Noticias de Yucatán.
La llamada del 13 de mayo no fue la primera ni la última. Pero sí la que rompió todo. La que obligó al periodista Juan de Dios García Davish y a su esposa, también periodista, María de Jesús Peters, a hacer las maletas, buscar amigos fuera de México y prepararse para huir. “Vamos a matar a tu familia”, escuchó rabioso García del otro lado del teléfono. La voz, conocida por otras amenazas, repetía la manera en la que asesinarían a su esposa y a su hija si “no cooperaba”. También tenían su dirección. Y en Tapachula, una ciudad de 300.000 habitantes de Chiapas, capital de la frontera sur de México a la que no mira nadie, excepto con una nueva caravana de migrantes, ese dato es suficiente para que le tiemble a un reportero el alma. “Yo he estado en el culo del diablo, no es la primera vez que paso miedo, pero nos acordamos de Freddy”, señala García en una entrevista a este diario, a cientos de kilómetros de su casa.
Freddy López era un periodista conocido de la pareja, había recibido amenazas y fue asesinado en octubre pasado a las puertas de su casa en San Cristobal de las Casas, también en Chiapas. La realidad violenta que acosa a los periodistas en el país ha convertido estas llamadas de teléfono, tan habituales desde hace años para muchos reporteros de provincias, en una posibilidad muy real y tangible de muerte. En lo que va de año han sido asesinados al menos 11 reporteros, una de las cifras más altas de violencia contra el gremio desde que se tiene registro y Reporteros Sin Fronteras ha considerado al país como el rincón del planeta más mortífero para la prensa. Un periodista de provincia en México corre más riesgo que un reportero de guerra.
María de Jesús Peters, que ganó en 2020 el premio Ortega y Gasset a Mejor Fotografía por una imagen que se convirtió en un símbolo de la tragedia humanitaria de los migrantes que buscan cruzar México para llegar a Estados Unidos, cuenta que hasta que no hablaron con colegas de medios estadounidenses no habían sido capaces de dimensionar el problema en el que estaban metidos: “Todos nos decían que saliéramos de ahí. De Tapachula, donde nacimos y donde tenemos nuestro trabajo y nuestra vida. Al principio, pensamos que podían exagerar, pero luego nos preguntamos: ¿Qué es lo que ven ellos que no estamos viendo nosotros?”. Responde enseguida: “Que nos están matando en todo el país”. Y García agrega: “Y que no tenemos ninguna garantía. Ni siquiera sabemos qué pasó con Freddy. Nadie va a investigar lo que nos suceda a nosotros”.
Tanto García como Peters denunciaron ante la Fiscalía la llamada amenazante, como lo hicieron años anteriores. En ningún caso se resolvió nada. Les prometieron protección, con vigilancia permanente en su domicilio de patrullas y hasta de la Guardia Nacional, pero por su casa no se asomó ninguna autoridad. Y decidieron salir de ahí. Su objetivo es huir de México, pues consideran que el Gobierno es incapaz de protegerlos, así como a otras decenas de periodistas amenazados y desplazados, tal y como han denunciado organizaciones civiles como Artículo 19.
El trabajo de García y Peters ha iluminado una región oscura, pobre y cruel a la que pocos han querido mirar. Tapachula y sus pueblos colindantes suponen el principal punto de entrada de miles de migrantes que buscan cruzar el país hacia el norte, pero también un punto clave de trata de personas, explotación infantil y un corredor fundamental para el tráfico de drogas desde Sudamérica.
Aunque esté rincón gris enclavado de forma artificial entre la selva y la costa oeste de Chiapas, solo ocupa las portadas de la prensa internacional por las caravanas de migrantes que angustian a Estados Unidos, en la sombra y sin que ninguna autoridad lo impida, caciques, algunos dueños de hectáreas cafetaleras y de plantaciones de frutas como plátano o mango, se asocian con narcotraficantes, consiguen mano de obra regalada de extranjeros sin papeles, y se disputan los montes, con miles de familias desplazadas por la violencia. Todo esto han contado los dos reporteros desde hace décadas. Y por eso ninguno es capaz de garantizar quién quiere matarlos. Puede ser cualquiera.
García, de 62 años, es director de la agencia Quadratín en Chiapas y Peters, de 52, corresponsal del diario El Universal. Pero además, su trabajo extra estos años ha consistido en guiar a los periodistas extranjeros, principalmente estadounidenses, para reportear en esta franja tan desconocida e invisible de América. Ellos son los que hacían posible que las cámaras ingresaran en las zonas más crueles e inhumanas que ocultan las postales de Chiapas. Sabían por dónde, hasta dónde, con quién, y permitían que quienes reporteaban unas semanas en este territorio tan complejo no se quedaran solo en la superficie. Gracias en parte a su trabajo y al de los reporteros que continúan trabajando en esta zona, muchos conocen la frontera menos contada, el punto de entrada de todos los que se agolparán después en el muro con Estados Unidos.
La primera vez que los amenazaron de muerte fue en 2016. Ya habían denunciado las miserias de esta región e incomodado tanto a empresarios cafetaleros que explotaban a niños guatemaltecos en sus fincas, a traficantes de personas y otros acusados de explotación sexual, como a algunas autoridades que lo permitieron. Esa llamada la recuerdan ahora, pues la voz de la persona que los amenazó recientemente, según Peters, es la misma. Esa primera vez la grabaron:
—Mira, estás hablando con tu servidor y amigo, el comandante Ramón Rocas Suárez, a tus órdenes. Todo el mundo me conoce como el comandante Z-24 del brazo armado del cartel de los Zetas. Me imagino que has escuchado hablar de nosotros... Yo te pregunto, señor García, ¿cómo te gustaría estar en estos momentos con el cartel de los Zetas, como amigos o como enemigos?
—Yo prefiero mantenerme a un lado.
—Yo sé que parte de tu labor es publicar. Pero a lo que venimos es a llegar a un arreglo a través de la vía pacífica. Si es que te interesa el bienestar, la paz y la tranquilidad de tu gente.
—Voy a tomar esto como una amenaza, ya es cosa de ustedes lo que hagan o dejen de hacer.
—Mira, yo te voy a comentar una cosa. Tengo tres camionetas afuera de tu domicilio. Venimos a pedirte un apoyo económico a cambio de la paz de tu familia. Y estamos tocando a la puerta de manera pacífica. Si no lo quieres, cuélgame. El dinero no te devuelve a tu familia.
—No me interesa, hermano.
—Entonces aquí no hay más que hablar, compadre.
Ese día la amenaza no se cumplió, pero llegaron más llamadas en los últimos años. El hombre que llamó el 13 de mayo se hacía llamar el comandante Arturo Valencia Díaz y solo dijo que pertenecía a un cartel del crimen organizado, no a cuál. Pero esta vez, García y Peters han preferido responder largándose de ahí. No saben por cuánto tiempo ni qué harán lejos de su casa, de su familia y de su única fuente de ingresos. “Yo puedo trabajar en Estados Unidos. El tema es de qué. Si yo no sé hacer otra cosa”, apunta García.
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