El 34 por ciento de la población infantil entre 8 y 16 años tiene sobrepeso u obesidad en Europa. Los niños y adolescentes europeos son cada vez más gordos, en particular en los países del sur. ¿Estamos ante la peste silenciosa del siglo XXI? La profesora e investigadora de la Universidad Pública de Navarra Idoia Labayen advierte que, por primera vez en la historia, la obesidad hará que la esperanza de vida disminuya en la próxima generación.
¿Es la obesidad infantil la otra epidemia del siglo XXI?
Sí, podemos afirmar que así es. En los últimos veinte años se ha repetido en incontables ocasiones que la obesidad infantil es una epidemia. De hecho, sabemos ya que la esperanza de vida de la próxima generación será menor que la nuestra debido, en gran parte, al sobrepeso y la obesidad. En el año 2000 ya lo advirtió la Organización Mundial de la Salud (OMS). Pero nada ha cambiado. Elaboramos diagnósticos, realizamos investigaciones, pero nada cambia. Y las cifras siguen aumentando.
Los últimos estudios realizados por el grupo ELIKOS en colaboración con otros así lo demuestran. ¿Son tan malos esos resultados?
Estamos preocupados. Las tasas de obesidad y sobrepeso se han triplicado. Realizamos primero un estudio con otras instituciones estatales en las escuelas para conocer los hábitos de alimentación, el nivel de ejercicio físico y la prevalencia del sobrepeso y la obesidad infantil y adolescente. Después, el Gobierno de Navarra solicitó otro estudio, en una muestra representativa, para conocer los estilos de vida y la prevalencia de sobrepeso en los escolares navarros. Los resultados nos dicen que uno de cada tres niños de entre 8 y 16 años tiene exceso de peso. Los hábitos alimenticios son malos ya que se está perdiendo la dieta mediterránea y el nivel de actividad física es bajo. El 60 por ciento no cumple el mínimo de tiempo que recomienda la OMS, 60 minutos diarios en movimiento.
En el norte de Europa las tasas de obesidad son menores
Así es. Hemos participado en algunas investigaciones europeas, con adolescentes y población infantil, y las conclusiones son siempre las mismas. En Suecia, en Noruega, en Dinamarca la prevalencia del sobrepeso y la obesidad es más baja que en los estados mediterráneos. En España, Italia, Grecia los niveles son considerablemente mayores. Los del norte se mueven más y comen más fruta y verdura.
El exceso de peso es nocivo a cualquier edad. En el caso de los más pequeños, ¿qué consecuencias tiene?
El tejido adiposo de las personas con sobrepeso aumenta la cantidad de adipoquinas y citoquinas inflamatorias liberadas, sustancias que están implicadas en muchas de las manifestaciones clínicas de esta patología, como la diabetes, hipertensión arterial o enfermedad cardiovascular. Si esta situación comienza en edades tempranas de la infancia, las complicaciones asociadas a la obesidad también se manifestarán antes incluso de la vida adulta. De hecho, hemos detectado que están surgiendo perturbaciones en el hígado desde la edad infantil. Es lo que denominamos esteatosis hepática, esto es, acumulación excesiva de grasa en el hígado, lo que provoca problemas de salud importantes. El 35 por ciento de los niños diagnosticados con sobrepeso u obesidad han desarrollado la enfermedad. En esos niños se quintuplica la posibilidad de desarrollar una diabetes. Se multiplica también el riesgo de desarrollar enfermedades cardiovasculares. Si seguimos con esta tendencia, vamos a empezar a ver ya casos en personas jóvenes en pocos años.
Han analizado las distintas causas detrás de esta tendencia. Los resultados de la investigación afirman que niñas y niños, en la actualidad, se mueven menos que antes.
Sí, las conclusiones de nuestras investigaciones confirman que niños y adolescentes se mueven menos. También se han reducido las horas de ejercicio físico en la propia escuela y han cambiado las costumbres en el tiempo de ocio, el tipo de actividad. Hoy en día juegan menos en los parques, practican deporte en grupos reducidos y las pantallas ocupan gran parte de su tiempo libre. Están sentados demasiado tiempo y no cumplen con la recomendación de la OMS de actividad física moderada o intensa durante una hora diaria.
El descenso de la calidad de la alimentación también está relacionada con esta epidemia. ¿Dónde está la dieta mediterránea?
Lo cierto es que la dieta mediterránea, admirada en todo el mundo, cada día se practica menos. El problema es multifactorial. Las costumbres familiares han cambiado. Los progenitores disponen de menos tiempo para dedicarle a la compra y a la cocina. Las mujeres trabajamos fuera y ya no nos quedamos en casa. Antes, en general, la alimentación era más sana. Este sería uno de los factores, pero no solo. Hace unas décadas los refrescos, bebidas azucaradas y precocinados no eran frecuentes en casa. Eran productos caros y apenas los consumíamos. Tomábamos como postre fruta o un yogur natural. Hoy son productos baratos, muy accesibles y hay una gran variedad en el mercado con una oferta muy atractiva.
Creemos saber qué es lo que consumen nuestros hijos
Creo que hay mucho desconocimiento. No es fácil leer una etiqueta que nos permita entender los ingredientes de un producto. El azúcar, por ejemplo, tiene muchos y variados nombres. Los más pequeños consumen demasiado azúcar, mucho más de lo que necesitan. En los alimentos preparados el nivel de grasa es demasiado alto, tienen también mucha sal, sustancia que provoca más deseo de comer. La presencia de esos alimentos en nuestras casas ha aumentado porque, entre otras causas, el precio del producto fresco es más elevado. Los factores son muchos y variados pero todos empujan en una misma dirección: la calidad de la alimentación disminuye.
Otro factor en la ecuación es la pobreza. A menos ingresos, ¿más sobrepeso y obesidad?
Así es. Lo podemos comprobar en Navarra, País Vasco y La Rioja. Las conclusiones de un estudio reciente, realizado en centros escolares de estas comunidades, muestran un 40 por ciento de sobrepeso u obesidad infantil y adolescente entre las familias inmigrantes. En el caso de niños cuyos padres y madres son oriundos, se sitúa en un 25 por ciento. Este desfase nos obliga a reflexionar como sociedad. Se dan aquí varias circunstancias. Por un lado, los hábitos alimenticios no son buenos, pero además, los progenitores tienen unas jornadas laborales muy largas y estos niños y niñas muchas veces están solos en casa y ven mucha televisión. Por otro lado, el deporte hay que pagarlo en la mayoría de los casos, lo que provoca que descienda su nivel de ejercicio físico.
Y llegó la pandemia de coronavirus. ¿Hay evidencias de que el problema de la obesidad infantil se ha agudizado en este último año?
Sí, éramos conscientes de que la salud infantil era menor en las familias con menor nivel socioeconómico. Por ello, pusimos en marcha una segunda evaluación para medir las consecuencias del confinamiento.
Este estudio evidencia el impacto negativo del confinamiento derivado de la pandemia en los niveles de actividad física y conductas sedentarias de la infancia. Se mueven todavía menos y dedican más tiempo a las pantallas. Efectivamente, el problema se ha agravado y, si no se ataja, tendrá consecuencias en el futuro.
El problema está diagnosticado. ¿Qué medidas habría que tomar para encontrar una solución?
Niñas y niños tienen que vivir en una sociedad sana. Por ello, hay que incentivar que aumente la actividad física y aumentar el consumo de alimentos saludables. Es un problema multifactorial que atañe a toda la sociedad. Estos hallazgos deben ser tomados en cuenta para poner en marcha estrategias de salud pública que garanticen a la población infantil el poder desarrollarse en un entorno sano que permita preservar su salud. Los niños deben moverse todos los días un mínimo de una hora y deben alimentarse bien, también todos los días.