(Proceso).- “Me siento destrozado, no tengo miedo, coraje ni nada, me siento ido, como que se me van las cabras de repente. Tengo un dolor machín por mi hermano”, confía Alejandro Pérez, joven de 21 años que sobrevivió de manera milagrosa a la lluvia de balas que elementos del Ejército dispararon contra una camioneta que dejó un saldo de cinco jóvenes muertos y uno gravemente lesionado en Nuevo Laredo la madrugada del domingo 26 de febrero.
Su hermano era Gustavo, uno de los fallecidos. Murió por “choque hipovolémico”; es decir, desangrado. Los otros cuatro jóvenes murieron por hasta 12 disparos en diferentes partes del cuerpo, llamando la atención dos de ellos por impactos en el cráneo, según los reportes de necropsia a la que tuvo acceso Proceso.
La declaración de Alejandro ante abogados del Centro de Derechos Humanos de Nuevo Laredo (CDHNL), a la que tuvo acceso el semanario, ofrece una versión sobre lo ocurrido en la madrugada de ese domingo que contrasta con la que ofreció la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) en un comunicado emitido el 28 de febrero, dos días después de los sucesos. La Sedena afirmó que los militares se acercaron al lugar “cuando oyeron disparos de armas de fuego”; que al visualizar a la pick up ésta iba sin placas, a exceso de velocidad y con las luces apagadas; que sus tripulantes, al observar la presencia de la tropa, aceleraron “de manera intempestiva y evasiva, deteniendo su marcha al impactarse con un vehículo que estaba estacionado” y que, “al escuchar un estruendo, el personal militar accionó sus armas de fuego”.
La Fiscalía General de Justicia Militar vinculó a cuatro militares que participaron en los hechos del domingo 26 por el delito de “desobediencia”. Ello es independiente de los eventuales cargos que les pueda imputar la FGR como autoridad civil.
“Mátenlo, mátenlo”
La versión que cuenta Alejandro, es otra:
Tras cuatro horas de haber convivido en un centro nocturno de Nuevo Laredo, los siete muchachos retornaron a su colonia en la camioneta Chevrolet Silverado blanca de uno de ellos: Gustavo, de nacionalidad estadunidense y quien se encontraba de visita en la ciudad.
Al llegar a la esquina de las calles Huasteca y Méndez advirtieron que “una troca” del Ejército con las luces apagadas estaba atrás de ellos, momento en que detuvieron la marcha. En ese instante la camioneta blanca fue chocada por la parte de atrás por el vehículo militar e impactada contra un carro estacionado. De inmediato, una lluvia de balazos cayó sobre la Silverado.
Una vez que la balacera paró, Alejandro, quien viajaba en la parte trasera de la camioneta del lado del piloto, bajó con las manos en alto y se hincó en el pavimento.
“Escuché voces de los soldados que decían ‘¡mátenlo, mátenlo!’, y después uno de ellos me preguntó ‘¿quieres vivir o quieres morir’’, yo le dije que quería vivir y entonces me dijo que tenía que decir que nosotros tuvimos la culpa, que íbamos huyendo”, cuenta el joven, quien a punta de pistola fue obligado a declarar lo que le indicaban los militares que lo videograbaron con un teléfono celular.
Según el testimonio del sobreviviente, mientras estuvo en poder de los militares escuchaba lamentos de sus amigos que pedían una ambulancia. No advirtió que los soldados solicitaran la asistencia médica, que llegó unas tres horas después de los hechos, casi a la par que agentes del Ministerio Público Federal, a los que fue entregado en calidad de detenido.
Información de Proceso