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Tania Huereca:
Como buena millenial a quien todavía le alcanzaron a meter la idea de que un título universitario era garantía del éxito, me está costando digerir que algo que consideraba un oficio sea mejor remunerado que para lo que me estuve preparando cinco años. Quizá hasta más, tomando en cuenta la prepa y secundaria, que pudieron haber sido prescindibles para lo que estoy haciendo actualmente.
No exageremos. Estoy feliz de poder resolver ecuaciones y saber quiénes son Freud y Marx, pero realmente creo que nos han jugado una broma pesada a los que nos llegamos a visualizar como adultos que alcanzarían la independencia económica ejerciendo su carrera, por el hecho de haberse sentado a estudiar y ser un “licenciado” en algo. Eso no pasa. No para alguien con título de comunicación en México, que aunque en mi caso lo haya concluido en el extranjero creyendo que eso me daría doble garantía, nunca llegué a ganar más de 12 mil pesos al mes. Y eso que me fue bien.
La mayoría de mis colegas comunicólogos están aún viviendo en casa de sus padres, quebrándose la cabeza en busca de alguna idea para hacer un emprendimiento (trampa igual o peor que la descrita arriba) o de última, en espera de un trabajo decente en el que no tengan que ganar el salario mínimo.
En cambio, en EEUU, mi ganancia neta cuidando niños por 45 horas a la semana es equivalente a lo que gana un supervisor en una empresa godínez en México. Y supera cualquier salario que haya recibido en mis casi cuatro años de egresada. Lo mejor es que apenas y es un poco más frustrante de lo que sería terminar en una oficina.
Total, estoy conociendo los rincones de Nueva York en las idas y vueltas a dejar a los niños a sus clases. Y todos los días en determinadas horas me puedo dar el privilegio de pensar que me están pagando por caminar en Central Park o jugar en la nieve con los niños. Tengo prestaciones y siento que mi tiempo es, de hecho, respetado y valorado como no lo había sido. Simplemente se tiene esa sensación de que tus derechos no son de mentiras.
No sé si sea México en sí. Por ahí solo es muy rara la generación que nos precede, porque pues simplemente creo que resisten a pagarnos bien. He leído un sinnúmero de artículos que repasan uno a uno los defectos de nosotros los, ya despectivamente llamados, millenials. Arrogantes y flojos son de nuestras más mencionadas características: lo queremos todo a cambio de nada.
Además nos ponemos sensibles si no nos pagan a tiempo o no nos alcanza el salario para poder salirnos de la casa de nuestros papás. ¿Quiénes nos creemos? ¿Y quién nos dijo que podemos, además, salir a las 5:00 puntuales? ¿Y encima exigir prestaciones? Tal vez en lo personal sí me clavé cuando enseñaron en la secundaria los derechos del trabajo. Los maestros podrían evitar confusiones y decir que en realidad si quieres tener un trabajo, mejor no creas en todo eso.
O tal vez tienen razón, estamos fallando como nuevos adultos y deberíamos ser más tolerantes a la frustración. Pero simplemente no está bien que (platicando con otros inmigrantes) un paseador de perros aquí se gane más que un doctor primerizo de latinoamérica. Obviamente solo aplica ya transformados los dólares a pesos y para que eso suceda, se tiene que evitar tener gastos de este lado.
Por eso estoy ahorrando todo lo que puedo. Ya si el dólar sigue bajando contra el peso como lo ha venido haciendo en lo que va del año, se caerá mi paraíso financiero construido a base de cambiar pañales. Y no es que no quiera regresar, al contrario. Ya infinitas veces me he preguntado qué hago aguantando tanta mierda, y la respuesta ha sido siempre la misma: dinero. Ver mis billetes ahorrados hace que TODO haya valido la pena. Mi carrera se ha vuelto un hobbie, un pasatiempo al que le dedico mis tiempos libres.
Vice