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El envoltorio se impone al juego en este Mundial. Hay más diversión en las almendras centrales de las ciudades sede que en lo que deberían ser los grandes epicentros del disfrute futbolero. Si en las calles se imponen las sonrisas de las hinchadas, el colorido del crisol de naciones y razas que es una cita como esta, en los terrenos de juego predominan la seriedad y el tedio. Por la mañana, la Plaza Roja era un hervidero de seguidores franceses y daneses que consumían cerveza bajo la canícula a la espera de asistir a un partido que al menos mereciera la pena. Por la tarde, el estadio Luzhniki era un mastodonte arquitectónico apagado ante dos selecciones a las que les valía el empate. A Francia para ser primera de grupo, a Dinamarca para certificar su pase a octavos. No hubo más que hablar y menos que jugar. Firmaron el primer empate a cero de todo el campeonato.
No ha habido coliseo ruso que no se haya llenado en lo que va de campeonato, pero ha habido pocos que hayan sido escenarios de partidos atractivos. Se impone el miedo a perder. Los partidos los gobiernan las ligaduras tácticas de este fútbol moderno en el que el culto al colectivismo defensivo se ha convertido en el Becerro de Oro de los entrenadores. En este fútbol científico y de cuadrícula en el que se miden las distancias entre líneas con sofisticadas tecnologías o se cuantifican al milímetro los kilómetros recorridos por cada jugador, no hay apenas espacio para el atrevimiento. El talento se capa por sospechoso y se premia el esfuerzo de las estrellas que corren hacia atrás. El mundo al revés y el fútbol como espectáculo patas arriba y negado. Es lo que hay. Y si hay que hablar de seriedad y el aburrimiento como tendencias, Francia es una de las selecciones que merece un lugar destacado por el estupor que genera su falta de fútbol.
Tras este tedioso empate con la esforzada Dinamarca se ha clasificado primera de grupo, pero la distancia entre su estelar nómina de jugadores y el juego que ha desplegado en los tres partidos es sonrojante. Ni con los titulares, ni con los suplentes ha tenido un pase la selección de Deschamps. La única gran certeza es que en esta primera fase Kante se ha significado como el mejor mediocentro defensivo del campeonato. En ataque nadie brilla en esta Francia que hasta ahora ni juega bien cuando domina, ni sale poderosa a la contra cuando cede metros para buscarlas.
En el carrusel de cambios introducidos por Deschamps para oxigenar a media docena de titulares se esperaba a Thomas Lemar, el gran fichaje de Atlético. Este era el gran atractivo del duelo y el chico ofreció todos los síntomas que afectan al juego ofensivo de Francia. Sin chispa, con poco descaro y desconectado por la falta de centrocampistas creativos. Griezmann intentó ser esa pieza que engranara juego. Se movió para ello por todo el frente de ataque, pero ni estuvo fino, ni encontró acompañantes que le secundaran.
Ante esa planicie ofensiva francesa, a Dinamarca le bastó con aplicarse en defensa para mantener la igualada que le metía en los octavos. Su acción más destacada fue una carrera de Eriksen al espacio que fue atropellada por Lucas y Kimpembe a la media hora de juego. No hubo VAR, pese al reclamo danés. Ni con los goles de Perú a Australia que despejaban cualquier riesgo de eliminación se animó Dinamarca a soltarse. Prefirieron reforzarse con la idea de que un empate con Francia es una medalla de la que presumir. Cuando en los minutos finales se dedicaron a sobar la pelota sin más intención que dejar pasar el tiempo, los silbidos atronaron en el Luzhniki. Las hinchadas de una y otra selección esperaban algo más que atisbar a dos selecciones que se mueven con coordinación castrense para defender y atacan con el permanente temor a ser cazadas en un contragolpe. El condicionante ideal para que se firmara el primer partido sin goles de todo el Mundial para escarnio de los aficionados de una y otra selección. Ahí también se firmó otro empate. Unos y otros despidieron a sus jugadores con una sonora pitida.
El envoltorio se impone al juego en este Mundial. Hay más diversión en las almendras centrales de las ciudades sede que en lo que deberían ser los grandes epicentros del disfrute futbolero. Si en las calles se imponen las sonrisas de las hinchadas, el colorido del crisol de naciones y razas que es una cita como esta, en los terrenos de juego predominan la seriedad y el tedio. Por la mañana, la Plaza Roja era un hervidero de seguidores franceses y daneses que consumían cerveza bajo la canícula a la espera de asistir a un partido que al menos mereciera la pena. Por la tarde, el estadio Luzhniki era un mastodonte arquitectónico apagado ante dos selecciones a las que les valía el empate. A Francia para ser primera de grupo, a Dinamarca para certificar su pase a octavos. No hubo más que hablar y menos que jugar. Firmaron el primer empate a cero de todo el campeonato.
No ha habido coliseo ruso que no se haya llenado en lo que va de campeonato, pero ha habido pocos que hayan sido escenarios de partidos atractivos. Se impone el miedo a perder. Los partidos los gobiernan las ligaduras tácticas de este fútbol moderno en el que el culto al colectivismo defensivo se ha convertido en el Becerro de Oro de los entrenadores. En este fútbol científico y de cuadrícula en el que se miden las distancias entre líneas con sofisticadas tecnologías o se cuantifican al milímetro los kilómetros recorridos por cada jugador, no hay apenas espacio para el atrevimiento. El talento se capa por sospechoso y se premia el esfuerzo de las estrellas que corren hacia atrás. El mundo al revés y el fútbol como espectáculo patas arriba y negado. Es lo que hay. Y si hay que hablar de seriedad y el aburrimiento como tendencias, Francia es una de las selecciones que merece un lugar destacado por el estupor que genera su falta de fútbol.
Tras este tedioso empate con la esforzada Dinamarca se ha clasificado primera de grupo, pero la distancia entre su estelar nómina de jugadores y el juego que ha desplegado en los tres partidos es sonrojante. Ni con los titulares, ni con los suplentes ha tenido un pase la selección de Deschamps. La única gran certeza es que en esta primera fase Kante se ha significado como el mejor mediocentro defensivo del campeonato. En ataque nadie brilla en esta Francia que hasta ahora ni juega bien cuando domina, ni sale poderosa a la contra cuando cede metros para buscarlas.
En el carrusel de cambios introducidos por Deschamps para oxigenar a media docena de titulares se esperaba a Thomas Lemar, el gran fichaje de Atlético. Este era el gran atractivo del duelo y el chico ofreció todos los síntomas que afectan al juego ofensivo de Francia. Sin chispa, con poco descaro y desconectado por la falta de centrocampistas creativos. Griezmann intentó ser esa pieza que engranara juego. Se movió para ello por todo el frente de ataque, pero ni estuvo fino, ni encontró acompañantes que le secundaran.
Ante esa planicie ofensiva francesa, a Dinamarca le bastó con aplicarse en defensa para mantener la igualada que le metía en los octavos. Su acción más destacada fue una carrera de Eriksen al espacio que fue atropellada por Lucas y Kimpembe a la media hora de juego. No hubo VAR, pese al reclamo danés. Ni con los goles de Perú a Australia que despejaban cualquier riesgo de eliminación se animó Dinamarca a soltarse. Prefirieron reforzarse con la idea de que un empate con Francia es una medalla de la que presumir. Cuando en los minutos finales se dedicaron a sobar la pelota sin más intención que dejar pasar el tiempo, los silbidos atronaron en el Luzhniki. Las hinchadas de una y otra selección esperaban algo más que atisbar a dos selecciones que se mueven con coordinación castrense para defender y atacan con el permanente temor a ser cazadas en un contragolpe. El condicionante ideal para que se firmara el primer partido sin goles de todo el Mundial para escarnio de los aficionados de una y otra selección. Ahí también se firmó otro empate. Unos y otros despidieron a sus jugadores con una sonora pitida.
Fuente: El País