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Acapulco.- Francisco, el único hijo de Dominga, estaba a punto de terminar una maestría en Psicología. Tenía 36 años y ahora le tocaba a él a ayudar a su familia, que se había dejado la piel para intentar sacarle del empobrecido barrio donde vivían en una de las laderas que rodean el famoso puerto de Acapulco.
Arturo, el hijo de 19 años de Elisa, estaba en su primer año de universidad. Estudiaba Electromecánica y era la “única esperanza” de futuro para su madre. Ambos fueron asesinados.
Una familia optó por el silencio para garantizar su seguridad. La otra exigió justicia y, debido a eso, tuvo que dejar su casa y su negocio.
Arturo, el hijo de Elisa, fue secuestrado por sus compañeros de la universidad en enero de 2013. Ella pagó el rescate pero no valió para nada. Dos días después, el cuerpo de Arturo se encontró tirado en una calle y con signos de tortura.
Todo apunta a que Arturo fue la última víctima de una banda de secuestradores que mataron a 39 personas en Acapulco. Los secuestradores visitaban a las familias haciéndose pasar por sus amigos y así conocer su capacidad económica. Una vez cobrado el rescate, los mataban.
Pero a diferencia de Dominga, Elisa no se cruzó de brazos.
“Cuando encuentro a mi hijo muerto, igual me dio ese valor decidir: ‘Bueno, voy a llegar hasta las últimas y quiero saber quiénes fueron’”.
Elisa se había cruzado con los presuntos secuestradores de su hijo en múltiples ocasiones y llevó a los investigadores hasta la casa de una joven que le había invitado a salir el día que desapareció. Asegura que las autoridades cuentan con la confesión de esa mujer y videograbaciones sacadas de sus celulares que muestran las últimas horas de las víctimas.
“Tuve que reconocer el vídeo donde tienen amarrado a mi hijo, donde lo tienen con una cinta en la boca, donde lo tienen vendado de los ojos y donde lo están golpeando, lo están picando, donde lo están torturando”, recuerda la mujer con el dolor todavía presente.
Sin embargo, más de tres años después, ninguno de los detenidos en el caso ha sido condenado.
Hace un año, Elisa tuvo que huir con los hijos que le quedan cuando uno de los sospechosos fue liberado y, poco después, fue asesinado el padre de otra víctima que había presionado mucho para que la investigación prosperara. Ella asegura que algunos de los acusados por la muerte de su hijo la han amenazado y tiene una cosa clara: si salen libres, se tomará la justicia por su mano.
“Me compraría un arma y haría el intento de acabar con dos o tres”, sentencia. “A eso me están obligando las autoridades, no porque yo lo quiera hacer, pero me están obligando a ser una asesina igual que ellos.” (Debate).
- Dos madres de familias lloran la muerte de sus hijos que fueron secuestrados y posteriormente asesinados
Acapulco.- Francisco, el único hijo de Dominga, estaba a punto de terminar una maestría en Psicología. Tenía 36 años y ahora le tocaba a él a ayudar a su familia, que se había dejado la piel para intentar sacarle del empobrecido barrio donde vivían en una de las laderas que rodean el famoso puerto de Acapulco.
Arturo, el hijo de 19 años de Elisa, estaba en su primer año de universidad. Estudiaba Electromecánica y era la “única esperanza” de futuro para su madre. Ambos fueron asesinados.
Una familia optó por el silencio para garantizar su seguridad. La otra exigió justicia y, debido a eso, tuvo que dejar su casa y su negocio.
Arturo, el hijo de Elisa, fue secuestrado por sus compañeros de la universidad en enero de 2013. Ella pagó el rescate pero no valió para nada. Dos días después, el cuerpo de Arturo se encontró tirado en una calle y con signos de tortura.
Todo apunta a que Arturo fue la última víctima de una banda de secuestradores que mataron a 39 personas en Acapulco. Los secuestradores visitaban a las familias haciéndose pasar por sus amigos y así conocer su capacidad económica. Una vez cobrado el rescate, los mataban.
Pero a diferencia de Dominga, Elisa no se cruzó de brazos.
“Cuando encuentro a mi hijo muerto, igual me dio ese valor decidir: ‘Bueno, voy a llegar hasta las últimas y quiero saber quiénes fueron’”.
Elisa se había cruzado con los presuntos secuestradores de su hijo en múltiples ocasiones y llevó a los investigadores hasta la casa de una joven que le había invitado a salir el día que desapareció. Asegura que las autoridades cuentan con la confesión de esa mujer y videograbaciones sacadas de sus celulares que muestran las últimas horas de las víctimas.
“Tuve que reconocer el vídeo donde tienen amarrado a mi hijo, donde lo tienen con una cinta en la boca, donde lo tienen vendado de los ojos y donde lo están golpeando, lo están picando, donde lo están torturando”, recuerda la mujer con el dolor todavía presente.
Sin embargo, más de tres años después, ninguno de los detenidos en el caso ha sido condenado.
Hace un año, Elisa tuvo que huir con los hijos que le quedan cuando uno de los sospechosos fue liberado y, poco después, fue asesinado el padre de otra víctima que había presionado mucho para que la investigación prosperara. Ella asegura que algunos de los acusados por la muerte de su hijo la han amenazado y tiene una cosa clara: si salen libres, se tomará la justicia por su mano.
“Me compraría un arma y haría el intento de acabar con dos o tres”, sentencia. “A eso me están obligando las autoridades, no porque yo lo quiera hacer, pero me están obligando a ser una asesina igual que ellos.” (Debate).