Brasil.- El primer día que cubrí el devastador colapso de una presa en el sureste de Brasil, estaba hablando por teléfono con mi editor cuando una mujer se me acercó llorando.
“Señor, señor, ¿puede ayudarme a encontrar a mi hijo?”, preguntó mirándome con unos ojos vidriosos que parecían vacíos. “¿Sabe dónde está mi hijo?”.
Yo no sabía qué decir. Entonces recordé el centro de apoyo que las autoridades habían establecido en el centro de la ciudad y le dije que fuese, pero ella me respondió que ya había estado allí. Otro hijo de la mujer se acercó, y los dos se marcharon.
Mientras los veía irse, deseé haber reaccionado de otra forma, haber pensado algo mejor que decir, pero no sabía qué.
Esta familia era como cientos más, necesitaban tener la esperanza de que sus seres queridos estaban vivos mientras se temían lo peor.
El 25 de enero, la ruptura de una presa en una mina de hierro propiedad del gigante brasileño Vale SA liberó decenas de miles de kilos (libras) de un barro rojizo sobre una amplia zona de Brumadinho.
Enterró una cafetería de Vale donde se cree que comían cientos de empleados y arrasó varios edificios de la compañía y otras partes de la ciudad, incluyendo una pensión. Las autoridades han recuperado más de 120 cadáveres por el momento, pero más de 200 personas siguen desaparecidas.
Poco después del encuentro con la mujer, fui a una zona donde el barro sepultó un mercado de productos frescos. Los rescatistas estaban retirando un cuerpo tan aplastado que cabía en una cesta de las usadas para llevar la fruta.
El clima era húmedo (es verano en Brasil) y los montones de barro, que contenían restos de la mina, producían un hedor que me recordaban a la sangre.
Dos días después, fui a una zona llamada Corrego do Feijao, que fue la más afectada por el colapso. Los rescatistas habían encontrado un bus con un número desconocido de personas en su interior.
Alrededor de 20 bomberos se movían con cuidado sobre el barro, que tenía varios metros (yardas) de profundidad, para no quedar atrapados. Los helicópteros sobrevolaban la zona, bajándoles las herramientas que emplearon para cortar el metal. Unas ocho horas después, sacaron el primer cadáver.
Mientras observaba la operación, vi pasar varios helicópteros más, cada uno con un cadáver. Paré de contar en 10.
El barro volvía a oler a sangre, aunque ahora había también un fuerte olor a cuerpos en descomposición.
Al día siguiente, en el centro de apoyo, volví a ver a la mujer del primer día.
Malvina Firmina Nunes, una limpiadora de casas de 61 años, tenía cuatro hijos. Seguía intentando localizar a Peterson Nunes Ribeiro, de 35, que trabajaba en la distribución de equipos en el complejo minero.
En el centro, dos mujeres intentaban calmar a Nunes.
“Lo llamé por teléfono, pero no me contestó”, dijo. “Quiero hablar con él, pero no responde. ¿Dónde está mi hijo?”.
Esta vez, lloré.
El hijo al que había visto con Nunes aquel primer día, Fernando, de 29 años, me dijo que seguían sin tener noticias de su hermano.
Un día más tarde visité su casa, ubicada en la localidad vecina de Tejuco, donde también hay una mina.
Nunes me habló sobre Peterson, que había encontrado empleo en el complejo de Brumadinho hacía nueve meses tras estar en paro. Tenía tres hijos y pareja estable.
Ahora, todos en la familia tienen miedo a las minas, especialmente a la que está cerca de su casa. Era doloroso ver su pesar.
″¡Llévame en su lugar, Señor, llévame!”, dijo Nunes, de pie junto a la ventana. “Yo ya he vivido demasiado. Ya no quiero vivir más”.
En otro momento, Nunes se arrodilló y comenzó a rezar mientras Fernando la miraba llorando.
Ese día, acompañé a Fernando a una zona destrozada por el lodo a la que había ido antes en busca de su hermano. Quería ver si los rescatistas habían dado con él, cosa que no había ocurrido.
Juntos observamos otra operación de rescate, otro cuerpo sacado por un helicóptero.
“Encontraré a mi hermano”, dijo Fernando, que calificó a Vale de “asesinos”.
El presidente ejecutivo de la minera reconoció que sus salvaguardas no fueron suficientes.
Cuando regresamos a la vivienda, Fernando llevó a su madre a la cama.
“Leo, quédate aquí”, pidió Nunes cuando ya estaba a punto de irme. ”¿Por qué no duermes aquí y no te quedas con nosotros en nuestra casa? Perdí un hijo. Pero quién sabe, quizás hoy haya ganado otro hijo”.
Dos días después, Fernando me contó que habían encontrado el cuerpo de su hermano.
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