Todo comenzó cuando Jali tenía cuatro meses. El pequeño comenzó a tener convulsiones, sus músculos se estremecían, y aquellos episodios de epilepsia se repitieron durante años: una y otra vez, su cuerpo sufría repentinas sacudidas, a menudo varias veces al día. Para no hacerse daño, Jali llevaba un caso protector.
Sus padres vivían permanentemente preocupados y sus dos hermanos se sentían discriminados. "La enfermedad marcó nuestras vidas", dice su madre, Jael Bracha.
Ahora, Jali tiene siete años y los síntomas de la epilepsia se han esfumado. Se lo debe a un polémico medicamento considerado ilegal en muchos países del mundo: el cannabis. Tres veces al día, Jali recibe varias gotas del compuesto Tetrahydrocannabinol (THC) y Cannabidiol (CBD) y desde que lo toma, afirma su madre, no ha vuelto a tener un solo brote.
En torno al uso terapéutico del cannabis hay muchos mitos mezclados con la preocupación del bienestar del paciente y los intereses económicos. Parece claro que, en las dosis adecuadas, el cannabis puede combatir el dolor y la inflamación, estimular el apetito y mejorar el estado de ánimo. Pero sus detractores sostienen que hay una carencia de investigaciones al respecto y que los riesgos son demasiado elevados.
En Israel, donde Jali reside con su familia, el uso del cannabis con fines terapéuticos está muy establecido. Según el Ministerio de Sanidad, más de 20,000 pacientes tienen licencia para comprarlo como medicina y, para muchos, es un complemento a otros fármacos tradicionales. Como es el caso de Jali.
Antes de que el niño comenzara a ser tratado con cannabis, debía tomar seis medicamentos distintos. Estos le hacían sentirse nervioso, tenía dificultades para expresarse y, además, no consiguieron cesar sus brotes epilépticos. En otoño de 2014, las convulsiones se prolongaron dos días, hasta que un coma artificial las detuvo.
El miedo se apoderó de la familia, pero uno de los hijos mayores dio con un artículo en Internet: hablaba de niños en Estados Unidos que combatían la epilepsia con cannabis. "Por supuesto que tuve dudas", reconoce Jael Bracha. "¿Y si mi hijo se convierte en un adicto?", pensaba. Pero cuando el pequeño entró en coma y no vio "otra salida", Bracha pidió al médico que le recetara cannabis.
En Israel, la primera vez que a un paciente le prescriben cannabis, a menudo aterriza en el centro Tikun Olam de Tel Aviv. La organización, cuyo nombre significa "curar el mundo", es el mayor suministrador de cannabis del país. En las paredes de su sede cuelgan fotografías de las hojas de cannabis junto a la carta de agradecimiento de un paciente: "El cannabis me ha cambiado la vida".
Varios miles de personas reciben asesoramiento en Tikun Olam, entre ellos unos 70 niños. La organización considera el cannabis un remedio milagroso que, comparativamente, tiene pocos efectos secundarios: ayuda entre otras a combatir enfermedades neurológicas, dolores crónicos o estrés postraumático. "Creemos que el cannabis debería prescribirse desde mucho antes", afirma una portavoz.
Sin embargo, en Israel sólo se receta cannabis a quienes pueden demostrar que hasta ese momento la medicina convencional ha fracasado. Y es que pese a todos sus aclamados beneficios, faltan estudios relevantes que demuestren sin lugar a dudas cuáles son las consecuencias de tomarlo.
Así lo ve también el Ministerio de Sanidad. "Es cierto que muchos pacientes cuentan que les va mejor con el cannabis", señala Boaz Lev, director del Departamento de Salud. "Pero es difícil cuantificar las consecuencias objetivas del uso del cannabis". Y al mismo tiempo, existe el peligro de que los pacientes lo consuman en público, lo compartan con personas sanas o incluso lo revendan, añade.
Con todo, un estudio publicado en la revista especializada estadounidense "The Lancet" pone de manifiesto que el uso de marihuana como medicamento no fomenta su consumo en el tiempo de ocio. Los investigadores de la Universidad de Columbia, en Nueva York, recabaron datos de más de un millón de jóvenes de 48 estados entre 1991 y 2014 y no hallaron pruebas de que se fumara más si la marihuana era prescrita por los médicos.
Aunque las autoridades israelíes han decidido que el cannabis sea accesible a los pacientes, su postura es clara: "El cannabis es una droga", afirma Lev, "y no un medicamento".
La madre del pequeño Jali afirma que no dejará de decantarse por esa "droga", aunque a la familia le cueste 370 shekels -unos 85 euros/95 dólares- al mes. Desde que el pequeño lo toma, ha dejado de llevar casco, pues el peligro de sufrir una caída ha desaparecido. ¿Y los efectos secundarios? Jael Bracha reflexiona. "Jali se ríe mucho", dice finalmente. Algo que no le molesta en absoluto.
Sus padres vivían permanentemente preocupados y sus dos hermanos se sentían discriminados. "La enfermedad marcó nuestras vidas", dice su madre, Jael Bracha.
Ahora, Jali tiene siete años y los síntomas de la epilepsia se han esfumado. Se lo debe a un polémico medicamento considerado ilegal en muchos países del mundo: el cannabis. Tres veces al día, Jali recibe varias gotas del compuesto Tetrahydrocannabinol (THC) y Cannabidiol (CBD) y desde que lo toma, afirma su madre, no ha vuelto a tener un solo brote.
En torno al uso terapéutico del cannabis hay muchos mitos mezclados con la preocupación del bienestar del paciente y los intereses económicos. Parece claro que, en las dosis adecuadas, el cannabis puede combatir el dolor y la inflamación, estimular el apetito y mejorar el estado de ánimo. Pero sus detractores sostienen que hay una carencia de investigaciones al respecto y que los riesgos son demasiado elevados.
En Israel, donde Jali reside con su familia, el uso del cannabis con fines terapéuticos está muy establecido. Según el Ministerio de Sanidad, más de 20,000 pacientes tienen licencia para comprarlo como medicina y, para muchos, es un complemento a otros fármacos tradicionales. Como es el caso de Jali.
Antes de que el niño comenzara a ser tratado con cannabis, debía tomar seis medicamentos distintos. Estos le hacían sentirse nervioso, tenía dificultades para expresarse y, además, no consiguieron cesar sus brotes epilépticos. En otoño de 2014, las convulsiones se prolongaron dos días, hasta que un coma artificial las detuvo.
El miedo se apoderó de la familia, pero uno de los hijos mayores dio con un artículo en Internet: hablaba de niños en Estados Unidos que combatían la epilepsia con cannabis. "Por supuesto que tuve dudas", reconoce Jael Bracha. "¿Y si mi hijo se convierte en un adicto?", pensaba. Pero cuando el pequeño entró en coma y no vio "otra salida", Bracha pidió al médico que le recetara cannabis.
En Israel, la primera vez que a un paciente le prescriben cannabis, a menudo aterriza en el centro Tikun Olam de Tel Aviv. La organización, cuyo nombre significa "curar el mundo", es el mayor suministrador de cannabis del país. En las paredes de su sede cuelgan fotografías de las hojas de cannabis junto a la carta de agradecimiento de un paciente: "El cannabis me ha cambiado la vida".
Varios miles de personas reciben asesoramiento en Tikun Olam, entre ellos unos 70 niños. La organización considera el cannabis un remedio milagroso que, comparativamente, tiene pocos efectos secundarios: ayuda entre otras a combatir enfermedades neurológicas, dolores crónicos o estrés postraumático. "Creemos que el cannabis debería prescribirse desde mucho antes", afirma una portavoz.
Sin embargo, en Israel sólo se receta cannabis a quienes pueden demostrar que hasta ese momento la medicina convencional ha fracasado. Y es que pese a todos sus aclamados beneficios, faltan estudios relevantes que demuestren sin lugar a dudas cuáles son las consecuencias de tomarlo.
Así lo ve también el Ministerio de Sanidad. "Es cierto que muchos pacientes cuentan que les va mejor con el cannabis", señala Boaz Lev, director del Departamento de Salud. "Pero es difícil cuantificar las consecuencias objetivas del uso del cannabis". Y al mismo tiempo, existe el peligro de que los pacientes lo consuman en público, lo compartan con personas sanas o incluso lo revendan, añade.
Con todo, un estudio publicado en la revista especializada estadounidense "The Lancet" pone de manifiesto que el uso de marihuana como medicamento no fomenta su consumo en el tiempo de ocio. Los investigadores de la Universidad de Columbia, en Nueva York, recabaron datos de más de un millón de jóvenes de 48 estados entre 1991 y 2014 y no hallaron pruebas de que se fumara más si la marihuana era prescrita por los médicos.
Aunque las autoridades israelíes han decidido que el cannabis sea accesible a los pacientes, su postura es clara: "El cannabis es una droga", afirma Lev, "y no un medicamento".
La madre del pequeño Jali afirma que no dejará de decantarse por esa "droga", aunque a la familia le cueste 370 shekels -unos 85 euros/95 dólares- al mes. Desde que el pequeño lo toma, ha dejado de llevar casco, pues el peligro de sufrir una caída ha desaparecido. ¿Y los efectos secundarios? Jael Bracha reflexiona. "Jali se ríe mucho", dice finalmente. Algo que no le molesta en absoluto.