Más de un año fuera del foro no es poca cosa, los artistas de la escena –e incluso aquellos que se dedican de forma profesional al baile popular– se han venido adaptando o en algunos casos más bien conformando, a que la vieja normalidad de tener los escenarios como espacios fundamentales es algo que se avizora muy lejano.
Esta tremenda desventaja de haber perdido el nicho básico, el espacio vital donde se crean fantasías y se conforman realidades paralelas, ha puesto a los principales creadores y sus compañías al borde del despeñadero.
Aunque, muchos parecen divagar entre la abulia, el conformismo y la depresión, también hay otros, que ya sea con el cuerpo fragmentado por el Zoom, en redes o bailando con tapabocas han iniciado una suerte de resistencia que se anuncia como una nueva forma de entrar a una impredecible contracultura dancística.
Y mientras las estructuras institucionales permanecen paralizadas, porque su andamiaje tiene muchos años de haberse podrido, los que empujan hacia al frente, van buscando nuevas salidas a sus obras, se valen de los espacios que los funcionarios mantienen subutilizados, trabajan a lo largo del país y sobreviven apenas, pero sumergidos en su verdadera pasión.
Sin sueldos, con taquillas raquíticas, un poco en calidad de mártires o de víctimas de una compulsión, por no soltar lo que ya no se sostiene, grupos y creadores mexicanos siguen, entre brumas, buscando una senda firme dentro de un azaroso pantanal.
Porque a diferencia de los países en los que se invierten en el arte por convicción filantrópica –y por ello sobrevivirá su danza–, aquí la burocracia ha ido devorando la espontaneidad creativa para hacerse de una agenda que no necesariamente representa a los artistas, sino a los intereses de aquellos que ocupan puestos de poder y que, desde la ignorancia, determinan políticas culturales, siendo que son en su mayor parte políticos advenedizos, vamos, analfabetas funcionales que siguen convencidos que arte y entretenimiento son lo mismo.
De ahí, que la contracultura que utiliza los salones de bodas, las calles, los restoranes, los jardines públicos, los pasillos, los salones de danza, los estacionamientos, las playas e incluso la intimidad de su hogar, si bien no han llegado a convertirse aún en un movimiento a transgredir de forma definitiva las líneas convencionales de la danza, es sin duda la mejor opción para volver a ver a aquellos, que sedientos de un público de carne y hueso, se están jugando la vida por bailar.