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Un hombre avanza sobre el lecho del lago de Texcoco en la época del esplendor mexica. Es tiempo de estiaje y la poca profundidad del agua le permite cumplir su ritual: construye una especie de mesa de 16 metros con estacas de madera con alimentos, frutas, copal, figurillas de dioses de barro, conchas, cuentas de piedra verde en honor a Tláloc y Chalchiuhtlicue, deidades del agua celeste.
Seiscientos años después, un hombre camina en aquel lugar. Es la época en que máquinas, grúas y camiones levantan el Nuevo Aeropuerto de México (NAIM). Igual que su antepasado, la poca profundidad del agua le permite al hombre cumplir su ritual: instala una mesa parecida y encima elementos similares a los anteriores.
A esto se le llama arqueología experimental. “Se trata —dice Pedro Francisco Sánchez Nava, coordinador nacional de Arqueología del INAH— de descubrir los anhelos, temores, pasiones y necesidades que tenían las sociedades que vivieron en este mismo lugar hace 600 años”.
Este trabajo arqueológico estuvo a cargo de Francisco Ortuño, quien, junto con su equipo de arqueólogos, siguió las huellas de nuestros antepasados en la parte central del lago de Texcoco, que hoy está desecado y en cuyo terreno se construye el NAIM. “Esta ha sido una zona casi olvidada, tanto durante los 400 años de la época colonial como en la época del México independiente”, explica.
Arqueológicamente, antes solo había el registro de un recorrido a cargo de la Universidad Autónoma Chapingo, junto con el investigador estadunidense J. Parsons.
Arranque
El proyecto arqueológico inició en 2012, cuando el INAH tuvo la oportunidad de, por fin, hacerle justicia a aquellos pobladores del epiclásico (del año 700 al 950) que vivieron en esta parte del lago y a las culturas posteriores.
Ortuño, encargado del proyecto arqueológico Latexo o Lago de Texcoco, propone una imagen antigua a partir de los hallazgos recientes: “La gente de los alrededores iba en 100 o 200 canoas, con sahumadores —como los 20 o 30 que hemos encontrado dispuestos alrededor de sus altares—. La gente iba produciendo diversos sonidos con sus silbatos y tambores; llegaban al punto indicado, sahumaban a los cuatro vientos y posteriormente, como indican las fuentes históricas, es posible que hicieran algún sacrificio, aunque nosotros no hemos hallado vestigio alguno”.
La idea era solicitar, mediante estos rituales, que siguiera lloviendo o que dejara de llover porque eso afectaba la importancia
que tenía para ellos el lago sagrado de Texcoco. De ello dan cuenta más de 2 mil fragmentos y 200 piezas completas halladas hasta ahora.
Los altares sobre los que se disponían los objetos eran rectangulares, una especie de mesas de entre 16 y 24 metros cuadrados, donde había diferentes piezas de cerámica y mezclas, por ejemplo, de copal con hule que representaban la sangre de los seres humanos.
Los trabajos iniciaron con una prospección de la zona, “caminar por el lugar por el que transitaron esos pobladores hace cientos de años. Lo hacemos de manera sistemática, pero siempre con una regla: siempre a una distancia tal que un arqueólogo pueda ver a otro”.
Esas caminatas se marcaron en un mapa con ayuda de un geolocalizador; cuando un arqueólogo encontraba una concentración de elementos (vestigios), se colocaba una banderita. Cuando finalmente terminaron de caminar, se analizó la información y se eligieron las áreas donde era necesario excavar.
El equipo encontró una especie de altares hechos con madera y piedra de tezontle: “Eran unas mesitas en las que ponían elementos relacionados con el lago, seguramente para propiciar la buena pesca y la caza”, dice Sánchez Nava.
No fue uno ni dos sino siete altares los que fueron hallados y que despertaron la curiosidad científica de los arqueólogos. Evidentemente las bases ya no existían: la madera expuesta al agua salada del lago de Texcoco se desintegró y solo quedaron unas estructuras tubulares de sal petrificada. Entonces, tratando de buscar una explicación, fue replicado el ritual de hace 600 años. Asimismo, en una parte del lago en la que todavía hay un poco de agua, los investigadores dejaron un altar con una mesa de madera durante casi siete meses.
¿Y cómo dedujeron que esos altares estaban dedicados a Tláloc? En sus excavaciones hallaron lo que es la corona de este trabajo arqueológico; Sánchez Nava lo describe así: “Una figura de unos 80 centímetros, una deidad acuática, seguramente Tláloc”.
Ortuño añade sobre los altares: “Creemos que no solamente servían para el aspecto ritual; una de las propuestas que estamos planteando es preguntarnos cómo se dividían los pueblos en los alrededores del lago de Texcoco, y posiblemente muchos de estos altares también cumplían con la función de ser una especie de mojoneras para delimitar. Esto no quiere decir que no se pasaran”.
Cuerpos de agua
Según los arqueólogos, gracias a esta información ahora sabemos que los pobladores no iban a esa zona en una sola época sino que habitaban allí por largas temporadas, que pescaban, cazaban y eran también productores de sal.
Para comprender su vida en el lago, hay que recordar que la cuenca del Valle de México se componía de varios cuerpos de agua: al sur Xochimilco y Chalco, al norte Zumpango y al oriente Texcoco. En épocas de lluvia se desbordaban, al punto de que se convertían en un solo lago. Pero durante el estiaje, etapa de mucho menor caudal, era posible caminar en el lecho de algunas partes centrales del lago de Texcoco. Era entonces cuando los antiguos pobladores aprovechaban para poner ofrendas, cazar aves (colocaban redes en forma horizontal para atraparlas), pescar y producir sal.
Sobre esta última actividad, los arqueólogos tuvieron otro hallazgo: trabajos anteriores en zonas de lo que fue la orilla del lago permitieron documentar la producción de sal mediante tiestos, una especie de macetas que retacaban de sal y quedaban como piloncillos. El tiesto se rompía y quedaban los bloques de sal.
Pero en la zona central del lago no era posible implementar está técnica, de modo que fue necesario desarrollar otra ingeniería: construyeron unas vasijas en las que hacían unos orificios y las colgaban de algunos postes en espera de que se desbordaran de agua. Cuando volvía a bajar el nivel, el agua salía por los orificios y quedaba la sal en la vasija. “Recogían la salmuera y volvían a depositar la vasija porque, a diferencia de los ribereños que rompían los tiestos, sus vasija eran reciclables”.
Hoy, los vestigios están en proceso de identificación y catalogación.
Para 2020 se espera la publicación de un libro sobre las piezas y, si el aeropuerto se concreta, habrá una sala permanente para la exhibición de algunas de ellas.
Seiscientos años después, un hombre camina en aquel lugar. Es la época en que máquinas, grúas y camiones levantan el Nuevo Aeropuerto de México (NAIM). Igual que su antepasado, la poca profundidad del agua le permite al hombre cumplir su ritual: instala una mesa parecida y encima elementos similares a los anteriores.
A esto se le llama arqueología experimental. “Se trata —dice Pedro Francisco Sánchez Nava, coordinador nacional de Arqueología del INAH— de descubrir los anhelos, temores, pasiones y necesidades que tenían las sociedades que vivieron en este mismo lugar hace 600 años”.
Este trabajo arqueológico estuvo a cargo de Francisco Ortuño, quien, junto con su equipo de arqueólogos, siguió las huellas de nuestros antepasados en la parte central del lago de Texcoco, que hoy está desecado y en cuyo terreno se construye el NAIM. “Esta ha sido una zona casi olvidada, tanto durante los 400 años de la época colonial como en la época del México independiente”, explica.
Arqueológicamente, antes solo había el registro de un recorrido a cargo de la Universidad Autónoma Chapingo, junto con el investigador estadunidense J. Parsons.
Arranque
El proyecto arqueológico inició en 2012, cuando el INAH tuvo la oportunidad de, por fin, hacerle justicia a aquellos pobladores del epiclásico (del año 700 al 950) que vivieron en esta parte del lago y a las culturas posteriores.
Ortuño, encargado del proyecto arqueológico Latexo o Lago de Texcoco, propone una imagen antigua a partir de los hallazgos recientes: “La gente de los alrededores iba en 100 o 200 canoas, con sahumadores —como los 20 o 30 que hemos encontrado dispuestos alrededor de sus altares—. La gente iba produciendo diversos sonidos con sus silbatos y tambores; llegaban al punto indicado, sahumaban a los cuatro vientos y posteriormente, como indican las fuentes históricas, es posible que hicieran algún sacrificio, aunque nosotros no hemos hallado vestigio alguno”.
La idea era solicitar, mediante estos rituales, que siguiera lloviendo o que dejara de llover porque eso afectaba la importancia
que tenía para ellos el lago sagrado de Texcoco. De ello dan cuenta más de 2 mil fragmentos y 200 piezas completas halladas hasta ahora.
Los altares sobre los que se disponían los objetos eran rectangulares, una especie de mesas de entre 16 y 24 metros cuadrados, donde había diferentes piezas de cerámica y mezclas, por ejemplo, de copal con hule que representaban la sangre de los seres humanos.
Los trabajos iniciaron con una prospección de la zona, “caminar por el lugar por el que transitaron esos pobladores hace cientos de años. Lo hacemos de manera sistemática, pero siempre con una regla: siempre a una distancia tal que un arqueólogo pueda ver a otro”.
Esas caminatas se marcaron en un mapa con ayuda de un geolocalizador; cuando un arqueólogo encontraba una concentración de elementos (vestigios), se colocaba una banderita. Cuando finalmente terminaron de caminar, se analizó la información y se eligieron las áreas donde era necesario excavar.
El equipo encontró una especie de altares hechos con madera y piedra de tezontle: “Eran unas mesitas en las que ponían elementos relacionados con el lago, seguramente para propiciar la buena pesca y la caza”, dice Sánchez Nava.
No fue uno ni dos sino siete altares los que fueron hallados y que despertaron la curiosidad científica de los arqueólogos. Evidentemente las bases ya no existían: la madera expuesta al agua salada del lago de Texcoco se desintegró y solo quedaron unas estructuras tubulares de sal petrificada. Entonces, tratando de buscar una explicación, fue replicado el ritual de hace 600 años. Asimismo, en una parte del lago en la que todavía hay un poco de agua, los investigadores dejaron un altar con una mesa de madera durante casi siete meses.
¿Y cómo dedujeron que esos altares estaban dedicados a Tláloc? En sus excavaciones hallaron lo que es la corona de este trabajo arqueológico; Sánchez Nava lo describe así: “Una figura de unos 80 centímetros, una deidad acuática, seguramente Tláloc”.
Ortuño añade sobre los altares: “Creemos que no solamente servían para el aspecto ritual; una de las propuestas que estamos planteando es preguntarnos cómo se dividían los pueblos en los alrededores del lago de Texcoco, y posiblemente muchos de estos altares también cumplían con la función de ser una especie de mojoneras para delimitar. Esto no quiere decir que no se pasaran”.
Cuerpos de agua
Según los arqueólogos, gracias a esta información ahora sabemos que los pobladores no iban a esa zona en una sola época sino que habitaban allí por largas temporadas, que pescaban, cazaban y eran también productores de sal.
Para comprender su vida en el lago, hay que recordar que la cuenca del Valle de México se componía de varios cuerpos de agua: al sur Xochimilco y Chalco, al norte Zumpango y al oriente Texcoco. En épocas de lluvia se desbordaban, al punto de que se convertían en un solo lago. Pero durante el estiaje, etapa de mucho menor caudal, era posible caminar en el lecho de algunas partes centrales del lago de Texcoco. Era entonces cuando los antiguos pobladores aprovechaban para poner ofrendas, cazar aves (colocaban redes en forma horizontal para atraparlas), pescar y producir sal.
Sobre esta última actividad, los arqueólogos tuvieron otro hallazgo: trabajos anteriores en zonas de lo que fue la orilla del lago permitieron documentar la producción de sal mediante tiestos, una especie de macetas que retacaban de sal y quedaban como piloncillos. El tiesto se rompía y quedaban los bloques de sal.
Pero en la zona central del lago no era posible implementar está técnica, de modo que fue necesario desarrollar otra ingeniería: construyeron unas vasijas en las que hacían unos orificios y las colgaban de algunos postes en espera de que se desbordaran de agua. Cuando volvía a bajar el nivel, el agua salía por los orificios y quedaba la sal en la vasija. “Recogían la salmuera y volvían a depositar la vasija porque, a diferencia de los ribereños que rompían los tiestos, sus vasija eran reciclables”.
Hoy, los vestigios están en proceso de identificación y catalogación.
Para 2020 se espera la publicación de un libro sobre las piezas y, si el aeropuerto se concreta, habrá una sala permanente para la exhibición de algunas de ellas.
Fuente: Milenio