En esta serie acerca de por qué la Iglesia se opone al llamado ‘matrimonio igualitario”, toca el turno a reflexionar cómo dicha unión genera un grave daño espiritual.
Se dice que la Iglesia discrimina a los homosexuales, lo cual es falso.
En el Catecismo de la Iglesia Católica se enseña que las relaciones homosexuales “no pueden recibir aprobación” (CEC 2357), pero también enseña que los homosexuales “deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará todo signo de discriminación injusta.” (CEC 2358)
Espera de ellos lo mismo que pide a solteros, divorciados o viudos: que vivan en continencia, en castidad (ver CEC 2359). Y no lo pide para molestarlos sino para beneficiarlos. No quiere que sean utilizados como simples objetos de placer, sino que se respete su inestimable dignidad de hijos del Padre celestial.
La identidad de un ser humano no puede ser su apetito sexual. Es ante todo, hijo de Dios, tiene dones, cualidades, es miembro de una familia, de una sociedad. Identificarse sólo por su inclinación sexual, permitir que ésta le defina, es limitarse.
La Iglesia considera que la relación sexual es una expresión de amor entre un hombre y una mujer, que se dan el uno al otro totalmente. Dicha entrega debe ser sostenida por Dios, que le da a los esposos la gracia de amarse como Él los ama, ser fieles y mantenerse unidos hasta que la muerte los separe.
Dentro del Matrimonio alcanza verdadera plenitud la relación sexual, que santifica a los cónyuges en una entrega mutua abierta a la vida.
Fuera del Matrimonio la relación sexual satisface de momento pero deja un vacío espiritual.
La Iglesia sólo admite el Matrimonio entre hombre y mujer, porque así lo establece la Palabra de Dios.
Dios creó al ser humano. “hombre y mujer los creó...Y los bendijo Dios, y les dijo Dios: ‘Sean fecundos y multiplíquense...” (Gen 1,27-28).
Jesús dice: “dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne” (Mt 19, 5).
San Pablo condena fuertemente la relación homosexual. A una comunidad le reprocha: “sus mujeres invirtieron las relaciones naturales por otras contra la naturaleza; igualmente los hombres... se abrasaron de deseos los unos por los otros, cometiendo la infamia de hombre con hombre...” (Rom 1, 26-27).
A otra le advierte: “¡No te engañes! Ni los impuros, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales... heredarán el Reino de Dios.” (1Cor 6, 9-10).
Los angloparlantes llaman a los heterosexuales ‘straight’, es decir ‘rectos’, término aceptado por los propios homosexuales, y que implica que la homosexualidad es una desviación.
Todo ser humano tiene desviaciones, por ejemplo hacia la ira, el rencor, la avaricia, la gula, la lujuria, etc. y lo que necesita es que se le ayude a corregirla, no que se le propicie caer en ella.
Si surgiera un movimiento de mentirosos, que a través de medios masivos convencieran al público de que mentir es bueno y normal, que no pueden evitarlo, y que son víctimas de discriminación porque en los juicios y en los documentos oficiales se les obliga a decir la verdad, y el Estado cediera a la presión de influyentes políticos y empresarios mentirosos y legalizara su desviación hacia la mentira, la Iglesia no lo aprobaría. Se mantendría firme en pedir que dijeran la verdad, aunque no fuera la opción ‘políticamente correcta’ o popular. ¿Por qué? Porque Dios ordena: “no mentirás”.
Así también, a quien tiene una desviación sexual, la Iglesia quiere ayudarle a controlarla, no a entregarse a ella.
Que el Estado vuelva algo legal no lo hace moral.
La Iglesia considera pecado grave la relación sexual homosexual.
Muchos creyentes homosexuales que se casan terminan por alejarse de Dios. Como Adán y Eva, sabiéndose en pecado, se esconden de su Señor, ponen en riesgo su salvación.
Por eso la Iglesia, que mira con compasiva comprensión a todos los homosexuales, se preocupa por ellos y los exhorta a esforzarse por vivir en continencia y castidad, fortalecidos con la ayuda sacramental.
Cuando el Papa Francisco dijo: “Si una persona gay se acerca a Dios y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para criticar?”, no estaba aprobando la relación homosexual, sino invitando a los homosexuales a acercarse a Dios, y a experimentar la dicha y la paz de amoldar su vida a la divina voluntad.
Fuente: Desde la Fe