El miedo, la zozobra y la incertidumbre son sus acompañantes. Al igual que el resto de los habitantes del país, dos decenas de mexicanos, la mayoría de la península de Yucatán, en cada puesta de sol retan, desamparados, al temible Covid-19.
A más de 2,000 kilómetros de distancia de Mérida, en Gaston, Indiana, un puñado de originarios de Yucatán, Quintana Roo y Tabasco, a partir de las 8 de la mañana laboran una jornada de nueve horas en un complejo de 28 invernaderos donde se preparan las semillas para el cultivo de frutas y verduras, con el fin de ganar el sustento familiar.
Aunque saben de la peligrosidad del mortal coronavirus, los trabajadores nacionales desafían con actitud positiva la pandemia que azota con letal mortandad a los Estados Unidos, y están seguros de que una vez que concluya el contrato laboral de ocho meses, que comenzó en marzo pasado, regresarán en octubre para abrazar a sus padres, esposas o hijos, sin importar el sacrificio que ahora doblemente tienen ante sí por la emergencia sanitaria.
Estados Unidos es en la actualidad la nación que liderea en el orbe por la cantidad de afectados por el brote del Covid-19, y según las estadísticas de la Universidad Johns Hopkins, en Baltimore, al corte de ayer sábado 18, el número de contagiados es de más de 732,000; ya cobró más de 38,000 víctimas, y continúa superando récords de fallecimientos en sólo 24 horas.
Braceros yucatecos
En Gaston, Indiana, en la región media oeste del país, una comunidad del condado de Delaware con una población de unos 900 habitantes, viven temporalmente las dos decenas de mexicanos, en su mayoría habitantes de la península de Yucatán, que de manera formal, con visas de trabajo oficiales, laboran en los grandes invernaderos de la empresa Cox Farms, donde cultivan semillas y después siembran y cosechan tomate, calabaza, chiles jalapeño y habanero; sandía y melón, primordialmente, que se destinan al mercado estadounidense, a China y a otros países del extranjero.
Ahí, desde hace 24 años, el petuleño Wílberth Can Moo es uno de los jornaleros más veteranos que trabaja por períodos de ocho meses en esa compañía estadounidense.
Curtido por los años de rudo trabajo en los campos agrícolas, en temporadas de verano o invierno, con sol o con extremo frío, el residente en Chetumal, Quintana Roo, comparte su testimonio de cómo viven la segunda contingencia del siglo XXI.
“A partir de agosto de 1996 llegué por primera vez a Estados Unidos. Por medio de unos conocidos de Peto me enteré que buscaban trabajadores para el cultivo de frutas y verduras en Indiana y decidí probar suerte. De eso ya pasaron 24 años y acá sigo, siempre trabajando para nuestro patrón, Greg Cox, dueño de la compañía que tiene 28 'green houses' (invernaderos)”, relata Can Moo.
Wílberth, oriundo de Peto, donde nació hace 61 años, también comparte el trabajo en la granja Cox, una extensión de cinco hectáreas, con otros yucatecos, tres paisanos de la villa sureña; siete de Tekax, y uno de Mérida. También con algunos peninsulares, dos jornaleros de Bacalar y Chetumal, y el resto tabasqueños, del municipio de Balancán. El grupo en Gaston son 20 habitantes del sureste de México.
“Entre los petuleños que ahora viajaron conmigo están Jorge Cámara Canul, Miguel Sosa Canul y Humberto Ramírez Avilés, pero entre todos los demás nos apoyamos y ayudamos, hay compañerismo y lo único que tratamos es hacer bien nuestro trabajo para ganar más dinero y enviarlo a nuestras familias, es la única forma de salir adelante”, expresa el petuleño.
“En marzo nos dedicamos a la producción en los invernaderos, sembrando en charolas especiales semillas de tomate, chiles jalapeño y habanero, calabaza, sandía y melón. Las 'green houses' tienen una temperatura, un ambiente regulado para que las plantas crezcan, y cuando llegue el momento se trasplantan al campo para terminar su reproducción, y al final se recolecta todo el producto. De acuerdo a la programación, en agosto ya se debe levantar la cosecha”, explica el migrante yucateco.
Sin descanso
El trabajo de los habitantes de la Península comienza cuando despunta el sol en el horizonte de Indiana, conocido a nivel mundial por sus tierras de cultivo. Wílberth Can cuenta que antes de las ocho horas deben levantarse y desayunar algo para después partir a lo que cada uno tiene como encomienda.
“Ahora, durante marzo y abril estamos en el proceso de sembrado y mantenimiento de la semillas de las frutas y verduras en los invernaderos, donde después de unas tres semanas, cuando las plantas alcancen una altura de unos 20 centímetros se trasladan al campo para resembrarlas, a mediados de abril. En la etapa de crecimiento, en agosto, se comienza a levantar la cosecha y se termina todo el ciclo entre septiembre y octubre”, abunda.
“Se trabaja hasta las cinco de la tarde, sin día de descanso, de lunes a domingo, ya que aprovechamos que a los gringos no les gusta trabajar en el campo y menos en sábado y domingo. Además, la paga así es mayor, ahora recibimos 14.52 dólares por hora, lo que nos permite, después de nuestros gastos de comida y algunas otras necesidades, enviar una buena cantidad de dinero a nuestra familia”, explica el jornalero petuleño.
Como Xpechil
Las granjas donde laboran los peninsulares están a unos cuatro kilómetros al norponiente de Gaston, lo que les permite a los jornaleros yucatecos desplazarse con facilidad para ir al pueblo, donde viven más de 900 personas, la mayoría, el 97% habitantes blancos, según el censo de Estados Unidos de 2010. El 2.87% son hispanos o latinos, y el resto afroamericanos y asiáticos.
“Es un pueblo pequeño, como Xpechil (comisaría petuleña a unos dos kilómetros de la cabecera municipal), donde hay negocios de comida, un banco y un supermercado, ahí compraron nuestros alimentos para la semana, ya que el patrón sólo nos paga los boletos de ida y vuelta de México a Estados Unidos y nos da un lugar par a dormir. Los gastos de la comida y el servicio médico los pagamos”, prosigue.
“Ahora, por la emergencia del coronavirus todos los comercios y negocios están cerrados, sólo están abiertos, con atención en ventanilla, los restaurantes, que surten comida para llevar; las farmacias y la clínica. También un gran supermercado que antes abría las 24 horas, pero por las nuevas medidas sanitarias lo hace de siete de la mañana a siete de la noche. Ahí hay servicio de banco para enviar el dinero a nuestra familia. Sin embargo, la situación también está difícil aquí, no tanto como vemos las noticias de Chicago y sobre todo en Nueva York, donde la gente se está muriendo por esa epidemia”, expresa Can Moo.
Wílberth refiere que las medidas para evitar la propagación del virus en Gaston, donde sabe que hay algunos contagiados, son muy estrictas.
A pesar del sombrío panorama que se advierte y se vislumbra en Estados Unidos, los braceros yucatecos en Gaston, Indiana, no pierden la fe y la esperanza de que saldrán bien librados de la batalla contra la pandemia.
Ilusión intacta
Aunque les inquieta la salud de sus familiares en sus lugares de orígenes, su ilusión es que el final sea alentador, feliz.
“No es nada agradable estar acá, ver y escuchar cómo muere la gente, pero nos anima que con cada día que pase, con cada puesta de sol estamos más cerca de regresar con nuestra familia para finalmente abrazarlos", concluye Wílberth Can.
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