Pedir la mano en matrimonio al padre de la chica es una costumbre que cada vez se emplea menos en nuestros tiempos. Muchas personas jóvenes la consideran una práctica arcaica y obsoleta. Pese a ello, todavía hay millones de personas que la siguen realizando.
Hasta hace apenas unos pocos años era muy común que, si un hombre deseaba contraer matrimonio con una mujer, imprescindiblemente debía presentarse ante el padre de la dama y pedirle formalmente y de forma oficial su mano.
Era el progenitor de la muchacha (o el tutor a falta del padre) el que decidía si la damisela se podía casar o no con el pretendiente. Por tanto, la mujer en este acto no tenía prácticamente voz ni voto. Lamentablemente, a lo largo de la historia esto ha sido así en la mayoría de religiones, culturas y pueblos.
Antiguamente el pretendiente debía esperar la aprobación del padre de su amada
Por definición, el concepto de “pedir la mano”, tal y como se conoce en nuestros días, se ha venido realizando durante cientos de años. Su origen lo encontramos en una antigua tradición que proviene del Derecho Romano. En la Antigua Roma las mujeres poseían una serie de derechos bastante amplios en algunos aspectos para la época. Pero la autoridad sobre éstas concernía al padre, bajo una norma conocida como “manus” (un término latino cuyo significado es mano) y que otorgaba el poder judicial que un hombre tenía sobre una mujer (ya sea su esposa o su hija).
La costumbre de pedir la mano (es decir, el “manus”) era necesaria para que al pretendiente se le transfiriera esa “autoridad” sobre la mujer con la que se quería esposar. Desde el mismo momento que se realizaba la petición, si es que era aceptada por el padre, el prometido era propietario de la potestad sobre la prometida.
El padre de la novia debía dar su consentimiento a la boda
Este acuerdo era sellado mediante una celebración que se realizaba antes de la ceremonia del matrimonio que recibía el nombre de “esponsales”. Este vocablo, que proviene del latín “sponsus”, era empleado para referirse a aquella persona que asumía un compromiso, y de ella derivó con el tiempo la voz “esposa”.
En resumen, el acto de solicitar a un padre la mano de su hija para casarse era sinónimo de solicitar la potestad y el control sobre ella. Sin duda, una tradición y un acto tremendamente machista que trata a la mujer casi como una mercancía y que, lamentablemente, en muchas culturas todavía sigue vigente.
Como hemos dicho anteriormente, esta costumbre cada vez más se practica menos y se ha cambiado por la de directamente pedir la mano a la novia. Un acto que se caracteriza por que el novio “hinca la rodilla” en el suelo y mediante un anillo de compromiso, le pregunta a su amada el famoso ¿quieres casarte conmigo?
Ya para finalizar, decir que históricamente el término “manus” (como equivalente de autoridad sobre alguien), no era aplicable solo a las mujeres, también hacía referencia a las personas propiedad de alguien o esclavos. Por ello, el término “manumisión” en el Imperio Romano se refería al acto de dejar libre o liberar a un sirviente o esclavo.
Fuente: CurioSfera.com