Noticias de Yucatán
Arrastra la pierna mientras vende tamarindos en el centro de Cuernavaca. Sembraba amapola en la sierra de Guerrero, pero los precios de miseria que pagaban los narcotraficantes provocaron que tuviera que salir huyendo luego de que el crimen organizado asesinara a su hermano y su tío.
Aunque su estado de salud le ha dificultado encontrar trabajo y apenas junta el dinero necesario para darle de comer a su familia, afirma sentirse en “la gloria” ahora que intenta reconstruir su vida.
Una de tantas historias que se viven a diario en México, un país donde los desplazados se ven forzados a huir de su lugar natal para escapar de la violencia.
Por razones de seguridad, acepta contar su historia en una entrevista con la condición de mantener oculto su nombre para que los narcotraficantes que le dispararon no puedan identificarlo. Cuando le pregunto si prefiere utilizar un seudónimo, me dice que lo llame simplemente Raúl.
El encuentro se produce en el marco de la #RutaHuffPost por Morelos, en la búsqueda de historias como la de Raúl, que rara vez tienen oportunidad de aparecer en los grandes medios de comunicación.
Hace cuatro meses que Raúl, quien supera ya los 30 años de edad, llegó a Cuernavaca junto con sus dos hijos (una niña de 6 años, un niño de 3) y su esposa, además de su madre. Todos rentan un cuarto en el centro de la capital morelense, luego de pasar casi un año en Chilpancingo tras salir huyendo de Tlacotepec, su pueblo natal, incrustado en lo profundo de la sierra guerrerense. Un lugar donde la violencia impuesta por el narcotráfico impone su propia ley frente a un Estado ausente.
“La gente que está por allá, es la mafia la que está haciendo feo, porque allá si no trabajas, te vuelvo a repetir hermanito, te matan, te quitan tus cosas. Te pagan una miseria y de nada sirve. Me vine por esa causa. Perdí a mi tío, perdí a mi hermano. Me dieron un balazo y la neta sí me duele, porque son cosas que se recuerdan y lastiman bien gacho.
“Perder un familiar es lo más duro. La neta no tengo malas intenciones. Me quiero curar de mi pie para ir a cobrar algo allá, pero no sé qué hacer”, explica.
“Cuando me dieron el balazo me trajeron a Chilpancingo para que me curara. En Chilpancingo mi esposa me dijo que ya no regresáramos para allá. Nos regresamos al pueblo, pero ya no me gustó, porque lo único que encontré en mi casa fue ceniza. Me quemaron mi casa, mis cosas, mi bestia me la recogieron. Ya no tenía nada por allá”.
—¿Qué cultivabas por allá?— le pregunto.
—Maíz, frijol… y la mera verdad sí sembraba yo lo que es la amapola.
—¿Cuánto te dejaba la siembra de amapola?
—No deja mucho. El maíz, frijol, lo siembras para que comas todo el año. Y la amapola, pues eso sí. Ya el trabajo te lo pagan por gramo o por pedazo. Luego andas ocupándolo para ir comiendo: un refresco, traer carne, porque casi no hay dinero para allá.
—¿A cuánto pagan el pedazo de amapola?
—Te pagan 150 diario, el día. Y no te dan más. Si tienes familia te las arreglas tú. Ora sí que te pagan 150 pesos y si no te gusta, te aguantas.
—¿Qué detonó que te pegaran el balazo?
—Porque no quisimos venderles un pedazo de amapola. Nos estaban pagando muy barato, hermanito. Y pa’ lo que se meten de dinero allá, pues no, no cubría lo que ellos daban, pal pedazo de nosotros, lo que habíamos gastado. Queríamos sacarnos aunque sea una feriecita, pa’ nosotros. No les gustó eso y trataron a su manera de ellos.
—¿Y cómo fue cuando te dieron el balazo?
—Estábamos a mitad del pedazo, yo, mi hermano y mi tío. Íbamos apenas a empezar a rayar para comenzar a cultivar. De repente nos hablaron. Nos empezaron a plomear hermanito. Yo nomás veo cuando cayó mi hermano. Cuando quise buscarlos, a mi tío y mi hermano, siento un balazo también yo y son duros los balazos, hermanito, me tumbó y me desmayé. Cuando desperté estaba yo en el pueblo, pero mi hermano ya no lo vi. Mi esposa me dijo que mi hermano estaba muerto y mi tío también. Me trajeron a Chilpancingo y gracias a Dios no perdí mi pie, pero estuve a punto de perderlo.
Su voz refleja la tristeza de quien ha perdido todo.
No hay nada pa’ lla que yo tenga… te queman tus cositas, te recogen tus bestias. Te vuelvo a repetir, si se pone uno rebelde te matan y tu familia se anda muriendo por esa causa“, dice.
Sin embargo, el futuro en Cuernavaca pinta mejor, a pesar de todo. Reconoce que tras su llegada a la capital de Morelos, ha conocido cosas que nunca había visto, como la bondad de la gente. Por eso reconoce que, a pesar de la pobreza y las dificultades que le ha sorteado la vida, ahora se encuentra “en la gloria”.
—¿Qué te ha sorprendido más de tu llegada a Cuernavaca?
—La gente. La gente aquí es bien buena, hermanito. Se quitan un taco para dártelo. Allá no, carnalito. Allá es tan dura la vida que aquí está uno en la gloria. Allá no, allá sí está triste.
—¿Y cómo te va con la venta de dulces?
—Regular carnalito, no me puedo quejar. Para ir comiendo y para darle a mi familia lo que necesite, gracias a Dios.
Cuenta que las heridas en su pierna y una hernia que le produjo la vida en el campo le han impedido conseguir trabajo como albañil, ya que no puede cargar objetos pesados.
“A veces no te pueden dar trabajo porque no puedo levantar cosas pesadas. Pero sí me han extendido la mano, vendiendo mis dulcesitos, la gente, sí me han echado la mano. Apenas estuve chambeando en una obra, pero me corrieron por esa misma causa, de que no puedo levantar cosas pesadas, tenemos que subir las escaleras y no las pude subir con un bote. Me despidieron hace 15 días”, relata.
“La hernia me salió porque levantaba hartas cosas pesadas antes, hermano. Como por allá se va a traer leña, en bestia, cargando mi bestia se me reventó una tripa por dentro. Me salió una bola y aquí la tengo todavía”, dijo.
—¿Y cuánto sacas con los dulces?
—He llegado a sacar 200 pesos, 150, por todo el día— responde.
Ahora sólo piensa en recuperarse para conseguir un buen trabajo. “Ese es mi pensamiento, curarme y echarle ganas para que mis hijos no tengan el sufrimiento que uno tuvo”.
Regresar a su pueblo no es opción, ante la fuerte presencia que tiene el cártel de los Rojos.
Ya no hay nada bueno para allá, hermano. Está todo más peor. Sufre uno de hambre, de sed, todo deseas”, explica Raúl.
Allá están los Rojos, hermano. La gente de los Rojos está peleándose con la gente que estaba aquí, los Beltrán, son los que están peleándose por allá la plaza. Y pues, ¿para qué estar ahí si sabes que te van a matar tarde o temprano?”, cuestiona.
“Desde hace dos años para acá las cosas han estado peores allá, feísimas, hay mucha muerte. El gobierno casi no entra por allá, porque han de estar apalabrados, no sé, pero el gobierno pa’ llá no hace nada. Les han de tener miedo o quién sabe. Porque luego se agarran a balazos entre ellos, la gente de allá y los soldados. Pero no los han parado”, cuenta.
Cuando le pregunto si en los alrededores de Tlacotepec son comunes los abusos de militares, sus palabras dejan entrever el estado de indefensión en que viven miles de personas en un país donde la llamada guerra contra el narcotráfico iniciada en 2006 desató una crisis humanitaria sin precedentes en la historia de México.
“Sí, hay soldados que luego son manchados con la gente. Entran, ven a una mujer, le faltan el respeto, quieren abusar de ellas, pues. Pero como es sierra, pa’ llá no hay ayuda, no hay nada, la gente ora sí que se mata uno entre ellos. Para poder defender a tu familia tienes que arriesgar la vida”, cuenta Raúl.
—¿Pensaste alguna vez en entrarle con las bandas del narco?— le pregunto.
—No, por eso ando yo aquí. Si tuviera esa mentalidad no anduviera aquí, anduviera por allá con ellos y a lo mejor hasta mi hermano anduviera todavía.
Su hermano tenía 35 años cuando fue asesinado por las bandas delincuenciales.
Las huellas de la violencia todavía son perceptibles en su cuerpo, sobre todo en la pierna que arrastra mientras ofrece tamarindos por las calles de Cuernavaca, lugar al que decidió huir y donde tuvo que pasar las primeras noches durmiendo en parques y plazas públicas.
—¿Qué te hizo venir a Cuernavaca?
—Me dijeron que aquí había harta chamba y que la gente era más buena pa’ ca. Yo no quería venirme, pero mi esposa me dijo: “vamos, no perdemos nada con ir a conocer, si no nos gusta nos regresamos”. Y cuando llegué acá todo cambió, todo me gusta de acá de Cuernavaca, hermano.
Aunque no existe forma de corroborar la historia de Raúl sin ponerlo en peligro, su testimonio resulta creíble. Sus palabras guardan todavía un rastro de dolor, pero lo que más sorprende es encontrar ellas un rastro de esperanza. “Allá es tan dura la vida que aquí está uno en la gloria”, dice Raúl.
Quizá por ello resulta sorprendente que alguien pueda encontrar cierto alivio en un estado como Morelos, que en 2017 ocupó el noveno lugar nacional en tasa de homicidios a nivel nacional, según datos oficiales recabados por el Observatorio Nacional Ciudadano.
Un retrato que evidencia las contradicciones del México actual, un país donde la violencia y la pobreza dejan huellas perceptibles en historias como la de aquel amapolero que ahora vende dulces para mantener a su familia. Excelsior