El vuelo AF0179 de Air France llevaba dos horas en el aire cuando las bocinas se prendieron y el capitán solicitó un médico voluntario para una asistencia médica. Lo hizo en francés y luego en inglés, pero nadie respondió.
A bordo iban las sobrecargos y la mexicana Lucía Dennise Ayala, quienes hacían lo posible para controlar el dolor al hijo de esta, Marco, de cuatro años de edad. Un terrible dolor en el estómago le hacía gritar y suplicar: “Mamá, dame medicina, me duele mucho el estómago”. Nunca antes el niño había pedido medicina. “Mamá, no puedo más con el dolor”.
Luego de tres semanas de vacaciones en México, con muchos traslados, aviones, autobuses, piñatas y apapachos familiares, Lucía, su esposo y sus dos pequeños hijos regresaban a su hogar en París, Francia, el 8 de agosto de 2023.
Cinco minutos después, el capitán del vuelo hizo una segunda llamada. “S'il y a un médecin à bord, veuillez le signaler à l'agent de bord” y, en inglés, reiteró el llamado urgente: “If there is a doctor on board, please report this to the flight attendant”.
La doctora Violeta Álvarez Perdomo venía dormida, pero su hermana la despertó. Estaba recién operada, retirada prematuramente de sus labores médicas por una cirugía en la pierna que se complicó. Pensó que otro médico ayudaría, pero nadie se levantó:
“Estaba temerosa porque soy pediatra y pensé que el pasajero sería un adulto. Pero me ganó la ética y dije: voy a ver en qué puedo ayudar”, recuerda.
Apoyada en su bastón caminó entre los pasillos estrechos y se puso a disposición con las sobrecargos. Cuando llegó con la mamá Lucía, el chico hijo lloraba, pero al menos ya le habían dado paracetamol.
Fueron a la sección de Primera Clase para acostar al niño. Le dieron los instrumentos con los que contaba la tripulación: un estetoscopio para adulto y un monitor de presión, también para mayores de edad, el cual no funciona en niños porque sus brazos son pequeños y el brazalete arroja lecturas erróneas. Sólo tenía un abatelenguas de madera, la luz del celular y sus propias manos para elaborar el diagnóstico.
Aun con el paracetamol, el niño tenía un dolor del lado derecho del abdomen. Tocó su barriguita y dijo “esto es apendicitis”; 20 años de experiencia como pediatra en urgencias del hospital La Raza del IMSS resultaron invaluables. Su segundo diagnóstico fue infección de vías urinarias y, el tercero, constipación intestinal.
Marco se calmó y se quedó dormido. La médica, sin poder hacer mucho más en ese momento, se fue con la promesa de regresar en dos horas. Lucía no imaginó que su primer vuelo en Primera Clase a París sería con su hijo postrado, con la salud en riesgo.:
“Venía sentada y sin tocar nada, no quería que me cobraran nada”, recuerda. “Había botones por todos lados y no sabía ni cuál era para apagar la luz de mi hijo… pensaba en cuánto me saldría el chistecito y si me quedaría endeudada de por vida”.
La doctora regresó antes, en una hora. Marcos dormía y le tocó la cabeza, las piernas, el pecho, todo bien. Pero cuando tocó el abdomen, el niño saltó e hizo una mueca de dolor. “No hay duda, tiene apendicitis. Tenemos que bajar a este niño ya”, dijo la médica, egresada del Instituto Politécnico Nacional (IPN).
La jefa de las sobrecargos leía en el libro de procedimientos qué hacer en caso de apendicitis, porque en 20 años de vuelos nunca le había tocado una experiencia así. Iba y venía con el capitán. Le pidieron a Violeta su cédula profesional, pero no la llevaba porque no iba a trabajar sino de vacaciones, con su hermana e hijo.
“No me creían porque el niño estaba dormido. El paracetamol va a enmascarar el cuadro, pero cuando pase el efecto, en cuatro o seis horas, puede ser que se reviente el apéndice y entonces venga una peritonitis. Quién sabe si la vaya a contar”, les explicó. En ese momento faltaban nueve horas para aterrizar en París.
La doctora se convierte en capitana
Desde la cabina, apoyado por las sobrecargos, el capitán le preguntó si debía desviar el vuelo o el niño alcanzaba a llegar a París. “Usted dígame si debemos desviar el vuelo”.
En sus 13 años de trabajo en terapia intensiva, la doctora Violeta tomó decisiones difíciles, pero nunca a 11 mil 279 metros de altura. Debía decidir qué hacer con el avión Boeing 777-300, de 296 pasajeros.
“Tenía una angustia que fuese a tener alguna repercusión legal. Me acerqué como voluntaria, pero finalmente quedé implicada”, cuenta.
“Les dije: Desconozco el procedimiento de protocolos aéreos, pero desde el punto de vista médico el niño requiere toma de laboratorios, radiografía, ultrasonido del apéndice y valoración por cirugía pediátrica. Es muy arriesgado intentar llegar a París. Necesita un hospital, ya”.
Pusieron a la doctora a hablar con los integrantes del Servicio Médico Francés (SAMU), que es el seguro social francés ante el cual la empresa debe justificar su decisión de cambiar el rumbo del avión para que entren en operación los seguros. Le preguntaron si había dificultades respiratorias, si requería ventilador, si se trataba de una meningitis.
“Es un cuadro apendicular”, explicó entre inglés, francés y español, con la ayuda de Lucía como traductora. “Hablar idiomas permitió estar en la misma sintonía y que las sobrecargos pudieran entender y comunicar cuál era la gravedad del caso”, destaca Violeta.
“Yo no me arriesgaría a cruzar el Atlántico porque no tenemos nada en el vuelo para estabilizarlo. No sé si tienen punzocats [cateter intravenoso] y soluciones. Con qué voy a canalizarlo. Sé hacerlo, pero si no tienen el material, cómo lo vamos a estabilizar”, les cuestionó.
El SAMU decidió que sí se debería atender al niño rápidamente. “Estamos de acuerdo con la doctora, sí tienes que desviar”, dijo el responsable médico desde París.
—¿Es un seguro público o privado?
—Aquí todo es público, aquí no hay privado —dice orgullosa Lucía.
“Sí vamos a bajar, pero no sé cuándo”, le dijo la jefa de sobrecargos a Lucía.
Por el WhatsApp gratuito del avión, Lucía venía en comunicación con su hermano. Él monitoreaba el avión desde México: el vuelo iba por toda la orilla del Atlántico. Pasaron Florida, Baltimore, se acabó Estados Unidos y cruzaron Canadá. Lucía temía que los pilotos hubieran decidido cruzar el Atlántico y no bajar.
El Boeing 777-300 paró en el último punto de tierra de Canadá, en el aeropuerto de San Juan de Terranova, donde hay un hospital de urgencias médicas. “Es el último punto antes de que se acabe la tierra”, explica Lucía, periodista mexicana casada con el francés Frédéric Bunge.
Diez minutos antes de aterrizar, los pasajeros supieron que estaban en Canadá. El capitán les hizo saber que, por cuestiones médicas, iban a desviarse. Y pidió la comprensión de los viajantes. Por la ventana se veía una hoja gigante de maple, recuerda Lucía. “Pero no hubo ni un comentario negativo. La gente fue muy empática, a pesar de que algunos perdieron su vuelo de conexión”, recuerda.
Las responsabilidades se intercambiaron y fue Frédéric quien bajó del avión con su hijo. Contaba con un seguro de cobertura médica en el extranjero, comprado con su tarjeta de crédito, pero solo incluía los gastos de un papá. La doctora bajó a dar el parte a los paramédicos canadienses. Les hizo hincapié en que debían realizar un ultrasonido.
Una hora duró la escala. Recargaron combustible y continuaron su camino a París. Lucía iba a bordo con su hija y, horas después, por WhatsApp, su esposo le confirmó el diagnóstico: Marco tenía apendicitis y constipación. Violeta había diagnosticado correctamente las afectaciones.
A la doctora la despertaron las sobrecargos, para hacer el reconocimiento a su buen tino: “Good job, good job”. El ultrasonido arrojó que el apéndice estaba inflamado y pudo ser operado a tiempo.
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Seguros y protocolos
—¿Tengo qué pagar algo? —Lucía preguntó con miedo casi al final del viaje.
No. Fue un accidente, no su culpa. La aerolínea está cubierta, no se preocupe, lo más importante es salvar la vida de su hijo, fue la respuesta.