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Con motivo de los 90 años de la Policía Federal, la corporación colocó en el blog del sitio gubernamental gob.mx, la historia de El Tiburón, apodo con el que identifica a uno de los agentes que participaron en la detención de Joaquín El Chapo Guzmán Loera el 8 de enero de 2016. esta es la narración completa:
Para ser un policía que pase pruebas de 50 millones de dólares o de 500 mil pesos, hay que querer ser policía, sentir todos los días a la Policía, salir orgulloso y con ganas. Conoce el relato del policía federal que capturó a uno de los criminales más buscados del planeta.
Tengo un tío que es doce años más grande que yo y que también es policía federal. Cuando estaba chico, veía que llegaba con su uniforme y patrulla, lo que me causaba mucha admiración.
En alguna época vivimos cerca de una autopista, donde alcanzaba a ver las patrullas y de ahí fue creciendo mi interés en formar parte de la Policía Federal de Caminos, como se llamaba entonces nuestra Institución.
No era fácil ingresar, eran muy estrictos. De inicio, había que ir bien vestidos y con el cabello bien arreglado tan solo para pedir informes. “¿A qué vienes? ¿A pedir informes o a pedir trabajo?”, nos decían los comandantes.
Me regresaron tres veces tan solo para tener informes de cómo ingresar. Ya con el cabello corto y bien presentado, pude saber de lo que necesitaba para poder ingresar a la Policía Federal de Caminos. Me tocó ir a las oficinas casi a diario durante siete meses, hacer ejercicio y correr para ganarme mi ficha de aspirante.
Aunque no era un procedimiento institucional, era un filtro que ponían los propios comandantes para que ingresaran solo aquellos que de verdad tenían la vocación para ser policías.
Cuando le dije a mi papá que quería ser policía federal de caminos, él solo se me quedó viendo y me dijo: “sé lo que quieras ser, pero trata de ser el mejor”. Mi mamá, un poco más aprehensiva, se espantó, pero poco a poco fue entendiendo y cuando me dieron la lista de prendas que debía llevar a la Academia, ella misma me compró todo.
En la Academia de San Luis Potosí no solo conocí compañeros de profesión, sino también amigos que hasta la fecha frecuento y que han llegado a ser parte de mi familia.
Los retos que se nos fueron presentando, primero como cadetes y luego como policías federales ya graduados, fueron creando fuertes lazo entre nosotros
El día de la detención de Joaquín Guzmán El Chapo, yo estaba en el tercer turno en Los Mochis, Sinaloa. Debía cubrir el horario de las once de la noche a las siete de la mañana.
En el día, por la carretera Los Mochis-Navojoa, circulan muchos vehículos, incluyendo agricultores y gente que se dedica a la pesca, mientras que en la noche hay muy poca circulación.
Un turno cualquiera implicaba realizar mis recorridos, hacer folios de infracción si era el caso y en general, estar al pendiente de prevenir y atender cualquier delito que se pudiera registrar.
Ese día se sentía algo raro. A las tres o cuatro de la mañana, comenzamos a escuchar helicópteros cerca, lo que me pareció extraño debido a que Los Mochis es una ciudad pequeña. Me imaginé que podría tratarse de un operativo de Sedena o Marina, pero no más.
Estábamos tres patrullas en el servicio. Yo conducía la patrulla acompañado de otro compañero, estaba también el Responsable de Turno o RT y otros compañeros más en la carretera que va hacia el norte, en los límites con Sonora.
A mí me tocó cubrir de Los Mochis hacia el sur, rumbo a Guasave.
Era una madrugada más sola que de costumbre. En algún momento, nos reunimos con el RT en uno de los tramos.
-"Está medio raro ¿ya escuchaste a los helicópteros?"
-"Yo también escuché. ¿Qué será?"
-"No pues quien sabe. Ahí nos vemos al rato".
Y el RT siguió con su recorrido.
Fue amaneciendo y comenzamos a escuchar disparos, por lo que nos acercamos a Los Mochis para reunirnos en un puente que está antes de entrar a la ciudad. En algún momento pensamos que los disparos podían ser a causa de un enfrentamiento entre delincuentes, pero el radio operador nos informó que había un operativo de Marina y que había que estar pendientes.
El Titular de la Estación nos ordenó que todas las unidades estuviéramos atentas y esperar en la carretera a que llegara el primer turno. Para entonces, eran alrededor de las seis de la mañana.
Me tocó quedarme debajo del puente donde nos habíamos reunido, desde donde se veía la afluencia de vehículos que venían de la ciudad para salir a la carretera.
Al poco tiempo cesaron los disparos y el ruido del helicóptero.
Instantes después recibimos vía radio la información sobre un reporte de robo de vehículo por parte del C4, instancia que sube a todas las autoridades este tipo de información por si tenemos contacto con el vehículo.
Estaba debajo de la patrulla junto con mi compañero, cuando a los diez minutos vi que venía el carro focus rojo reportado. “¿Tan pronto?” pensé, “no creo que tan rápido llegue aquí si se lo robaron en el centro”.
Solo alcancé a ver los últimos números de la placa y luego corroboré con mi compañero los datos del reporte.
Todavía vi cómo el vehículo se paraba con toda naturalidad ante una señal vial de “alto”, para segundos después dar la vuelta a la izquierda e ingresar a la carretera con dirección al sur.
Con la duda sobre si se trataba del vehículo robado, inicié el camino para verificarlo.
Más adelante se encontraba mi RT, a quien le hablé por radio: “Jefe, pasó un carro, un Focus rojo, nada más alcancé a ver los últimos números de la placa. No estoy seguro, voy a pararlo para que sepas y si es positivo, me ayudes”.
No aceleré mucho el vehículo porque estaba lloviznando y el pavimento estaba mojado, pero lo alcancé con facilidad.
El RT y yo le dimos alcance al mismo tiempo al vehículo y le solicitamos el alto. El vehículo se detuvo de manera normal.
Al notar que las placas coincidían con el reporte de robo, nos bajamos de las patrullas con mayor precaución.
Del Focus se bajó primero el conductor, quien hizo contacto con el RT, mientras que yo me paré del otro lado de la patrulla para darle cobertura. “Comandante, traigo al patrón, échenme la mano”, alcancé a escuchar que decía el conductor, lo que me pareció muy extraño.
Caminé y me paré del lado del acompañante del vehículo. Abrí la puerta y el pasajero se me quedó viendo: “Ah canijo, es El Chapo”, pensé.
Comandante, comandante, échenme la mano.
A ver “patrón”, bájese tantito.
Lo bajé y lo tomé del hombro. Alcancé a ver que traía una pistola debajo de sus piernas, por lo que rápido lo jalé para conmigo, como abrazándolo para ver si no traía un arma fajada.
Lo jalé y empecé a caminar a la parte trasera de mi patrulla. Cuando iba llegando a la puerta le puse rápido las esposas. “¿Por qué comandante? ¿Por qué me esposas? ¿Por qué me tratas así?”, me decía.
“Espérese, espérese, ahorita vemos”, le contesté.
Abrí la puerta de la patrulla y lo aventé hacia adentro. “Espérese ¿por qué me trata así?”, me gritó.
Cerré la puerta y vi que todavía mi RT interactuaba con quien ese momento supe que era El Cholo”. Le grité que lo esposara y enseguida lo empujó hacia adelante y le puso las esposas.
“Es El Cholo y acá traigo a El Chapo, le grité.
“¿Qué vas a hacer?” me dijo el RT. “Vámonos de aquí, nos van a matar” le contesté, mientras comencé a ver que a lo lejos había un fuerte movimiento de vehículos en la carretera.
Lléveme a Che Ríos. Ahí está mi gente, ahí nos van a apoyar.
Si, si, ahorita vamos para allá.
En mi mente estaba claro que no tenía nada que ir a hacer a un lugar en donde me esperaba una muerte segura. En el primer retorno me di la vuelta en sentido contrario. Nadie sabía que yo llevaba a El Chapo en mi vehículo.
Del otro lado comenzaron a pasar distintos vehículo, mientras yo seguía mi camino en el sentido contrario. Primero pensé en ir a la oficina de Policía Federal, pero eso significaba entrar a la ciudad y un gran riesgo, así que lo descarté. Luego me acordé de la guarnición militar, un lugar a donde a veces íbamos a hacer prácticas de tiro y que estaba sobre la carretera. “Ahí es un lugar seguro”, pensé.
Pasé el entronque de Los Mochis rumbo a la guarnición, mientras que mi pasajero insistía que lo lleváramos a Che Ríos. “Ahorita, ahorita, espérese tantito. Ahorita vemos qué hacemos”, le decía. “Bueno, bueno, está bien, está bien”, me dijo sin ponerse agresivo.
Cuando iba a medio camino, a lo lejos vi unas camionetas y sentí miedo. Entonces vi un hotel donde a veces comíamos y se me hizo fácil meterme. Sabía que ahí era menos probable que me encontraran.
Adentro, comencé a marcar. Para ese momento, el RT ya le había informado al Jefe de Estación que yo traía a El Chapo en mi patrulla.
Nunca estuvo en duda avisarles a mis compañeros y mandos. Los conozco y tengo plena confianza en ellos.
Estuve a solas con él un rato. Fue entonces cuando me ofreció dinero.
Ayúdeme y no va a volver a trabajar. Comandante, dígame qué quiere pero ya écheme la mano.
Ahorita vemos, ahorita platicamos de eso.
Le ofrezco dos o tres empresas de aquí de Sinaloa; es más, le dejo 50 millones de dólares, para no vuelva a trabajar nunca en su vida.
Ahorita, espérese. Ahorita vemos qué hacemos.
Comandante, no se vale. Tanto huir y tanto dinero para que usted venga y me entregue. No se vale.
También entiéndame, estoy haciendo mi trabajo. Nadie me dijo que ahí venía usted. Yo soy policía y estoy haciendo mi trabajo. No vaya a creer que alguien me avisó.
No ya sé. Ese fue un atorón bien.
Ahí está. Nomás entiéndame que es mi trabajo.
Está bien comandante.
Se quedó callado, se agachó y no me volvió a hablar o a ofrecerme algo.
Al poco rato llegó el RT en la otra patrulla con El Cholo y nos quedamos ahí en la habitación, con los dos hombres esposados.
Me asomé y vi que había personas en la azotea, pero me di cuenta que eran compañeros policías federales que ya estaban dando el apoyo.
Luego bajó un helicóptero de Marina y llegó Sedena.
Yo ya estaba más tranquilo por todo el apoyo de las instituciones que había en el lugar. Entonces llegaron integrantes del grupo de operaciones especiales de la Marina, que se asomaron a la habitación donde estaba El Chapo.
¿Tú fuiste verdad?
No, no.
¡Ah cómo no! No sabes lo que acabas de hacer.
Con una cara de satisfacción y emoción, el marino se dio la media vuelta y se fue.
Hay quien me pregunta por qué no acepté el dinero que me daba. Para mí fue sencillo: aún con todo su dinero, lo vi sucio, mojado, venía del drenaje, maloliente.
Y yo nunca me quería ver así. “Cincuenta millones de dólares que en mi vida me voy a gastar, pero así me voy a ver, huyendo”, pensé.
Como policía, hice lo que debía de hacer. Es El Chapo: detenlo, espósalo y llévatelo. No había otra opción.
En mi carrera como policía, durante veinte años de trabajo, siempre he tenido que tomar decisiones rápidas y que afortunadamente siempre han sido las correctas.
Para ser un policía que pase pruebas de 50 millones de dólares o de 500 mil pesos, hay que querer ser policía, sentir todos los días a la Policía, salir orgulloso y con ganas.
Eso se logra con educación, desde la casa, desde la Academia.
Si no hubiera tenido los padres que tengo, buenos instructores y buenos compañeros que me enseñaron cosas buenas, tal vez hubiera tomado otra decisión. La Policía Federal es mi vida. Es de donde mi familia depende. Es mi orgullo. Es lo que me gusta ser.
La detención de El Chapo me cambió la vida entera.
En lo familiar significó hablar con claridad y sinceridad sobre lo que había pasado. Aunque mi hija estaba pequeña, tuve que explicarle que su vida también iba a cambiar. “Si entiendo”, me dijo.
También cambió mi vida en el trabajo. Tuve mandos que le dieron un correcto valor al trabajo, un valor real y eso me permitió tener un ascenso y un reconocimiento a alguien que como policía, hizo lo correcto.
Hoy estoy convencido de que los policías debemos comportarnos en todo momento como se esperaría que se comporte un policía íntegro y profesional.
Eso significa hacer cosas buenas para que la sociedad siga viéndonos bien, que no siempre ha sido fácil, porque a veces se dejan llevar por una imagen distinta a lo que en realidad somos.
Si no actuamos en todo momento con el corazón, nos vamos a tardar en lograr la confianza y respeto de la ciudadanía, que es indispensable en la tarea policial.
Tengo la fortuna de ser ejemplo de que cuando actúas de forma correcta, las cosas salen bien, que la Policía Federal te lo reconoce y eso te motiva a echarle más ganas.
Sé que de haber decidido otra cosa aquella mañana, habría perdido lo que ya gané, que es el respeto de mi familia y de quienes en mí confían. Además de que hubiera decidido seguir una vida que me condenaba a estar siempre huyendo y en la que difícilmente hubiera tenido un buen final.
Colaboración de la División de Seguridad Regional
Conoce 90 años de historias de la Policía Federal, un espacio en el que las y los propios policías son los protagonistas.