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Investigadores de la Universidad de Stanford encontraron un vínculo entre la obesidad y la depresión, y un daño en el cerebro entre niños y jóvenes.
Investigadores de la Universidad de Stanford, en California, realizaron un estudio que vinculó la obesidad y la depresión en niños y adolescentes con daños en el cerebro. Los especialistas de la Facultad de Medicina de la institución, comentaron que los hallazgos se basan en imágenes de resonancia magnética del cerebro de niños y adolescentes de 9 a 17 años, quienes tuvieron problemas depresivos y un peso saludable. En un comunicado, la Universidad de Stanford informó que este estudio es el primero en documentar cómo la obesidad y la depresión concurrentes se reflejan en el cerebro en este grupo de edad.
Los jóvenes que tenían ambas afecciones presentaban volúmenes bajos en dos de las áreas de procesamiento de recompensa del cerebro; el hipocampo y la corteza cingulada anterior. El profesor Manpreet Singh, sostuvo que con este análisis quieren ayudar a los niños y las familias a entender que estas afecciones son fenómenos basados en el cerebro. "Queremos desestigmatizar estos problemas. Comprender que hay una base cerebral puede ayudar tanto a los niños como a los padres a centrarse en las soluciones", planteó. Cuando la obesidad y la depresión comienzan en la infancia, tienden a persistir durante toda la vida; los jóvenes deprimidos pueden experimentar un ciclo de comer en exceso para tratar de sentirse mejor, seguido del aumento de peso, los sentimientos de depresión continua y el acoso relacionado con el peso que empeora aún más su depresión.
La investigación que incluyó la aplicación de escáneres cerebrales, reveló anormalidades en los centros de recompensa del cerebro. "Independientemente, en la obesidad y la depresión, aparecieron las mismas redes cerebrales, y eso nos resultaba curioso. Pensamos que quizás ese era un vínculo que nos ayudaría a entender mejor por qué coexistían estos síntomas", sostuvo Singh.
Los investigadores reclutaron a 42 participantes jóvenes con un índice de masa corporal mayor a la media, y que reportaban síntomas depresivos de moderados a severos sin tratamiento. Se evaluaron con pruebas clínicas para determinar su nivel de depresión, su experiencia de placer y ciertos comportamientos alimentarios, como comer sin control. También se midió su resistencia a la insulina. Aquellos con mayor resistencia a la insulina experimentaron menos placer al comer, eran más propensos a comer de manera desenfrenada y también tuvieron anhedonia —dificultad para experimentar placer. "Nos hemos acercado más a la comprensión de los mecanismos específicos compartidos entre estos síndromes y los marcadores neurofuncionales acordes que los acompañan", escriben los autores en el estudio
Investigadores de la Universidad de Stanford encontraron un vínculo entre la obesidad y la depresión, y un daño en el cerebro entre niños y jóvenes.
Los jóvenes que tenían ambas afecciones presentaban volúmenes bajos en dos de las áreas de procesamiento de recompensa del cerebro; el hipocampo y la corteza cingulada anterior. El profesor Manpreet Singh, sostuvo que con este análisis quieren ayudar a los niños y las familias a entender que estas afecciones son fenómenos basados en el cerebro. "Queremos desestigmatizar estos problemas. Comprender que hay una base cerebral puede ayudar tanto a los niños como a los padres a centrarse en las soluciones", planteó. Cuando la obesidad y la depresión comienzan en la infancia, tienden a persistir durante toda la vida; los jóvenes deprimidos pueden experimentar un ciclo de comer en exceso para tratar de sentirse mejor, seguido del aumento de peso, los sentimientos de depresión continua y el acoso relacionado con el peso que empeora aún más su depresión.
La investigación que incluyó la aplicación de escáneres cerebrales, reveló anormalidades en los centros de recompensa del cerebro. "Independientemente, en la obesidad y la depresión, aparecieron las mismas redes cerebrales, y eso nos resultaba curioso. Pensamos que quizás ese era un vínculo que nos ayudaría a entender mejor por qué coexistían estos síntomas", sostuvo Singh.
Los investigadores reclutaron a 42 participantes jóvenes con un índice de masa corporal mayor a la media, y que reportaban síntomas depresivos de moderados a severos sin tratamiento. Se evaluaron con pruebas clínicas para determinar su nivel de depresión, su experiencia de placer y ciertos comportamientos alimentarios, como comer sin control. También se midió su resistencia a la insulina. Aquellos con mayor resistencia a la insulina experimentaron menos placer al comer, eran más propensos a comer de manera desenfrenada y también tuvieron anhedonia —dificultad para experimentar placer. "Nos hemos acercado más a la comprensión de los mecanismos específicos compartidos entre estos síndromes y los marcadores neurofuncionales acordes que los acompañan", escriben los autores en el estudio
Fuente: Milenio