Noticias de Yucatán
El miedo la invadió mientras esperaba con ansias a que amaneciera. A pesar del cansancio, la veinteañera uniformada intentó no volver a cerrar los ojos. Indefensa y con el cuerpo tembloroso, desde un rincón de la puerta del teatro, se mantenía alerta ante una nueva agresión. Su verdugo, a escasos metros, la miraba de manera morbosa y se burlaba con cinismo.
Minutos antes, alrededor de las tres de la madrugada, su compañero, de 35 años de edad, se aprovechó de la fatiga acumulada. La integrante de la Policía Auxiliar tenía más de 48 horas seguidas de servicio. Aún así, le asignaron un turno más. Casi tres días sin dormir. El cansancio la venció en cuanto reposó en el sillón, no supo el momento. Mucho menos cuando su pantalón fue desabotonado.
El policía le introdujo la mano en la vagina y le acarició el cuerpo. Al percatarse, lo aventó. Desconcertada, quedó en shock, no supo qué más hacer porque estaban solos. Por la mañana, acudió a su sector, en Tacubaya, para denunciarlo con el comandante Escobar, quien dijo: “¡Ese es tu problema!, ¡Además, un taco no se le niega a nadie!”. Al escucharlo, “fui con el comandante Andrés Flores Aguilar [nombre ficticio]. Yo todavía temblaba de miedo y llorando, le expliqué”, cuenta.
Con él sólo obtuvo más burlas. “¡Ay compañera, pues aquí así es esto!, y recuerda lo que ya te dijo tu comandante, ‘un taco no se le niega a nadie’. Si quieres estar bien, te tienes que acostar con todos”. Enseguida, le aseguró que si no le parecía, le daba su disposición (cambio de servicio).
La única respuesta que obtuvo ese enero de 2011, fue un cambio de servicio al Metro. Bárbara Ruíz, nombre que usa para permanecer en el anonimato, no sólo ha padecido ese tipo de violencia, sino también acoso sexual, lo mismo que hostigamiento laboral. No es la única, es el pan de cada día para miles de mujeres que laboran en la Secretaría de Seguridad Pública de la Ciudad de México (SSPCDMX).
A pesar de innumerables solicitudes a través de Transparencia, la dependencia a cargo de Hiram Almeida Estrada, al igual que la Procuraduría General de Justicia capitalina (PGJCDMX) y la Policía Auxiliar (PA), niegan tener informes de violencia de índole sexual en las corporaciones. Sólo la Policía Bancaria e Industrial (PBI) registró 38 denuncias de mujeres por acoso sexual de enero de 2013 al 31 de enero de 2018.
En marzo, la PGJCDMX señaló un registro de 461 denuncias por acoso sexual de manera general, de 2014 a diciembre de 2017, de acuerdo con la solicitud de información con número de folio 0113000068518 en poder de EL UNIVERSAL. Sin embargo, existe una cifra negra que se desconoce porque muchas víctimas no denuncian ante la omisión de las autoridades.
Lo mismo ocurre dentro de las corporaciones policiacas, no lo hacen por temor a represalias. Desconocen sus derechos y se naturalizan las acciones al ser una institución dominada por hombres. Y se siguen cometiendo a raíz de la impunidad y corrupción, coinciden especialistas en el tema y mujeres policías agredidas.
Este fenómeno no se ha logrado desterrar porque es una institución que tolera dichos actos. “Los departamentos de asuntos internos, como los de derechos humanos, tampoco funcionan de manera adecuada. No sancionan. No resuelven o impiden que sigan ocurriendo”, señala Elena Azaola Garrido, profesora-investigadora del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS).
La madrugada en que Bárbara fue agredida, tenía tres meses de su ingreso a la PA. No conocía al uniformado que la atacó, porque su servicio era en museos y ese día la enviaron al Centro Cultural Teatro, en la delegación Cuauhtémoc. Jamás lo volvió a ver. Se “arrimó” a sus superiores creyendo que la ayudarían, pero fue lo contrario. Quiso meter un reporte, pero nadie hizo nada, hasta el escribiente se burló de su situación.
—¿No pensaste en denunciar los hechos ante la procuraduría o en Derechos Humanos?, se le pregunta.
— “La verdad era nueva y no sabía cómo se manejaba. Además, siempre nos han amenazado de que vayamos a donde vayamos, nadie nos va a hacer caso. Me dijeron que donde quisiera ir, nadie iba hacer nada”.
Con la voz entrecortada y a punto de llorar, recuerda que después de mucho tiempo sólo se lo platicó a una compañera, quien le dijo que pudo haber demandado al elemento y en ese momento, haberlo llevado hasta el Ministerio Público.
De las 461 denuncias por acoso sexual en la capital del país, 33 se dieron en 2014; 39, en 2015; 181, en 2016, y 208, en 2017. Es decir, se dispararon en los últimos dos años.
En ocasiones, las agentes no denuncian por el temor que les provoca el que las cosas puedan revertirse y que ellas queden en tela de juicio. Pero la razón principal es la falta de información, destaca Jael García Ponce, instructora del departamento de Formación y Selección de la PBI y quien en 2013 fue encargada de establecer la Unidad de Género en la misma institución.
“No lo denuncian porque hay este desconocimiento. A veces no tienen esa certeza, esa conciencia de ser víctimas de un hostigamiento, de violencia sexual. La víctima no lo tiene claro y se confunde. Dicen ‘¿será o no será?, ¿me creerán o no?, ¿yo tengo la culpa o no?’. Entonces, dudan de su propia capacidad y de sus percepciones”, señala.
El carácter fuerte de Jimena Castillo (nombre cambiado para proteger su identidad) le ha valido para lidiar con las actitudes machistas dentro de la institución. Ronda los 50 años de edad y ha escuchado frases como: “Si así te ves ahorita, cómo estarías de joven, de seguro bien buena”. Con poco más de dos décadas de servicio, ha sido testigo y oído de innumerables historias de sus compañeras. A una de ellas, quien trabajaba en un hospital (con horario de 24 por 24 horas), le dieron un par de horas para descansar. Se acostó sobre un cartón en el piso y con una cobija encima; al poco tiempo, su compañero se acercó para tocarla. Lo denunció, pero no pasó nada.
“Hay una aquí, que no falta el compañero que llega y le dice ‘que buenas nalgas’. Igual hay tocamientos y ella se pone al brinco, pero ya sabes, le dicen: ‘Quien te manda estar tan buena’ y cosas así. A otras les han enseñado los penes, les mandan fotos por medio de WhatsApp. ¡O sea que sí está muy cabrón!”, cuenta con enojo.
Dice que sus compañeras no denuncian por miedo a represalias, a un mayor hostigamiento laboral, a que las cambien de servicio. Los comandantes siempre paran los procesos cuando hay una denuncia y existe mucha discriminación hacia las mujeres.
Repercusiones sicológicas
En el caso de las uniformadas que denuncian y no ocurre nada, existe una afectación; quedan desmoralizadas y repercute en problemas sicológicos. Les genera un estrés postraumático y a veces pasan a un cuadro de depresión o ansiedad. “El nivel de alerta se activa en la víctima. Está siempre pensando y, obviamente les va a generar insomnio, no habrá un rendimiento adecuado. Tendrán problemas de concentración, de tensión. Incluso alguna afectación a nivel sicosomático que tiene que ver con la disminución del apetito y el inicio del consumo de alguna sustancia”, explica Gloria López Santiago, sicóloga criminal y forense.
En 2016 este diario reportó que a mil 935 elementos de la SSPCDMX se les diagnosticó depresión entre enero de 2013 y agosto de 2016. De estos, 883 eran mujeres de las policías Preventiva y Auxiliar.
Llena de coraje e impotencia, Bárbara accedió a su cambio de servicio en el Metro. Allí, Gustavo Pérez Cruz (nombre ficticio), supervisor a cargo, comenzó a pretenderla. La invitaba a salir y le lanzaba “piropos”. Ella lo rechazó, entonces el supervisor la mandó “prestada” a otra línea del Metro con el argumento de falta de personal y de que sería por poco tiempo.
Con el paso de las semanas, Bárbara preguntó al supervisor de esa línea cuándo la regresarían. “¿Qué no te dijo Gustavo? Es que ya no vas a regresar. No sé qué habrás hecho”, fue la respuesta que obtuvo. Cuando buscó a Gustavo, éste le dio una cachetada y “me dijo que las compañeras teníamos que acceder a todos sus caprichos”.
Otro problema que representa la violencia sexual es la falta de oportunidades para ascender. La mayoría se dan a través de favores sexuales. Si las uniformadas aceptan, consiguen un mejor trato, permisos, alguna promoción de puesto. “La mayoría de las oportunidades la tienen las que acceden a tener relaciones sexuales con los jefes. Los ascensos no respetan lo que dicen las normas, dependiendo de los méritos que va haciendo cada agente”, explica Azaola Garrido.
“Las que se niegan a acceder son castigadas. Las mandan a las labores más difíciles. Les tocan las jornadas más largas, así las presionan para hacerles saber que esa es la regla para poder tener un mejor ambiente laboral”. (El Universal).
El miedo la invadió mientras esperaba con ansias a que amaneciera. A pesar del cansancio, la veinteañera uniformada intentó no volver a cerrar los ojos. Indefensa y con el cuerpo tembloroso, desde un rincón de la puerta del teatro, se mantenía alerta ante una nueva agresión. Su verdugo, a escasos metros, la miraba de manera morbosa y se burlaba con cinismo.
Minutos antes, alrededor de las tres de la madrugada, su compañero, de 35 años de edad, se aprovechó de la fatiga acumulada. La integrante de la Policía Auxiliar tenía más de 48 horas seguidas de servicio. Aún así, le asignaron un turno más. Casi tres días sin dormir. El cansancio la venció en cuanto reposó en el sillón, no supo el momento. Mucho menos cuando su pantalón fue desabotonado.
El policía le introdujo la mano en la vagina y le acarició el cuerpo. Al percatarse, lo aventó. Desconcertada, quedó en shock, no supo qué más hacer porque estaban solos. Por la mañana, acudió a su sector, en Tacubaya, para denunciarlo con el comandante Escobar, quien dijo: “¡Ese es tu problema!, ¡Además, un taco no se le niega a nadie!”. Al escucharlo, “fui con el comandante Andrés Flores Aguilar [nombre ficticio]. Yo todavía temblaba de miedo y llorando, le expliqué”, cuenta.
Con él sólo obtuvo más burlas. “¡Ay compañera, pues aquí así es esto!, y recuerda lo que ya te dijo tu comandante, ‘un taco no se le niega a nadie’. Si quieres estar bien, te tienes que acostar con todos”. Enseguida, le aseguró que si no le parecía, le daba su disposición (cambio de servicio).
La única respuesta que obtuvo ese enero de 2011, fue un cambio de servicio al Metro. Bárbara Ruíz, nombre que usa para permanecer en el anonimato, no sólo ha padecido ese tipo de violencia, sino también acoso sexual, lo mismo que hostigamiento laboral. No es la única, es el pan de cada día para miles de mujeres que laboran en la Secretaría de Seguridad Pública de la Ciudad de México (SSPCDMX).
A pesar de innumerables solicitudes a través de Transparencia, la dependencia a cargo de Hiram Almeida Estrada, al igual que la Procuraduría General de Justicia capitalina (PGJCDMX) y la Policía Auxiliar (PA), niegan tener informes de violencia de índole sexual en las corporaciones. Sólo la Policía Bancaria e Industrial (PBI) registró 38 denuncias de mujeres por acoso sexual de enero de 2013 al 31 de enero de 2018.
En marzo, la PGJCDMX señaló un registro de 461 denuncias por acoso sexual de manera general, de 2014 a diciembre de 2017, de acuerdo con la solicitud de información con número de folio 0113000068518 en poder de EL UNIVERSAL. Sin embargo, existe una cifra negra que se desconoce porque muchas víctimas no denuncian ante la omisión de las autoridades.
Lo mismo ocurre dentro de las corporaciones policiacas, no lo hacen por temor a represalias. Desconocen sus derechos y se naturalizan las acciones al ser una institución dominada por hombres. Y se siguen cometiendo a raíz de la impunidad y corrupción, coinciden especialistas en el tema y mujeres policías agredidas.
Este fenómeno no se ha logrado desterrar porque es una institución que tolera dichos actos. “Los departamentos de asuntos internos, como los de derechos humanos, tampoco funcionan de manera adecuada. No sancionan. No resuelven o impiden que sigan ocurriendo”, señala Elena Azaola Garrido, profesora-investigadora del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS).
La madrugada en que Bárbara fue agredida, tenía tres meses de su ingreso a la PA. No conocía al uniformado que la atacó, porque su servicio era en museos y ese día la enviaron al Centro Cultural Teatro, en la delegación Cuauhtémoc. Jamás lo volvió a ver. Se “arrimó” a sus superiores creyendo que la ayudarían, pero fue lo contrario. Quiso meter un reporte, pero nadie hizo nada, hasta el escribiente se burló de su situación.
—¿No pensaste en denunciar los hechos ante la procuraduría o en Derechos Humanos?, se le pregunta.
— “La verdad era nueva y no sabía cómo se manejaba. Además, siempre nos han amenazado de que vayamos a donde vayamos, nadie nos va a hacer caso. Me dijeron que donde quisiera ir, nadie iba hacer nada”.
Con la voz entrecortada y a punto de llorar, recuerda que después de mucho tiempo sólo se lo platicó a una compañera, quien le dijo que pudo haber demandado al elemento y en ese momento, haberlo llevado hasta el Ministerio Público.
De las 461 denuncias por acoso sexual en la capital del país, 33 se dieron en 2014; 39, en 2015; 181, en 2016, y 208, en 2017. Es decir, se dispararon en los últimos dos años.
En ocasiones, las agentes no denuncian por el temor que les provoca el que las cosas puedan revertirse y que ellas queden en tela de juicio. Pero la razón principal es la falta de información, destaca Jael García Ponce, instructora del departamento de Formación y Selección de la PBI y quien en 2013 fue encargada de establecer la Unidad de Género en la misma institución.
“No lo denuncian porque hay este desconocimiento. A veces no tienen esa certeza, esa conciencia de ser víctimas de un hostigamiento, de violencia sexual. La víctima no lo tiene claro y se confunde. Dicen ‘¿será o no será?, ¿me creerán o no?, ¿yo tengo la culpa o no?’. Entonces, dudan de su propia capacidad y de sus percepciones”, señala.
El carácter fuerte de Jimena Castillo (nombre cambiado para proteger su identidad) le ha valido para lidiar con las actitudes machistas dentro de la institución. Ronda los 50 años de edad y ha escuchado frases como: “Si así te ves ahorita, cómo estarías de joven, de seguro bien buena”. Con poco más de dos décadas de servicio, ha sido testigo y oído de innumerables historias de sus compañeras. A una de ellas, quien trabajaba en un hospital (con horario de 24 por 24 horas), le dieron un par de horas para descansar. Se acostó sobre un cartón en el piso y con una cobija encima; al poco tiempo, su compañero se acercó para tocarla. Lo denunció, pero no pasó nada.
“Hay una aquí, que no falta el compañero que llega y le dice ‘que buenas nalgas’. Igual hay tocamientos y ella se pone al brinco, pero ya sabes, le dicen: ‘Quien te manda estar tan buena’ y cosas así. A otras les han enseñado los penes, les mandan fotos por medio de WhatsApp. ¡O sea que sí está muy cabrón!”, cuenta con enojo.
Dice que sus compañeras no denuncian por miedo a represalias, a un mayor hostigamiento laboral, a que las cambien de servicio. Los comandantes siempre paran los procesos cuando hay una denuncia y existe mucha discriminación hacia las mujeres.
Repercusiones sicológicas
En el caso de las uniformadas que denuncian y no ocurre nada, existe una afectación; quedan desmoralizadas y repercute en problemas sicológicos. Les genera un estrés postraumático y a veces pasan a un cuadro de depresión o ansiedad. “El nivel de alerta se activa en la víctima. Está siempre pensando y, obviamente les va a generar insomnio, no habrá un rendimiento adecuado. Tendrán problemas de concentración, de tensión. Incluso alguna afectación a nivel sicosomático que tiene que ver con la disminución del apetito y el inicio del consumo de alguna sustancia”, explica Gloria López Santiago, sicóloga criminal y forense.
En 2016 este diario reportó que a mil 935 elementos de la SSPCDMX se les diagnosticó depresión entre enero de 2013 y agosto de 2016. De estos, 883 eran mujeres de las policías Preventiva y Auxiliar.
Llena de coraje e impotencia, Bárbara accedió a su cambio de servicio en el Metro. Allí, Gustavo Pérez Cruz (nombre ficticio), supervisor a cargo, comenzó a pretenderla. La invitaba a salir y le lanzaba “piropos”. Ella lo rechazó, entonces el supervisor la mandó “prestada” a otra línea del Metro con el argumento de falta de personal y de que sería por poco tiempo.
Con el paso de las semanas, Bárbara preguntó al supervisor de esa línea cuándo la regresarían. “¿Qué no te dijo Gustavo? Es que ya no vas a regresar. No sé qué habrás hecho”, fue la respuesta que obtuvo. Cuando buscó a Gustavo, éste le dio una cachetada y “me dijo que las compañeras teníamos que acceder a todos sus caprichos”.
Otro problema que representa la violencia sexual es la falta de oportunidades para ascender. La mayoría se dan a través de favores sexuales. Si las uniformadas aceptan, consiguen un mejor trato, permisos, alguna promoción de puesto. “La mayoría de las oportunidades la tienen las que acceden a tener relaciones sexuales con los jefes. Los ascensos no respetan lo que dicen las normas, dependiendo de los méritos que va haciendo cada agente”, explica Azaola Garrido.
“Las que se niegan a acceder son castigadas. Las mandan a las labores más difíciles. Les tocan las jornadas más largas, así las presionan para hacerles saber que esa es la regla para poder tener un mejor ambiente laboral”. (El Universal).