(CNN) — Desde hace años, personas como el ecologista y periodista Bill McKibben gritan en todo lo alto que necesitamos una movilización a escala de la II Guerra Mundial para combatir el flagelo del cambio climático.
Tienen razón, por supuesto. Y en el Día de la Tierra –esa franja de 24 horas del calendario cuando hablamos sobre el hecho de que los humanos existen en, y debido a, un planeta vivo– está claro no solo que estamos perdiendo esta guerra, sino que todavía estamos fallando en reconocer que está teniendo lugar.
Quiero decir, sí, he conocido a Greta Thunberg, la adolescente sueca que está “educando a los líderes mundiales” en materia de política climática y que inició un movimiento global de manifestaciones en las escuelas. He leído el Nuevo Acuerdo Verde y he visto los videos de jóvenes que exigen que los legisladores estadounidenses lo adopten. Apenas este mes, manifestantes en Londres cerraron partes de la ciudad en un llamado a un ajuste de cuentas. Es cierto que las fuentes de energía limpia son cada vez más baratas. Los coches eléctricos son más populares que nunca.
Pero la magnitud de la indignación de ninguna manera coincide con la magnitud de este desastre, que, como la II Guerra Mundial, amenaza con paralizar o incluso destruir la vida humana en el planeta como la conocemos.
Hace décadas que conocemos la verdad sobre el cambio climático: que las personas queman combustibles fósiles y calientan la atmósfera, con consecuencias potencialmente catastróficas. James Hansen declaró sobre los peligros del calentamiento global cuando era un científico de la NASA, en 1988. El titular de The New York Times: “El calentamiento global ha comenzado, un experto dice al Senado”.
Desde entonces, el ecodespertar entre nosotros ha creado más que suficientes plazos para intentar forzar el cambio. En 1990, como George Marshall escribió en su libro “Don’t Even Think About It”, la revista Ecologist publicó un libro llamado “5.000 Days to Save the Planet” (“5.000 días para salvar al planeta”). Unos 5.000 días después, el Instituto de Investigación de Políticas Públicas declaró que había “Diez años para salvar el planeta”. En 2008, escribió Marshall, la Fundación para la Nueva Economía dijo que eran “100 meses para salvar el mundo”.
Como periodista que ha estado cubriendo el clima durante años, he sido parte de esa tendencia de poner una fecha límite. En el período previo a las conversaciones sobre el clima en París, en 2015, escribí que había “100 días para salvar el mundo”.
Los plazos no son el problema. Es nuestro fracaso no prestarles atención.
La situación se vuelve más grave con años de pasividad.
El año pasado, los expertos mundiales en ciencia del clima –el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático– publicaron un informe con algunos plazos basados en las duras realidades de la ciencia y las matemáticas. Dijeron que la contaminación global por carbono debe reducirse a la mitad, para 2030, y reducirse a cero, para 2050, para evitar las peores consecuencias del cambio climático, que incluyen ciudades costeras ahogadas, el empeoramiento de las tormentas y la virtual desaparición de los arrecifes de coral.
Hay un impulso global para tratar de alcanzar esos objetivos. Eso en la forma del Acuerdo de París sobre el Cambio Climático, que insta a los países a reducir las emisiones, pero no impone sanciones. Estados Unidos, que históricamente ha hecho más para causar el calentamiento global que cualquier otra nación, ha prometido bajo la administración de Trump retirarse del Acuerdo de París.
¿Cuán avanzados estamos en esos objetivos de reducción de la contaminación?
Realmente no hemos empezado.
Las emisiones globales de combustibles fósiles aumentaron, en 2018, hasta un estimado de 37 gigatones.
Recuerda, la contaminación por emisiones de carbono debe reducirse a la mitad en solo 11 años. Y a cero neto a mediados de siglo. Eso requiere una revisión casi total de la economía global, una rápida transición a combustibles más limpios como el viento, la energía solar y, probablemente, la energía nuclear. Parece cada vez más probable que se necesiten algunas tecnologías de ciencia ficción, como los aerosoles que reflejen el calor al espacio.
El proyecto Drawdown y otros han identificado y clasificado las soluciones que funcionan. Pero hasta la fecha, no ha habido suficientes impuestos a las emisiones de carbono u otros incentivos para escalar esas ideas a nivel mundial.
Parte del problema es no reconocer la magnitud del problema o, como han escrito otros, no preocuparse por la deuda masiva que estamos impulsando para las generaciones futuras.
Investigadores como Anthony Leiserowitz, director del Programa de Comunicación sobre el Cambio Climático de Yale, argumentan que las personas finalmente se están despertando a la crisis climática, particularmente ante la administración de Trump, que ha negado la ciencia y animado a los activistas, y a la luz del clima severo de apariencia apocalíptica que ha golpeado partes del mundo.
Una encuesta de ese grupo de Yale mostró en 2018 que el 59% de los estadounidenses estaba “alarmado” o “preocupado” por el calentamiento global, que es superior al de los cinco años anteriores.
Sin embargo, esas preocupaciones no se traducen necesariamente en acción política.
Un informe de 2018 de Gallup encontró que el cambio climático era el undécimo tema más importante para los votantes estadounidenses: detrás de la atención médica, la economía, la inmigración, el trato a las mujeres en la sociedad de EE.UU., la política de armas, los impuestos, asuntos internacionales, ingresos y distribución de la riqueza, la confirmación de Brett Kavanaugh a la Corte Suprema y políticas comerciales y arancelarias de EE.UU.
Piensa en eso en términos de la analogía de la II Guerra Mundial.
Imagina que el público estadounidense clasifica la II Guerra Mundial como el número 11 después del bombardeo de Pearl Harbor.
Tal vez pienses que aún no hemos visto la versión Pearl Harbor del calentamiento global. Pero lo hemos visto.
¿Recuerdas la ola de calor en Europa en 2003? Un estimado de 70.000 personas murieron, según un estudio publicado en la revista Comptes Rendus Biologies.
Después de ese desastre, los científicos utilizaron por primera vez técnicas de “atribución de clima”, para demostrar que el calentamiento inducido por el hombre muy probablemente duplicó el riesgo de ese evento. Ahora es posible ver huellas humanas en estas catástrofes. El huracán Harvey en Texas; las inundaciones de 2016 en Baton Rouge; el huracán María en Puerto Rico, que según el análisis de la Universidad George Washington, mató a aproximadamente 2.975 personas. Cada uno de estos eventos está vinculado a — o se demostró que se había empeorado por– el calentamiento global.
No todos los desastres relacionados con el clima están “causados” por el cambio climático, por supuesto.
Pero el mundo está 1 grado Celsius más caliente desde la Revolución Industrial debido a la contaminación que los humanos están bombeando a la atmósfera. Y este es un juego de probabilidades, como a Kerry Emanuel, un científico del clima del Instituto Tecnológico de Massachusetts, le gusta decir: El clima se forma en ese mundo de cambio climático. Los huracanes se intensifican más rápidamente; los incendios forestales crecen y son más amenazadores; la lluvia es más intensa. Los arrecifes de coral luchan por sobrevivir. No hay desastres verdaderamente “naturales” ahora.
La guerra puede permanecer invisible para muchos, incluso en el Día de la Tierra.
Pero estamos en medio de ella. Y no la estamos ganando.