Decapitación y crucifixión en Arabia Saudí

02 octubre 2015
Noticias de Yucatán



Dra. en Derecho Cristina Hermida
Resulta difícil imaginar por quien cree en la universalidad de los derechos humanos que se haya podido decidir por un juzgado de apelación en Arabia Saudí la decapitación de un joven chií, Ali al-Nimr, tras ser acusado de graves delitos contra la ley saudí.
Estos así denominados “graves delitos”, paradójicamente, se traducen en derechos fundamentales dentro de nuestra sociedad democrática occidental puesto que lo único que presuntamente hizo Ali Al-Nimr fue protestar, cantar canciones y manifestarse contra el Estado.
Esta terrible condena de decapitación deriva de haber expresado libremente su opinión cuando todavía no alcanzaba la mayoría de edad, lo que ha resultado obviamente indiferente para el Tribunal al considerarle lo suficientemente maduro como para poder haber reprimido su conducta “delictiva”, saltándose el tribunal con ello los estándares internacionales que prohíben que se pueda castigar con la pena de muerte a personas menores de 18 años en el momento de cometer los hechos que sirvan de imputación.
Según expertos de Naciones Unidas, además no habría tenido posibilidad de consultar un abogado ni antes ni durante el juicio penal.
El hecho de que tras la decapitación -por si esto fuera poco- se le crucifique y su cuerpo se exponga ante el pueblo pretende tener un mensaje claro: intimidar a la población para dejar en evidencia ante todos quién es el que manda y cómo la infidelidad se castiga privando violentamente de la vida a sus autores. Es curioso que esta vieja técnica de poder que llevó a grandes humanistas como Tomás Moro a un final similar al de Ali Al-Nimr, en este último caso por haber defendido la libertad de expresión y de convicciones, siga surtiendo efectos tan eficaces en pleno siglo XXI.
El hecho de que Ali al-Nimr sea sobrino de Nimr al-Nimr, uno de los predicadores chiitas más importantes de Arabia Saudí, no solo no le habrá ayudado a levantar su condena sino que más bien al contrario le habrá conducido de forma directa a este desgraciado castigo casi como si de su destino natural se tratara, como lo fue ya anteriormente el de su tío, condenado a muerte en octubre de 2014 por revueltas, instigación popular y vandalismo.
Arabia Saudí lleva impuestas más de un centenar de penas capitales en lo que va de año con el afán de amedrentar a la población, lo que da idea de la forma de justicia que impera en el país, regida por una versión rigorista -la wahabí- de la ley islámica.
Un 10% de chiíes viven en Arabia Saudí, esto es, unos tres millones de personas. La mayoría vive al este del país, en el golfo Pérsico, donde se encuentran las grandes reservas petrolíferas. Otros habitan en el sudoeste, en la frontera con Yemen. Es cierto que la tensión entre chiíes y suníes no es nueva en el país pero me atrevería a decir que la tensión ha crecido todavía más en los últimos tiempos. Basta recordar el hecho de que en el pasado mes de mayo extremistas suníes cercanos al Estado Islámico provocaron un atentado contra feligreses chiíes en la ciudad de Al Qudaih. De hecho, este atentado fue considerado como una expresión anti chií. El propio Hamza al Hassan, figura relevante dentro de la comunidad chií en Arabia, calificó el atentado como un reflejo del rechazo que este sector del Islam sufre en Arabia Saudí, advirtiendo que tanto en textos religiosos como en los medios de comunicación se les acusa de “renegados” y de estar a favor de Irán, enemigo directo para ellos.
Esta condena contra el joven Ali al-Nimr se produce en un momento verdaderamente complicado en Arabia Saudí si tenemos en cuenta que Siria, Rusia, Irak e Irán se han aliado contra el Estado Islámico para mantener en el poder a Bashar al Assad. Como sabemos, Arabia Saudí exige desde hace años la dimisión de Assad y ve con absoluto recelo el aumento de fuerza de los chiíes en Siria e Irak. Tampoco le habrán gustado las palabras recientes de Putin, con respecto a Siria, manifestadas durante su visita a la Asamblea General de la ONU: “Assad, las fuerzas y milicias están realmente luchando contra el Estado Islámico” (…) “sería un enorme error el negarse a cooperar con el gobierno sirio y sus fuerzas armadas”.
Rusia aprovechará su puesto de presidente del Consejo de Seguridad de la ONU para convocar una reunión el próximo mes en la que se debata la forma más eficaz de combatir los radicalismos. Veremos lo que depara esta reunión entre Estados firmemente posicionados en términos políticos en lo que al conflicto de Siria se refiere: Estados Unidos, Irán, Siria, Arabia Saudí, Turquía y Egipto. Es de esperar que Rusia trate de convencer –sin éxito- a Estados Unidos de que la intervención occidental en Siria es una violación del Derecho Internacional. Creo que lo más importante –aunque posiblemente sea una quimera- es que se parta de una premisa básica pero a menudo olvidada en este tipo de negociaciones de política exterior: el respeto a los valores morales básicos que encarnan los derechos humanos.



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