Corría el año 1997 cuando legiones de espectadores corrieron a los cines para ver Titanic, el que fue el último gran éxito cinematográfico de las pantallas del siglo XX. La película protagonizada por Leonardo DiCaprio y Kate Winslet se convirtió en un éxito inmediato, recaudando más de 2.200 millones de dólares en todo el mundo (costó nada menos que 200, una barbaridad para el momento). Los actores adquirieron inmediatamente el estatus de ídolos y se convirtieron en la pareja de intérpretes más deseada.
Para decepción de sus fans, DiCaprio no logró la nominación al Oscar por su papel de Jack Dawson. Pero Kate Winslet sí que la logró por el personaje de la estirada y luego enamorada Rose DeWitt Bukater. Esta de 1998 era su segunda nominación, esta vez como actriz principal, tras lograr la estatuilla dos años antes en la categoría de reparto por su actuación en Sentido y Sensibilidad.
Para esa ceremonia en la que Titanic obtuvo nada menos que 11 de los 14 premios a los que estaba nominada, Winslet lució sus mejores galas, aunque no ganó el galardón, que fue para Helen Hunt por Mejor... Imposible. La actriz, de entonces apenas 22 años, decidió llevar un vestido de Givenchy diseñado a medida por Alexander McQueen en color verde con remates en dorado en el escote y bordados en la falda y las mangas de una chaquetilla tipo bolero que llevaba a juego (los zapatos también eran iguales). Estos días, en una entrevista con la revista People, la intérprete ha recordado lo que supuso para ella llevar un diseño tan poderoso como aquel. De hecho, ha reconocido que después de más de dos décadas ese sigue siendo su diseño favorito de todos los que ha lucido.
Cuenta Winslet que las alfombras rojas son algo que la ponen nerviosa, y que siguen haciéndolo incluso después de 30 años de experiencia sobre ellas. Y que aquella 70ª edición de los galardones no fue una excepción. “Me sentía como una escultura bordada”, rememora sobre el traje. “Para ser honesta, el vestido no era del todo cómodo para llevarlo. Ni para sentarse. Pero merecía la pena, porque lo había hecho él”, cuenta la actriz sobre el fallecido McQueen, que había debutado en la casa Givenchy apenas unos meses antes, con la colección primavera/verano de 1997, y la que estuvo vinculado hasta el año 2000.
Además, Winslet ha relatado que normalmente para las alfombras rojas intenta primar la comodidad, más allá del glamur, aunque reconoce que para algo como los Oscar puede hacer alguna excepción. “Siempre espero poder mantenerme calmada y sentirme cómoda, la verdad, y que no me duelan los pies o no tener la regla”, explica. Aunque para esa épica noche donde Titanic se convirtió en una de las películas más laureadas de la historia del cine (con permiso de Lo que el viento se llevó) hizo una pequeña excepción.
En 2018, en una entrevista con el Daily Mail, Winslet ya explicó que llamar la atención físicamente no está entre sus prioridades. “Cuando entro en una habitación, espero tener conversaciones interesantes con la gente; no me interesa si la gente me mira o no. De hecho, al revés”, explicó. “Hay algo que me resulta incómodo en ver a algunas mujeres que se presentan claramente a sí mismas de un modo pensado para que la gente las mire, pero no por las razones correctas”. “Si tengo que ir a un evento”, afirmaba, “siempre está bien sentirse arreglada, pero nada que llame demasiado la atención. Como decía mi madre siempre: ‘No me gustan los presumidos, por favor, no vistas ropa para presumir’. Incluso después de todo lo de Titanic, ella seguía diciendo: ‘Por favor, cariño, no te pongas nada que llame demasiado la atención”.