Bautizado de
diferentes maneras, a lo largo de generaciones el volcán Popocatépetl ha sido
una bendición y maldición al mismo tiempo para los pobladores que viven y
resguardan sus alrededores.
Ellos son el
efecto colateral de Don Goyo,
el cual expulsa cenizas, gases y material incandescente que ha salpicado a los
municipios del Estado de México y de Puebla por varias generaciones.
Son cientos de
familias las que están acostumbradas al rugido del volcán; es más, afirman que
jamás los ha intimidado, ni siquiera cuando las autoridades locales y federales
llegan a modificar las fases preventivas y amagan con evacuar las zonas, porque
aseguran que esos cambios son “normales”.
Incluso hay
quienes sostienen que provocan a propósito al volcán, “saquean sus minerales,
sus recursos, su vegetación y toda la riqueza que puede proveer la montaña
humeante”.
“Él
(Popocatépetl) se enoja porque lo vienen a saquear. Le roban sus recursos, le
echan bombas y eso le enfada, pero a nosotros nunca nos ha dado miedo”,
sostiene doña Bertha, quien vive en Amecameca, uno de los municipios más
cercanos al volcán.
Aquí la vida de
los moradores transcurre con normalidad, no les atemorizan las fumarolas ni las
explosiones de material incandescente que arroja desde hace años el Popo; incluso lo respetan y veneran a tal grado
que le rinden culto y ceremonias de vez en cuando para agradecer los frutos que
les brinda y a la naturaleza.
Sin embargo,
vivir a unos kilómetros del cráter les ha generado un costo muy alto para su
salud: enfermedades en vías respiratorias, irritación de ojos, manantiales
contaminados y cosechas inservibles; incluso ha traído la muerte de sus animales
debido a la caída frecuente de ceniza volcánica.
Este problema es
confirmado por Ramón Espinasa, subdirector de Riesgos Volcánicos del Centro
Nacional de Prevención de Desastres (Cenapred), quien advierte que los efectos
de los materiales que expulsa el volcán en la población pueden variar, según el
nivel de exposición.
“Hay pobladores
que viven al pie del volcán y que probablemente llevan 25 años recibiendo de
vez en cuando su lluvia de cenizas, eso los expone demasiado y los problemas
pueden ser variados”, externó en entrevista con Publimetro.
La situación es
tal que autoridades han detectado casos de gente con severos daños a la salud
por esta exposición, como son problemas en vías respiratorias y ardor de ojos,
entre otros padecimientos.
Ante la alerta,
Eusebio Flores, comerciante del centro de Amecameca, sabe que hay un riesgo
latente; sin embargo, no le teme, ni tiene miedo, sólo respeto, sobre todo
porque lleva una vida contemplándolo, al igual que sus hijos y su esposa.
“Sólo Dios sabe
cuándo llegue a hacer erupción, nosotros lo veneramos y lo respetamos porque es
parte de nuestro paisaje”, sostiene.
La misma
cosmovisión es compartida por Mario Rodolfo García, transportista de la zona,
quien asegura que están acostumbrados a los ‘sustos’ del Popocatépetl. Por ello
no le huyen, y en caso de existir una orden de evacuación, aseguran que no la
acatarían debido al temor por el robo de sus pertenencias y de su patrimonio.
Fragmentos y polvo
En San Pedro Nexapa, localidad que pertenece a Amecameca
y que se encuentra a la orilla del volcán, los habitantes tienen tan
normalizados los ruidos que emite esta estructura geológica que ya no se inmutan; tampoco lo hacen por las
alertas de Protección Civil ni por las del gobierno del Estado de México.
Se trata de un
pueblo que luce semidesierto y que padece la falta de servicios básicos como
agua potable, luz eléctrica y asfalto en varias de sus calles.
Para los oriundos
de este lugar, el volcán funge más como un espectáculo de luces que una
amenaza, que vive y respira todo el tiempo a través de explosiones de humo y de
material incandescente.
Publimetro.