En 75 días, la enfermera Mariana 'N' ha visto morir a 10 personas infectadas con covid-19 en el Instituto Nacional de Nutrición y Ciencias Médicas “Salvador Zubirán”.
Como profesional con 20
años de experiencia, sabe lo que es que una persona llegue al término de su
vida pero en esta ocasión, cada deceso ocasionado por la enfermedad del
coronavirus se ha convertido en un duelo y a la vez en una pesadilla diaria.
“Verlos luchar por su vida,
jalando aire porque no pueden respirar y se están ahogando; ver sus caras de
desesperación porque también les duele todo y por más que aplico el
protocolo al pie de la letra y los movilizo, los cambio, les paso todo el
tratamiento, procuro que les llegue oxígeno para evitar que se deterioren,
sucede que en horas se mueren”, comenta la enfermera, que ya acusa los costos
de la lucha.
“Sufro y lloro mucho; cada
muerte para mí es un duelo y todavía no reconozco en qué etapa me encuentro. No
he podido encontrar el equilibrio, cómo dividir a la profesional de la humana,
cómo bloquear esas emociones. Me duelen muchos mis pacientes y, en ocasiones,
me quedo más horas de mi jornada porque me angustia creer que debo hacer más
por ellos”, reconoció.
La angustia se origina
cuando comienza a atender a uno de sus enfermos y, de repente, otro comienza a
pedir ayuda, o cuando una persona no puede estar boca abajo las 16 horas
recomendables porque siente que se está ahogando.
Toda la jornada se
encuentra en alerta. Cuando considera que ese paciente va a salir adelante,
inclusive, se da el tiempo de animarlo, los resultados médicos arrojan que ya
presenta afección renal, no orina o sufren de repente un paro cardíaco
fulminante. “Cuando termina mi turno salgo muy cansada, como si acabara de
luchar contra un monstruo sumamente fuerte. Llego muy agotada, me vuelvo a
bañar, extremo las medidas de higiene.
“Y cuando por fin me
acuesto, tardo hasta tres horas en dormir. Solo pienso ‘otra vez mañana, otra
vez mañana’. Hay ocasiones en las que sólo duermo cuatro horas”, comenta la
enfermera que reconoce tener todo los síntomas del Síndrome de Burnout,
caracterizado por un desgaste emocional, cúmulo de estrés, fatiga, ansiedad,
irritación.
“Sí, me despierto con la
pesadilla de que volveré a empezar de nuevo y lo que ahora me está pasando es que
trabajo en automático, lo hago bien, pero sinceramente no sé identificar qué me
pasa. Estoy como anestesiada. Todo lo hago en automático”, añade.
Y aunque cuentan con
servicio de salud mental y ayuda, Mariana no desea quitarles un solo segundo a
sus pacientes.
A
pesar de extremar precauciones, Mariana se contagió
En abril, Mariana se contagió del coronavirus
a pesar de extremar precauciones. Su mayor temor se cumplió, contagió a su
esposo y a su suegra.
La cadena de infección se extendió a sus
padres, abuelos, hermanas y sobrinos. Son siete los afectados en su familia y
algunos están aún en proceso de salir.
Unos tuvieron fiebre y tos,
malestar general, mucho dolor, incluso, llegaron a saturar oxígeno en la sangre
con niveles de 85 y 87, cuando lo óptimo es arriba de 95 por ciento, lo que los
colocaba en riesgo de sufrir hipoxemia.
En el caso de los adultos
mayores hubo mayor complicación. Uno de ellos se vio severamente afectado en
los intestinos y esperarán a que pasen más semanas para determinar si hay algún
tipo de daño.
Mientras se prepara para volver al cuidado de
sus enfermos, reflexiona: “Todavía me pregunto ¿esto es real? Giro mi cabeza a
las camas de los pacientes y veo que lamentablemente es una pesadilla”.