Cada diez
años una oleada de tecnologías suplanta a la anterior, y en el 2020 deberá de
iniciar la quinta generación, la llamada 5G, y sus efectos podrían cambiar
radicalmente el mundo tal y como lo conocemos.
Desde hace
casi cincuenta años los ingenieros y las empresas de telecomunicación pactan
que cada década la acumulación de avances tecnológicos en materia de equipo,
ciencia básica y software, se concentren en una gran renovación radical de las
redes celulares en todo el mundo. De esta forma cada generación de tecnología
de telecomunicaciones es una verdadera revolución tecnológica.
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La sucesión
de generaciones parece una línea de tiempo acelerada de la historia económica
del capitalismo: la 2G, que permitió la transmisión de voz, datos e imágenes,
tuvo como protagonista a Europa; la 3G, que permitió el desarrollo de apps, y
atestiguó el surgimiento del iPhone, se centró en Estados Unidos; al igual que
la 4G, la cual permitió la potenciación de las apps y las redes sociales.
La 5G, sin
embargo, parece estar moviendo el centro de gravedad a Asia, a China en
particular, y los hitos de la competencia por ver quién llega primero a la 5G,
y quién la controla, se han convertido en una historia dramática en donde están
en juego no únicamente trillones de dólares, sino el equilibrio hegemónico de
los próximos años en la economía y en la tecnología.
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Como cada
nueva generación, la 5G promete ser más poderosa, rápida y versátil que la
anterior. Pero el factor de mejora es pasmoso. Pruebas realizadas por Qualcomm,
el fabricante de chips estadunidense, y uno de los líderes (asediado por
intereses chinos) de la 5G, muestran que, en su cúspide, la 5G es hasta 20
veces más rápida que la actual 4G. Eso significa, por ejemplo, que podríamos
bajar una película para verla en nuestros celulares en diecisiete segundos,
comparados con la descarga de seis minutos.
Pero esa
rapidez no es más que un síntoma de la verdadera potencia de la 5G. La nueva
red celular será capaz de soportar las comunicaciones de nuestros artefactos
móviles, de los autos no tripulados, de la conexión de todos los cachivaches en
nuestras casas, de los robots que pululan por las fábricas, de los aviones que
surquen los cielos sin pilotos, de la inteligencia artificial que parece estar
a pasos apenas de poder controlar y dirigir los procesos industriales, urbanos
y económicos de nuestra realidad diaria. Esto es lo que hoy llamamos “el
internet de las cosas”, es decir, un autómata global.
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La potencia
necesaria para controlar la miríada de robots, grandes y pequeños, que ya
pueblan nuestro mundo, no puede ser dada por la 4G. Pero la 5G, programada para
el 2020, deberá de ser la respuesta. Tomemos por ejemplo la realidad virtual.
Con la 5G quizá sea posible que un doctor ausculte a un paciente a distancia,
mediante la cámara de video de su artefacto móvil y las aplicaciones de
realidad virtual. Eso no es posible hoy.
Renovar los
equipos, redes, software, y controles que hoy operan la 4G, y poder hacer las
inversiones suficientes para la 5G requerirá miles de millones de dólares por
todo el mundo (se estima que entre 2018 y 2020 la inversión sea de 0.5
billones). Vastas inyecciones de capital por parte de las principales empresas
de hardware, software y telecomunicaciones del planeta.
Habrá
empresas que no sobrevivan la llegada de la 5G: porque llegan tarde al juego;
porque no tuvieron los bolsillos para transformarse; porque se equivocaron de
tecnología y se quedaron sin liquidez; porque otros fueron mejores para jugar
la 5G; porque su mercado no fue suficiente; porque sus gobiernos nacionales no
se dieron cuenta de la importancia de apoyarlos y los dejaron solos frente a
competidores apoyados por sus respectivos gobiernos.
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Los datos
que mostramos en este texto muestran algo contundente: Huawei, la compañía
china que ha ocupado muchos titulares recientemente, es el jugador más
importante, tanto en la 4G como en la 5G. El segundo dato es la continua
importancia de los dos jugadores nórdicos: Ericsson y Nokia. Detrás de ellos
otro jugador chino, ZTE, también en el centro de la disputa comercial de Trump
contra China, ocupa un rol relevante, seguido a media tabla por los jugadores
estadunidenses: Qualcomm e Intel.
No debe
sorprendernos, por tanto, que las proyecciones de mediano plazo calculan que
Asia pacífico será el principal usuario de 5G. Las estimaciones para 2025 es
que Asia cuente con cerca de 720 millones de conexiones 5G, superando a las 350
millones estimadas para Norteamérica y las 310 estimadas para Europa.
¿Por qué
China y sus empresas presentan una ventaja clara frente a sus competidores en
esta carrera por llegar primero y controlar las condiciones sobre las que
operará la 5G? La respuesta a esta pregunta quizá implique decir: “porque el
capitalismo liberal no es la opción”. El cambio tecnológico se da de manera
azarosa. Quienes lo han estudiado saben que las innovaciones que acaban
teniendo un impacto económico y financiero de largo plazo no necesariamente se
producen de manera controlada y voluntaria, y con frecuencia surgen de lugares
y ocasiones inesperadas. Como el mercado: es un proceso azaroso cuyos
resultados suelen ser inciertos a pesar del trabajo, el tiempo y el dinero que
se le invierta.
Por ello el
capitalismo estadunidense ha dejado la innovación tecnológica a su fantástico
sistema de competencia empresarial. Son las empresas quienes corren con el
gasto y el riesgo y en esa competencia de una contra a otra: de Ford vs.
Chrysler; de Apple vs. Microsoft; de Google vs. Amazon vs. Facebook, como se produce
la innovación constante.
Pero el
modelo chino es distinto, y en esta ocasión tiene una ventaja. Pasar de la 2G a
la 5G ha implicado que el monto mínimo de inversión para llegar a la meta y
mantenerse en la carrera exponencialmente mayor. Llegar y conquistar la 5G
requiere una inversión que quizá ni la mayor de las empresas estadunidenses
pueda enfrentar por sí sola, por lo que deberá de renunciar a la competencia,
aliándose con sus rivales, o recurrir al Estado, algo ajeno al espíritu
estadunidense.
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Las
empresas chinas son distintas. Son alentadas y financiadas por el Estado en su
carrera por controlar y ganar la 5G. En el pasado la práctica de los Estados de
escoger “campeones nacionales” tuvo pésimas experiencias, pero en el caso de la
5G hasta el momento la fórmula china parece estar dando resultado, y de
prevalecer sobre las empresas estadunidenses habrá una lección muy
significativa: en el actual estadio de la economía global, el capitalismo tal y
como lo conocemos: basado en la competencia y en la intervención lateral del
Estados quizá ya no sea suficiente.
Si el
modelo chino acaba prevaleciendo en la 5G entonces una intervención masiva del
Estado (con subsidios de una u otra forma), apoyando la innovación tecnológica
para reducir el riesgo de quiebra a las empresas innovadoras será necesario
para fondear las cada vez mayores inversiones de las nuevas generaciones de red
celular en el mundo, que requerirán una vasta y densa red para soportar los
millones de artefactos que automatizarán los detalles más insospechados de
nuestra vida diaria.
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