Julio se confiesa adicto al juego. Durante más de 20 años su pasión incontrolable por las apuestas hizo caer su vida en una espiral de autodestrucción, de mentiras y peleas familiares, de quebranto económico, robo, engaños reiterados y pérdida de dignidad. Durante 20 años su esclavitud al juego convirtió su vida en un infierno.
Tenía 13 años cuando, en una partida de baraja con su familia, ganó sus primeros dólares. Sintió gusto por “la lanita fácil” y a partir de allí todo el dinero que caía en sus manos lo apostaba. A los 16 años, en un casino de su natal Tijuana, su vida tomó rumbo al abismo: “Le puse dos dólares a los perros y gané. ¡Me pagaron mil dólares! Una millonada para un chamaco. Después de eso comencé a ir más seguido. diario, al poco tiempo, ya estaba yo en el hoyo”.
Esta “suerte de principiante” sonríe a casi todos los nuevos jugadores, comentan Carlos, Guillermo, Rossana, Beatriz y Gímer, cuyo vínculo patológico con el juego pasó por momentos parecidos.
Ganes o pierdas, igual te enganchas, dice Julio. Y lo vuelves a intentar y crees que en cualquier momento tu suerte va a cambiar o que puedes dominar al azar.
“Hay personas que le rezan a la máquina, la frotan, le echan agua bendita, porque creen que esa máquina les va a dar suerte o que con esos rituales van a ganar. Y a veces ganan, pero ese reforzador positivo sólo los lleva a aumentar la frecuencia, el tiempo y las cantidades que apuestan. Hasta que llega un momento en que esta conducta se sale de control”, comenta Víctor Roa Muñoz, director del Centro de Integración Juvenil, quien describe, sin conocerlo, por lo que pasó Julio: “El jugador no puede parar, cae en un círculo vicioso en el que cree siempre que va a ganar y pierde, y quiere recuperar. Y cuando alguna vez gana no para hasta perderlo todo. Luego los reproches y la culpa lo llevan a intentar recuperar lo perdido. Ya no tienen nada que ver en esto la razón o la voluntad”.
“El juego compulsivo no es un vicio, es una enfermedad que requiere tratarla como tal”, agrega.
“Creía que el juego me iba a hacer millonario, que viviría como rey. ¡Puras mentiras, puras pérdidas, fracasos, puro sufrimiento!”, dice Julio. “Todos los días al salir del casino, luego de perderlo todo, sentía deseos de morirme, me preguntaba por qué una persona tan despreciable como yo seguía vivo. Mi vida estaba convertida en un infierno”.
Hoy Julio, de 33 años y divorciado dos veces, admite que está enfermo y que no puede ni jugarse un volado. Lleva más de un año sin apostar gracias al apoyo que encontró en Mérida, donde vive desde cuatro años, en el grupo de Jugadores Anónimos “Vuelve a vivir”.
“Me siento otro. No deseo volver a pasar por ese calvario, no quiero ser otra vez el Julio fregado, fracasado”, dice.
“Queremos que los ludópatas sepan que existe un lugar donde pueden recibir ayuda para cambiar y recuperarse”, comenta Beatriz, comerciante meridana que se integró al grupo hace algunos meses, desesperada. “El único requisito es tener deseos de dejar de jugar. No se cobran cuotas, no somos un grupo religioso ni políticos. No estamos contra los casinos. Nuestro propósito es dejar de jugar y ayudar a que otros jugadores compulsivos hagan lo mismo”.
Los entrevistados han conseguido “controlar” su adicción gracias a terapias de grupo y desean que muchos más también lo logren.
“Vuelve a vivir” sesiona todos los días de 8 a 9:30 de la noche en su local, ubicado en el No. 397 de la calle 6 (avenida Correa Rachó) con 9, en la colonia Díaz Ordaz (a media cuadra de la iglesia de San Judas Tadeo).
Informes al celular 9995-75-66-04, o al correo electrónico jameridayucatan@hotmail.com.
Ojalá este mensaje llegue a muchos jugadores. Los esperamos a todos, concluye Rossana.- Mario S. Durán Yabur
“Jugadores Anónimos” sesiona todas las noches, de 8 a 9:30 horas, en la Díaz Ordaz