Cuando Mostafa Qadoura tenía una semana de vida, un ataque israelí que impactó su casa en la Franja de Gaza en octubre pasado lanzó su cuna por los aires con él dentro, dañó irreparablemente su ojo derecho debido a la metralla y mató a uno de sus hermanos.
Mostafa fue evacuado a Egipto semanas después, cuando el hospital que lo atendía fue asediado por el ejército israelí, y se ha convertido en un bebé de 10 meses sonriente y activo con mejillas regordetas. Pero aún enfrenta enormes desafíos.
Su madre y otro hermano murieron en otro ataque israelí pocos días después de que a él lo evacuaran. Necesitará una serie de cirugías para ajustar su ojo artificial a medida que su cuerpo crezca. Y no está claro si regresará a Gaza antes de que termine la guerra.
“No sé qué decirle cuando crezca”, dijo su abuela y tutora, Amna Abd Rabou, de 40 años, a quien se le permitió trasladarse a Egipto en abril para cuidarlo. La semana pasada, ella y Mostafa viajaron a Malasia para una operación que está programada para el lunes.
En una guerra que ha cobrado la vida de miles de niños palestinos y ha herido a muchos más, la historia de Mostafa es a la vez desgarradora y, en muchos sentidos, familiar para innumerables familias de Gaza devastadas y desplazadas por los combates entre Israel y Hamás.
Mostafa es uno de los aproximadamente 3.500 palestinos, en su mayoría niños, que han sido evacuados de la Franja de Gaza para recibir tratamiento médico. Las familias de allí han presentado solicitudes para que se evacúe por lo menos al doble de esa cantidad de niños heridos, según la Organización Mundial de la Salud.
Más de 12.000 niños han resultado heridos en la guerra, según los funcionarios sanitarios palestinos, y los grupos de ayuda dicen que muchos de los que no han podido salir de Gaza enfrentan consecuencias para su salud mucho menos esperanzadoras que las de Mostafa.
“Nos encontramos con niños cuyas vidas penden de un hilo debido a las heridas de la guerra o a su imposibilidad para recibir atención médica para enfermedades como el cáncer”, dijo Tess Ingram, portavoz del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia.
Más evacuaciones médicas salvarían vidas y mejorarían el futuro de los niños heridos, agregó Ingram, “pero por encima de todo, necesitamos un alto al fuego. Es la única manera de detener la matanza y la mutilación de niños”.
La guerra comenzó el 7 de octubre, cuando los combatientes de Hamás atacaron el sur de Israel, mataron a unas 1.200 personas y se llevaron a unos 250 como rehenes a Gaza. Más de 40.000 palestinos han muerto en los combates desde entonces, según el Ministerio de Salud de Gaza, que no distingue en su recuento entre civiles y milicianos. Al menos una cuarta parte eran niños, según el ministerio.
En el Hospital Administrativo de la Capital, en El Cairo, Mostafa se sentó recientemente en el regazo de su abuela, y jugaba con un sonajero y sonreía a la enfermera que lo acompañó en su viaje de Gaza a Egipto. Su abuela también sonreía, y dijo que lo cuidaría porque se lo prometió a su hija fallecida.
Después del ataque de finales de octubre que mató a Ayes, su hermano de 4 años, e hirió gravemente a su madre, Halimah, de 22 años, Mostafa fue encontrado a metros de la casa destruida en Jabaliya, en el norte de Gaza —aún dentro de su cuna, según su abuela.
Lo que siguió fue una historia familiar de separación en medio del caos de la guerra que ha desplazado a cerca de 2 millones de palestinos de sus hogares.
Mientras Mostafa recibía tratamiento debido a su ojo y frente heridos en el Hospital Shifa en la ciudad de Gaza, a su madre le amputaban una pierna en otro hospital en el norte de Gaza, donde también la trataban por heridas graves en el cuello, el pecho y los ojos.
“Los parientes que me rodeaban me decían que rezara y pidiera a Dios que le quitara la vida para aliviarla del dolor, pero yo les decía que era mi hija y que la cuidaría y la mantendría como está, independientemente de su condición”, dijo Abd Rabou, quien dejó a dos hijos adolescentes en Gaza al cuidado de su esposo.
Mientras aún se recuperaba de sus heridas, la madre de Mostafa se mudó a una casa grande de la familia en Jabaliya, donde un ataque el 22 de noviembre la mató a ella, a Bassam, su hijo de 6 años, y a otros 50 miembros de la familia.
Abd Rabou dijo que no sabe qué ocurrió con el padre de Mostafa, pero recuerda lo que expresó su hija el día antes de morir.
“Me tomó la mano y me dijo que quería ver a Mostafa. Dijo que tenía miedo de no volver a verlo nunca más”, recordó Abd Rabou.
La familia Qadoura no es la única en Gaza que ha sido casi aniquilada por la guerra.
El ejército israelí, que rara vez comenta sobre ataques individuales, ha dicho que intenta evitar dañar a civiles palestinos, y culpa a Hamás de sus heridas y muertes por operar en zonas residenciales densas e incluso refugiarse y lanzar ataques desde casas, escuelas y mezquitas.
Este mes, el ejército israelí reconoció haber atacado una escuela convertida en refugio en el centro de la ciudad de Gaza, y dijo que se trataba de un centro de mando de Hamás en la zona, sin aportar pruebas.
En respuesta a una pregunta sobre los dos ataques que afectaron a la familia Qadoura, un portavoz del ejército israelí respondió: “En marcado contraste con los ataques intencionales de Hamás contra hombres, mujeres y niños israelíes, el (ejército) sigue el derecho internacional y toma las precauciones factibles para mitigar el daño a los civiles”.
La familia de Mostafa desconocía su paradero después de que él y más de dos docenas de otros bebés fueran evacuados en noviembre del Hospital Shifa. Pensaron que podría haber muerto hasta que un tío se encontró con una noticia local que mencionaba a un bebé huérfano que sospechó que era él.
El tío se enteró de que Mostafa fue trasladado primero a un hospital en Rafah, y que iba a ser evacuado a Egipto junto con otros 30 bebés enfermos y débiles.
Bilal Tabasi, una enfermera que viajó con Mostafa y los otros evacuados, refirió que envolvieron a los bebés prematuros —quienes deberían haber estado en incubadoras— en mantas para tratar de mantenerlos calientes. Tres murieron antes de llegar a la frontera con Egipto.
Mostafa estaba desnutrido y deshidratado cuando llegó a la frontera. Y sobrevivió a bacterias resistentes a los antibióticos que habían infectado sus heridas de metralla, dijo Tabasi. “Mostafa fue el caso más grave con el que me encontré”, dijo Ramzy Mounir, director del Hospital Administrativo de la Capital, en El Cairo.
No está claro a dónde irán Mostafa y su abuela después de su cirugía en Malasia, pero ella espera que puedan regresar a Egipto y permanecer allí hasta que termine la guerra. Dondequiera que estén, Abd Rabou manifestó que nunca se separaría de Mostafa y recordó algunas de las últimas palabras de su hija.
“Ella me dijo: ‘Si algo le pasa a él, nunca te perdonaré’”, comentó Abd Rabou.
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