La sociedad de Culiacán y parte de Sinaloa nos encontramos en un callejón sin salida ante la persistencia de culiacanazos y episodios bélicos entre grupos del crimen organizado, que las fuerzas del orden no han podido contener, por la política de no enfrentarlos del Presidente López Obrador.
Imaginémonos que esto ocurriera en Estados Unidos, en Francia o incluso en Israel, ¿qué harían las autoridades ante hechos similares? Utilizarían todo su poder militar y policiaco para restituir la paz social.
Aquí en México las policías y la guardia nacional están como apagafuegos y casi testigos de cómo intentan matarse unos entre otros los grupos de las bandas armadas, pero no más. ¿Qué instrucciones tendrán?
Los culichis nos preguntamos, ¿hacia dónde vamos?, porque los delincuentes utilizan tácticas de terrorismo urbano, cerrando accesos, amedrentando a la población, quemando unidades automotrices. Esto va más allá de confrontaciones entre narcos. Están desafiando al gobierno y a todos nosotros.
Es obvio que la política de seguridad de este sexenio ha fracasado estrepitosamente, y las consecuencias son cada vez más gravosas en términos económicos y de psicología social. Sinaloa es una sociedad que entra en pánico ante el refuego delincuencial. Es explicable que se le reclame al gobernador Rocha Moya que restituya la calma, pero el problema va más allá de las instituciones. La sociedad misma estamos acobardados, y no hacemos lo que nos corresponde.
Por ejemplo, la UAS opta en automático por declarar clases virtuales en todo el estado, y desentenderse del asunto, paralizando actividades incluso en zonas donde no hay riesgos, sacando raja política para boicotear la consulta que organizó ordenadamente el Congreso del Estado. Los organismos de la sociedad civil en un manifiesto ciudadano, piden diálogo al Gobernador, los ex presidentes de Canaco también en un desplegado exigen que regrese la paz, la mayoría de la gente nos encerramos en nuestras casas. En cuanto suenan balazos o circulan noticias ciertas o falsas sobre enfrentamientos renunciamos a continuar con nuestra rutina.
Hay que ponerle un alto a los malandrines. Somos en parte responsables de lo que ocurre porque hemos permitido que gobernador tras gobernador se hayan avenido mansamente con ellos, desde Juan S. Millán.
Se tuvo que cancelar el festejo de la Independencia para no exponer a las personas, lo que quedará como una fecha epónima de un horrible septiembre cuando fuimos derrotados por los facinerosos a quienes se les ha otorgado demasiada impunidad.
Debiéramos perder el miedo y darnos cuenta que tenemos suficientes recursos colectivo para ponerle un freno a los delincuentes y sus abusos. Están tomando a nuestras ciudades como su campo de batalla.