Rubio, que en paz descanse).
Sucedió que Arnulfo el bueno traía colgados del cuello unos binoculares maravillosos y me los prestaba cada vez que se los pedía. Quiso Dios (obviamente ese día estaba en el estadio) que un minuto antes del segundo gol de Argentina, yo le pidiera los binoculares a mi cuate y él me los cedió en buena onda. Fue así que pude ver de cerca lo que se ha dado en llamar el gol del siglo: Diego tomando el balón en terreno argentino, avanzando 55 metros y driblando a medio equipo inglés, para finalmente conseguir algo más que una anotación: una obra de arte según Valdano y una especie de venganza del pueblo argentino por las atrocidades inglesas en las islas Malvinas, cometidas cuatro años antes.
El primer gol de aquel partido lo vi sin binoculares y juraba que había sido anotado con la cabeza. Luego supe que la pelota fue desviada por la misma mano que días atrás sostenía un vaso de pisto en el Bar Bar.