Saltillo/Ciudad de México, 22 de Agosto (SinEmbargo/Vanguardia).- Lourdes Herrera se imagina a su hijo Brandon Esteban un tanto alto, algo robusto, con ojos muy expresivos, parecido a ella. Tiene 8 años que no lo ve, al igual que a su esposo, Esteban Acosta Rodríguez, padre de Brandon. Desde aquella temprana mañana de un 29 de agosto de 2009 en que se despidieron para llevar a los tíos Gualberto y Gerardo al aeropuerto, y no volvieron. Era sábado.
Desde entonces, la mochila de la escuela que Brandon dejó en el suelo sigue intacta. Con sus cuadernos de primaria adentro. Las botas aterradas que usó unos días antes cuando fue a un rancho, siguen igual de aterradas, igual de inofensivas que un niño de ocho años. Ahí siguen las cajas con canicas, con cochecitos, con monos de luchadores, los transformers, el muñeco del hombre araña, su súper héroe favorito, sus camisas de vaquero. Todo sigue en su lugar.
También están las cartas que solía escribirles a sus padres. “Mami te quiero mucho, eres la mejor mamá”, escribía en papeles que encontraba.
Hoy Brandon tiene 15 años pero Lourdes lo sigue soñando como niño, tranquilo y cariñoso. En su imagen se mantiene la de un niño ocurrente y sentimental que solía ahorrar dinero para obsequiarles algún detalle a sus padres. La imagen de un niño caballeroso, con las atenciones de un adulto. La imagen de un niño que le gustaba siempre ganar aunque fuera con trampa, terco. Que le gustaba que lo apapacharan y cargaran, como a un niño. Sobresaliente en la escuela. Persiste la imagen del niño limpio y ordenado que usaba gel de moco de gorila y que quería ser doctor para ayudar a la gente.
En Coahuila hay 295 menores de edad desaparecidos, según el Registro Nacional de Personas Extraviadas o Desaparecidas (RNPED), la base de datos del Gobierno federal que registra las personas no localizadas a partir de denuncias ante la autoridad ministerial. La mayoría de las personas del sistema desaparecieron a partir de 2006, en los inicios de la guerra contra el narcotráfico. En el país, según el RNPED, hay 5 mil 153 niños y adolescentes desaparecidos.
En números concretos, Coahuila es el quinto estado con la mayor cantidad de menores desaparecidos, detrás del Estado de México, Baja California, Tamaulipas y Nuevo León. Sin embargo, si se analizan los datos proporcionalmente a la cantidad de población, Coahuila ocuparía la tercera posición con 9.7 menores desaparecidos por cada 100 mil habitantes, detrás de Baja California y Tamaulipas.
En Coahuila, de los 295 menores desaparecidos, 190, el 64.4 por ciento son mujeres. Saltillo es el municipio de la entidad con el mayor número de menores desaparecidos, con 109 de los 295 que aparecen en el RNPED. Le sigue Torreón con 85, Monclova con 29 y Piedras Negras 25.
El 2009, el año de la desaparición de Brandon, otros 22 menores de edad no volvieron a casa en Coahuila según el RNPED. Aunque según la base de datos, ese año no hay registro de un menor de 8 años, la edad de Brandon. Lo anterior refleja una problemática: en México no se cuenta con una cifra exacta de niños desaparecidos y mucho menos una base de datos oficial y confiable, lo que provoca una disparidad de cifras entre instituciones de gobierno y organizaciones civiles. Mientras el RNPED documenta arriba de 5 mil casos, organismos civiles hablan de 45 mil niños desaparecidos cada año. Alerta Amber en Coahuila, por ejemplo, únicamente tiene publicadas alertas de 24 menores desaparecidos en el estado.
EL DÍA QUE TODO CAMBIÓ
La suegra de Lourdes había entrado en coma y sus cuñados Gualberto y Gerardo viajaron a Saltillo desde Estados Unidos para verla. El día que desaparecieron, iban con rumbo al aeropuerto. Lourdes se fue al hospital. Esteban, el esposo, era Jefe de Seguridad y Custodia del penal de Saltillo. Una noche antes avisó en su trabajo que llegaría a las 12 del día.
Después de las 12 Lourdes empezó a marcarle a su celular porque no pasó al hospital antes de irse al trabajo. El celular estaba apagado. Gualberto, uno de los cuñados, viajaría a Tijuana. “El vuelo ya aterrizó y no salió Gualberto”, dijo del otro lado del auricular la cuñada.
Lourdes se comunicó a la aerolínea para ver si había registro del abordaje de su cuñado. Únicamente le dijeron que de 82 pasajeros registrados, 81 habían abordado. Eran las 5 de la tarde. Los teléfonos de sus cuñados también estaban apagados.
Lourdes acudió a lo que antes era la Fiscalía y miró asegurada una camioneta Escalade blanca, con sellos de la Fiscalía y una leyenda marcada: sábado 29 de agosto de 2009. Llegó un comandante y le dijo que la llevaría al edificio de Antisecuestros, que entonces dirigía Guillermo Olivas Jurado. La pasaron a una oficina y en el escritorio vio un tenis de su esposo y un par de tenis de su cuñado Gerardo. Lourdes pensó en un accidente de coche.
Le dijeron que a las 7:30 de la mañana, a la altura del aeropuerto de Ramos Arizpe, se activó el Código Rojo. “Unos decían que por un accidente, otros que un secuestro, otros que unos autos rodeaban un malibú color arena, nuestro coche, otros que había hombres armados”, cuenta Lourdes.
El primer auxilio fue de un policía de Ramos Arizpe que declaró que siguió a los vehículos pero no logró alcanzarlos. En la carretera encontraron el tenis de su esposo y dejaron abandonada la Escalade blanca porque se les había ponchado, la misma que había visto Lourdes en la Fiscalía. El malibú arena de la familia no estaba.
Todos los días llamaba, todos los días la misma respuesta: “No tenemos nada”.
Nadie habló, nadie se comunicó, nunca pidieron rescates, nada. Lourdes se fue de su casa cuatro meses. Pidió permiso en su trabajo como maestra de preescolar. Su suegra despertó del coma y falleció el 7 de septiembre, sin saber que sus hijos y nieto estaban desaparecidos.
–Yo quería morirme, me torturaba, quería que me llevara, no podía vivir sin mi hijo, estar sin él. Era muy cobarde. Reaccioné que tenía abandonada a mi hija a raíz de la muerte de mi suegra –platica Lourdes desde el sofá de casa de su mamá, donde se hallan retratos de una familia que está incompleta.
NINGÚN RASTRO
Desde la desaparición, no ha existido ningún rastro. Ninguna llamada sospechosa. Ni una amenaza. Nada. En el lugar donde aparentemente los desaparecieron, había cámaras urbanas pero ese día no funcionaron, al menos eso le dijeron a Lourdes.
Meses después, un 19 de diciembre del mismo 2009, se reunió con funcionarios de la entonces Fiscalía y con el entonces diputado federal y hoy Gobernador del estado, Rubén Moreira. “Recuerdo esa vez porque él (Rubén Moreira) reconoció que estaba muy peligroso y nos dijo que por eso sus hijos no estaban en el estado”, dice Lourdes.
Humberto Moreira la recibió hasta 2010, junto a otras familias que forman parte de Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos en Coahuila (Fuundec). Les asignó “padrinos” para cada caso, la misma táctica de dispersión que usó con los deudos de Pasta de Conchos.
Lourdes veía como normal el trabajo de su esposo de 34 años entonces, hasta después dimensionó la magnitud y el peligro del mismo. El 17 de julio cumplieron 18 años de casados.
Como familia les gustaba de ir al cine, al parque, andar en las bicicletas, jugar al futbol; eran aficionados al América. Les gustaba ver televisión en familia, cantar canciones de José José y ver las caricaturas de súper héroes con palomitas.
Con los años, si la hermana de Brandon se compraba algo, le compraba también a hermanito. Siguió comprando las películas de súper héroes. Eran tan unidos que solían salir de la mano agarrados de la mano.
Esa navidad, Brandon y su hermana iban a descubrir quién era Santa Clós. “Eso me duele mucho. Le dejaban una carta, le dejaban galletas y leche y santa clos les dejaba un mensaje que eran niños muy buenos”, lamenta Lourdes. También iba a entrar a la iglesia a servir como acólito. Iba a ingresar a un equipo de futbol. Tenía 8 años.
ERA CERILLITO, NO VOLVIÓ A CASA
Una semana antes de desaparecer, Cosme Humberto Alarcón Balderas fue con su mamá y dos hermanos menores al centro comercial de Torreón. Fueron al cine, a comer, al teatro, a divertirse como niños.
Les habían dado boletos para el cine por el día del niño. Cosme tenía 16 años, uno de 12 desaparecidos en Coahuila con esa edad, según la base de datos del RNPED.
Marcela, la madre, carga con el retrato de su hijo, el mismo que lleva a marchas, plantones y protestas. Es una fotografía que le tomó aquel fin de semana en que se divirtieron hasta que la mandíbula les dolió de tanta risa. Cosme posa con los dos pulgares levantados. La camisa blanca que trae puesta Cosme, es de lo poco que aún guarda Marcela. “Ver sus cosas me dolía y no me hacía ir para adelante, a buscarlo”, cuenta la mamá.
Cosme estudiaba la prepa técnica en máquinas y herramientas y trabajaba como cerillito en un City Club al oriente de la ciudad. Ya contaba con un currículum de cuatro años como cerillito y el dinero que ganaba era para la escuela, el lonche y lo que sobraba para ayudar a su mamá, que trabajaba en una panadería de Soriana.
El 5 de mayo de 2011, Cosme llegó a trabajar pese que ese día no tuvo clases. A las 5:30 de la tarde, Marcela registró que su hijo se conectó al Facebook y a las 6:30 le llamó pero no contestó. “Quizá se le terminó la batería del celular”, pensó Marcela. Cosme solía escuchar a los Temerarios o a Apache en el celular, otras veces música cristiana y por eso la pila del móvil se terminaba fácilmente.
–Quedamos de vernos a las 8 de la noche en Soriana oriente, donde trabajaba otro hijo de cerillito pero no llegó. Ya me empezaba a sentir desesperada. El teléfono no daba línea –relata la mamá.
Pensó que quizá se había regresado a casa a ver la lucha libre americana pero ese día no había transmisión. Marcela y su otro hijo llegaron a la casa y no estaba Cosme. Desesperada, llamó a una patrulla y salió a buscarlo. “Se tiene que esperar 72 horas”, le dijo el oficial. “Búsquelo, les doy algo, les pago, ayúdeme”, les rogaba Marcela, quien tiembla de coraje y frustración al contarlo, como si viviera otra vez esos momentos de desesperación. “Vaya primero a hospitales, semefos”, respondieron los policías.
Pusieron una denuncia en el Ministerio Público, donde le dijeron que se había ido por voluntad propia. Así nomás, la autoridad se excusó de buscar al menor de 16 años.
Ese año, 2011, desaparecieron 44 menores de edad en Coahuila, según el RNPED; 15 fueron en Torreón. En general, es el año de más desapariciones en la entidad, 273 personas de todas las edades que no han vuelto a casa.
SENTIMIENTO DE CULPA
Marcela se imagina a Cosme, a punto de cumplir 21 años, muy alto, con una gran sonrisa; siempre respetuoso y acomedido. Le gustaba cantar, jugar futbol y salir de paseo.
Pero de su paradero no hay rastro. Lo más cercano a una pista es que el 9 de julio de 2013, en su Facebook, apareció una fotografía de una calavera con una pistola. El único movimiento en la página en 5 años.
–Es como si se lo hubiera tragado la tierra. No creo que no puedan encontrarlo, que nadie lo haya visto. Él estaría conmigo si me hubieran ayudado. Estoy muy cansada de ver que no trabajan, no sé como esté, si come o duerme o lo maltratan. Te desgasta estar con la angustia, de pensar en que cometí un error. Me siento culpable por momentos.
Un día le habló un Ministerio Público que tenía unas fotografías de un joven muerto con las características de su hijo. Marcela habló con la gente de Fundec y le recomendaron ir acompañada. “Mejor después la veo”, le dio la vuelta el ministerial. Y no lo volvió a ver.
En otra ocasión, un funcionario de la Procuraduría General de la República (PGR) le echó que ya no buscara. “Ya no hay investigación, su hijo está muerto”, le soltó. “Pues lo mataría usted para poderme decir eso”, le respondió Marcela enojada.
De los 295 menores de edad desaparecidos en la base de datos del RNPED, 174 tenían entre 15 y 17 años (59%), la edad de Cosme.
–Él no puede vivir sin mí, ya se hubiera comunicado. Le gustaba salir conmigo a solas. Me platicaba, me tomaba como su amiga, no me ocultaba nada. Si le pasaba algo me decía.
El 15 de octubre Cosme cumplirá años. Su mamá perdió el empleo por andar pidiendo permiso para buscar a su hijo, y desde entonces no tiene empleo fijo. Su matrimonio se vino abajo. Los hermanos menores sufren de los nervios. Les da miedo salir, miran camionetas, patrullas y sienten temor.
Marcela siente miedo porque a veces sueña a su hijo que le dice que ya no llore, que mejor atienda a los ‘mocosos’, como le decía a sus hermanos. Otras veces lo ve que tiene hambre. Esa noche que no volvió a casa, su mamá le había preparado una carne que le gustaba.
Una semana antes de desaparecer, cuando fueron al centro comercial, Cosme, como niño, se metió a una burbuja inflable y caminó sobre agua. Cuando salió le dijo a su mamá: “Te imaginas meterme en una bola de esas e irme en el mar y flotar y que no me pase nada”.