Noticias de Yucatán.
Aristóteles Núñez.
Reflexión.
El México de hoy.
Echarle la culpa al señor Andrés Manuel López Obrador de lo que actualmente sucede es injusto y limitado. Debo reconocer que Andrés es consecuencia no causa.
Abro último hilo y despedida de twitter.
No voté por Andrés Manuel López Obrador, pero debo reconocer que he sido parte de una sociedad que no ha hecho lo suficiente para tener un mejor futuro y un mejor gobierno. Eso me hace corresponsable.
Tratar de evaluar por qué hemos llegado a este punto, obliga a analizar la idiosincrasia del mexicano.
El mexicano se ha formado por generaciones en una cultura aspiracional y al mismo tiempo envuelto en la cultura del fracaso. Sí, duele, pero es la verdad.
El éxito o la aspiración de salir adelante de muchos mexicanos está fundada en el pensamiento mágico, en el evento fortuito o en la suerte: sacarse la lotería, recibir una herencia, encontrar el tesoro, robar sin ser descubierto o que alguien superior se lo dé.
Son muy pocos los mexicanos que basan su éxito en desarrollar la capacidad individual y liderar un grupo, en construir y producir, en descubrir e inventar, en crecer y utilizar el conocimiento; en hacer la diferencia quitándose las ataduras del miedo o de los riesgos.
La aspiración de éxito de muchos mexicanos está motivada en alcanzar o detener al otro. Ven en el triunfador el techo o el límite de su aspiración, no lo ven como el trampolín.
Se mueven por la envidia no por la superación, ansían el éxito del otro sin asumir el esfuerzo propio.
Muchos mexicanos no están preparados para el éxito, hasta cierto punto le temen, navegan en el conformismo y la inercia de su habilidad.
El boxeador, futbolista, el cantante, el “mirrey”, al no saber administrarse pierden en poco tiempo su fortuna y terminan en la indigencia.
Otro tanto de mexicanos centra su aspiración o éxito en la acumulación de bienes materiales, lujos, viajes, buen salario.
Pocos de ellos mantienen el equilibrio y desprecian la familia, la cultura, la lectura, la educación, la solidaridad, la espiritualidad.
Con una mayoría social así resulta fácil que venga un falso profeta, redentor, líder demagogo o mesiánico a gobernar un país.
El escenario es perfecto, solo basta apuntar a la primera corteza cerebral de los electores.
A menudo se nos olvida que gran parte de la sociedad mexicana, esa que algunos llaman pueblo, elige, decide y actúa con base a sentimientos y emociones.
Donde no hay comida, oportunidad, empleo o satisfacción no cabe la racionalidad.
Es ahí donde el demagogo encuentra su nicho, en satisfacer las necesidades emocionales.
Muchos mexicanos alcanzarán una sensación de bienestar temporal basada en la pírrica lucha contra el poderoso, el rico, el exitoso, el diferente; otros en recibir algo con el menor esfuerzo.
En tanto no hagamos un acto de conciencia como sociedad, será muy difícil conseguir el bienestar duradero, fundado en el crecimiento de los individuos.
Donde con libertad cada uno emplee sus capacidades y en estas se finque el éxito propio, innovando, descubriendo, no copiando.
En el modelo democrático que nos rige, el voto del ignorante, del flojo o del subvencionado vale lo mismo que del empresario o intelectual más exitoso del país.
Por tanto si la sociedad es ignorante, ganará la ignorancia, si la sociedad es apática, ganará el impulsivo.
Así como vamos nos acercamos más a lo primitivo y nos alejamos de lo más civilizado y racional.
El futuro no es prometedor, apenas estamos en el comienzo de una nueva forma de gobernar, a la que una mayoría social informada o no, ha dado su confianza y debemos respetarla.
Llevamos dos siglos aspirando y anhelando el bienestar social.
Dos siglos de mínimo esfuerzo, enquistados en el sistema paternalista más ominoso que nos han dejado los gobernantes y del que yo he sido parte.
Es momento de hacer un alto personal, cultivar la cultura del éxito en mis hijos, mi familia y mis amigos.
Enfocar el esfuerzo para crecer y superar, no al otro, no al de enfrente, superarme a mí mismo. En inventar y descubrir lo hasta ahora no descubierto.
Las redes sociales contaminan, son tóxicas.
El tiempo es corto y el reto es grande. No cabe en mí la envidia, el rencor y menos el odio. Si a alguien ofendí reciba la disculpa.
A muchos mexicanos les deseo una reflexión sobre el verdadero éxito y luego el éxito.