Los ataques del ejército ruso son quirúrgicos, como asegura Moscú, pero “quirúrgicos contra la población civil”, acusa la ciudadana mexicana Jennifer Velázquez desde Lviv, la mayor ciudad del oeste de Ucrania, donde vive desde hace cuatro años.
“Son los bombardeos constantes contra las unidades habitacionales, contra los refugios, cerrándoles los pasos para recibir ayuda. Tan es así que en la ciudad (costera) de Mariúpol (los residentes) siguen incomunicados, no se les ha podido rescatar”.
Por otro lado, uno de los argumentos centrales de la intervención rusa, la de proteger a los ucranianos de habla rusa, se desmorona porque, explica Velázquez, “toda la región que está bajo fuego ahora (norte, este y sur) es una zona de rusoparlantes”, ellos “han sido las principales víctimas desde que inició esta guerra” y “nunca vieron con buenos ojos que Rusia llegue e invada su país. Ellos son ucranianos aunque son rusoparlantes”.
Mexicanos (todavía) en riesgo
Con más de 700 mil habitantes antes de la guerra, Lviv ha visto partir a muchas personas, pero ha recibido a más: desplazados de las otras regiones de Ucrania que no quieren marchar al extranjero, la han tomado como refugio, y muchos más pasan en su camino a la frontera con Polonia, a 70 kilómetros de distancia.
Egresada de Ciencias de la Comunicación de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Velázquez explica que su situación es “la menos complicada” en relación con las de otros connacionales, ya que todavía hay tiendas abiertas, luz, internet y otros servicios, y los bombardeos siguen estremeciendo poblaciones lejanas, no el área circundante.
Originaria de Ciudad de México, está casada con un ucranio y tomó la decisión de permanecer junto a él, quien como todos los hombres de 18 a 60 años, tiene prohibido abandonar el país a partir de que fue decretada la ley marcial tras el inicio de las ofensivas, en previsión de que sean llamados a integrarse a las filas de su ejército nacional. Sin embargo, si las tropas rusas logran ocupar el resto de Ucrania y llegan a Lviv, ella tratará de pasar a Polonia.
En todo caso, la prioridad es seguir las instrucciones de las autoridades.
“Hay toque de queda, (por la noche debes) apagar la luz, nadie sale. Si vives cerca de un refugio, irte al refugio, o salvaguardarte, si tienes sótano, en el sótano”. El problema es que “estamos lejos del refugio. Las casas no tienen sótano. Entonces el lugar más seguro sería el baño”. Han realizado tareas básicas como poner cintas para asegurar las ventanas, “pero dicen ‘tienes que reforzarlo pero no violes las cosas de toque de queda’, no puedes hacer muchas cosas y sí lo veo como un poco contradictorio, sin mucho margen de movimiento”.
Para otros compatriotas, es más difícil. La comunidad mexicana en Ucrania, explica Velázquez, se ha integrado a partir del conflicto bélico. Aunque una parte está ya fuera del territorio, unos por sus medios y otros repatriados en un avión de la Fuerza Aérea Mexicana (que fueron sobre todo quienes vivían o se encontraban en Kiev, la capital), otra se quedó. Esto incluye a algunas personas que estaban en localidades más lejanas, tardaron en desplazarse a puntos fronterizos y esperan respuesta de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) a su solicitud de repatriación; así como a mexicanas casadas con hombres ucranios y sus familias.
Este último es también el caso de Karina Noemí Velasco, quien enfrenta una situación particularmente grave porque se encuentra atrapada en la región de Zhytomyr, 150 kilómetros al oeste de Kiev por carretera, en zona de combates: esta mexicana, su esposo y su bebé se encuentran en un refugio, con problemas de falta de comida, luz y comunicaciones, y no pueden salir porque, precisa Velázquez, “el ejército ruso no está respetando estos intentos de evacuar a la gente, los blancos son los civiles al momento de que tratan de evacuarlos” (este diario está tratando de contactar a Velasco).
Solidarizarse
La postura del gobierno mexicano, que tanto en el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) como en la Asamblea General votó para exigir el fin de la invasión, es la correcta, considera Velázquez, como lo fue también darle una negativa a la carta de ocho parlamentarios ucranios que pidieron que México les enviara armas: ellos deberían “entender cuál es la política de no intervención de nuestro país”.
En cambio, las recientes declaraciones del presidente Andrés Manuel López Obrador, de que México no le impondrá sanciones económicas a Rusia, le parecen una “postura ambigua” que “nos podría poner en peligro (a los mexicanos que quedan) porque los ánimos están muy caldeados”. El mandatario “debió haber sido enfático y tajante en que la política exterior es no intervención y salvaguardar la paz mundial, hacer énfasis en un diálogo”.
Echa en falta, además, la falta de expresiones de solidaridad en México.
“Hubo una marcha el domingo 6 de marzo, vi que era muy poca gente. Me sorprendió porque en otras situaciones, cuando hay una guerra, la gente se vuelca. Son 30 años de relaciones entre México y Ucrania y se nota que no hay una empatía frente a la guerra. He visto comentarios atroces en las redes y es doloroso, ¿cómo alguien se puede alegrar de la tragedia que está pasando?”
La “presión social”, continúa Velázquez, es importante “para que Rusia detenga esta escalada” y “todo se arregle vía diplomática. Ucrania es una nación libre que mereciera decidir el rumbo de su destino junto con su presidente y los ciudadanos ucranianos, sin presión de ningún lado”.
Admira la entereza de la población que “confía en su ejército” y “he visto la fuerza de la gente para organizarse. Pero nadie tendría que salir de su país desplazado o huyendo, dejando su vida o perdiendo su vida. Sí es un llamado a solidarizarse con las personas, con las víctimas, con las que estamos aquí”.